Nadie piensa en un futuro que condiciona el crecimiento de la infancia. Y le augura una adultez compleja. Nadie sale del dedo señalador, de la amenaza inmediata, de la promesa horrible de un país minúsculo, donde no habrá lugar para la ternura ni para el chocolate caliente. Donde muchos –demasiados- quedarán afuera. Mirando la fiesta por la ventana.