Lo que se lleva el agua

Llueve y, con la humedad, el dolor pretérito se siente en el cuerpo arrancando jirones en la carne del miedo presente. Llueve y la solidaridad que brota desde abajo, como el agua de las alcantarillas, alivia, pero no abriga, contiene, pero no sana esa vieja deuda hecha herida lacerante en los cuerpos. Esos cuerpos a los que cuando sube el agua se les imprimen la pérdida y la falta.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Llueve y la poesía de esa palabra termina con las primeras gotas. Miedo, bronca y urgencia caen en forma de brizna primero y de chaparrón, garúa y cortina de agua después. Llueve como si no hubiera mañana. ¿Habrá mañana?

Entonces hay que arremangarse los pantalones y ver cómo el agua va subiendo sobre el cuerpo. Hay que levantar lo que ande abrazando el piso y desenchufar todo, para no electrocutarse como el pibito de 14 años que se quedó pegado a un poste de luz en la esquina de Haití y Membrillar, en el barrio obrero de Valentín Alsina. Hay que evitar tocar las paredes y ventanas y, a oscuras, empezar el arte de embalar lo que se pueda, para evitar el desastre anunciado.

Cuando llueve y la mayoría de los barrios se empieza a inundar, lo que resta es esperar a que baje el agua para empezar a contar lo que va a haber que reponer. Ropa, colchones, muebles, calzados, pintar paredes, arreglar caños y desagües, sacar barro y mugre de lugares insospechados. “Trastornos” dicen los medios que deja la sudestada, pero lo que el agua trae con la tormenta, además de botellas, basura, y yapas del viento son pérdidas. Pérdidas y falta

En Lanús, el agua decidió sumar un cuerpo. El cuerpo de una persona que se electrocutó mientras nadaba, flotó durante más de cinco horas en el medio de la calle y en las redes virtuales, a través de miles de pantallas de celulares y televisión.

Dicen que era un hombre de entre 35 y 40 años, de tez morocha, barba tipo candado y de 1,68 de estatura y que el agua también se llevó su identidad. Por las dudas, Julián Alvarez, intendente de Lanús, después de que retiraran el cuerpo tras más de 50 llamadas de los vecinos a la Policía, saludó a la familia de alguien cuyo nombre e historia aún no conocemos en la red X: “Quiero comunicar con profundo dolor que un vecino de Lanús ha fallecido a causa del temporal. Abrazamos a su familia y a todos sus seres queridos”.

Hoy hay un cuerpo en la morgue de Ezpeleta y pronto alguien asumirá la tarea de escribir el punto final en su historia, de este lado de las cosas. Para entonces, habrá recibido asistencia de especialistas, reposará limpio y en paz en una camilla blanda, para ser registrado en alguno de esos formularios en los que, hasta ahora, no existía.

No necesitará de sus pertenencias. Ni su buzo color azul, ni su pantalón negro, ni las zapatillas grises, ni los ciento cincuenta pesos que tenía en el bolsillo, ni las “pipas de aluminio, como virutas color dorado” -reportadas por la policía para, antes de reconocerlo, dudar de su dignidad- le serán necesarias donde va.

En un solo día, las calles de los barrios juntaron lo que llueve un marzo promedio desde hace tres décadas. Pero para sus habitantes no hay récords, solamente una triste postal cotidiana.

Cuando el agua crece en forma de miedo, la pérdida y la falta se dibujan con barro y agua en las piezas de los que viven lejos de los barrios privados que se adueñaron de lagunas y las drenaron para tener lagos en el patio de su casa.

Llueve y, con la humedad, el dolor pretérito se siente en el cuerpo arrancando jirones en la carne del miedo presente. Llueve y la solidaridad que brota desde abajo, como el agua de las alcantarillas, alivia, pero no abriga, contiene, pero no sana esa vieja deuda hecha herida lacerante en los cuerpos de los que ven por la tele las casas de lujo que antes fueron cuna de miles de cientos de árboles arrancados de raíz. Esos cuerpos a los que cuando sube el agua se les imprimen la pérdida y la falta.

El agua ayer decidió llevarse a un hombre y devolver un cuerpo. Como los que se encargan de tomar decisiones y “gobernar”, se llevan trabajo, dinero y naturaleza y devuelven tristeza, pérdidas y desigualdad. Y tampoco hay poesía en esto.


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