Empiezan a contarse los muertos por el frío. Pero el frío no mata. Los asesinos son otros. Con rostros y nombres y despachos oficiales. En la calle están los desalojados de sus piezas de alquiler, de sus hotelitos. En un estado en demolición, cuyo representante vive a través de las redes y se pasea por streamings baratos de mameluco y un perro, insultando con rimas de la secundaria.