El sillón de Rivadavia, casi doscientos años después, tiene aquella clara marca de la dependencia de sus orígenes. Con un Bernardino Rivadavia que trabajaba para los ingleses y sus intereses mineros. “He dado días de gloria a la patria”, diría tras su renuncia. Pero –como marcaría años después José María Rosa con “tan claras pruebas de cohecho en el asunto de las minas; tan evidentes, tan precisas…”.