Llueve y, con la humedad, el dolor pretérito se siente en el cuerpo arrancando jirones en la carne del miedo presente. Llueve y la solidaridad que brota desde abajo, como el agua de las alcantarillas, alivia, pero no abriga, contiene, pero no sana esa vieja deuda hecha herida lacerante en los cuerpos. Esos cuerpos a los que cuando sube el agua se les imprimen la pérdida y la falta.