La marca del sillón

El sillón de Rivadavia, casi doscientos años después, tiene aquella clara marca de la dependencia de sus orígenes. Con un Bernardino Rivadavia que trabajaba para los ingleses y sus intereses mineros. “He dado días de gloria a la patria”, diría tras su renuncia. Pero –como marcaría años después José María Rosa con “tan claras pruebas de cohecho en el asunto de las minas; tan evidentes, tan precisas…”.

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Por Carlos del Frade

(APe).- El pueblo argentino volvió a elegir presidente.

La persona que decidirá los destinos políticos de los próximos cuatro años ocupará el llamado “sillón de Rivadavia”. No es cualquier mueble.

Hay una historia que marca ese sillón.

Dicen los historiadores Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde en un texto que parece perdido en este presente argentino que Mariano Moreno, aquel primer desaparecido de la larga y dolorosa crónica social argentina, “había aconsejado la explotación por el estado de las riquezas mineras. En 1812, el triunvirato, por inspiración de Bernardino Rivadavia, dicta un decreto de concesión de privilegios a los particulares y compañías que beneficien el oro. En 1813, la Asamblea General Constituyente expide una ley, en forma de reglamento, para suplir la falta de mita en el mineral de Potosí, tendiente además a fomentar los otros yacimientos. Con ella se rebajó a treinta pesos el valor establecido para el quintal de azogue –metal blanco y brillante como plata, 163 más pesado que el plomo y líquido a temperatura ordinaria- que era utilizado en el laboreo. Pero señalemos que en esa Asamblea se proyecta, por primera vez, la explotación de las minas por capital extranjero”. Aquel reglamento del 7 de mayo de 1813 dio origen al día de la Minería Nacional, según el actual calendario.

Uno de los primeros impulsores de la explotación de los recursos mineros del Famatina es Manuel Belgrano pero el 29 de abril de 1818, desde Buenos Aires, se ordena suspender toda obra en ese sentido.

El 28 de noviembre de 1823, el Ministro de Gobierno de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, en la administración de Martín Rodríguez, se autodesigna representante ante las compañías mineras inglesas.

“Queda autorizado el ministro secretario de relaciones exteriores y gobierno, para promover la formación de una sociedad en Inglaterra destinada a explotar las minas de oro y plata que existan en el territorio de las provincias Unidas”, dice aquel decreto.

Por aquellos días, la propaganda inglesa hablaba maravillas de las riquezas del Famatina: “Podemos afirmar sin hipérbole que contienen las riquezas más grandes del Universo. Voy a probarlo con una simple aserción de la que dan fe miles de testigos: en sus campos el oro brota con las lluvias como en otros la semilla...las pepitas de oro, grandes y pequeñas, aparecen a la vista cuando la lluvia lava el polvo que cubre la superficie...Después de una lluvia algo fuerte, una señora encontró a pocas yardas de su puerta una mole de oro que pesaba veinte onzas; otra, al arrancar unas matas de pasto de su jardín, descubrió en las raíces una pepita de tres o cuatro onzas...Cuando se barren los pisos de las casas, o se limpian los establos, siempre se encuentran más o menos oro confundido en el polvo...Estos casos ocurren tan frecuentemente que exigirá mucho detallarlos”, decían los folletos de la llamada “Provinces of Río Plata Mining Association, en 1824.

El 4 de diciembre de 1824, se formó en Buenos Aires la empresa “The Provinces of Rio Plata Mining Association”, hecho que fue comunicado siete días después por la firma Hullett Brothers. Rivadavia es designado presidente y como tal recibe un bonus de 30 mil libras y la promesa de percibir un sueldo de 1.200 libras anuales. También le entregaron acciones que Don Bernardino vende de forma inmediata. Días después, el 16 de diciembre quedó inaugurado el Congreso General Representante de las Provincias Unidas en Sudamérica, convocado, obviamente, por el propio Rivadavia. Y el 7 de febrero de 1825, Inglaterra reconoció la independencia de estas provincias.

De tal forma quien luego sería el primer presidente de los argentinos –a la sazón empleado de las compañías mineras inglesas- recibió acciones que vendió de inmediato; un bonus de 30 mil libras como “fondo de reptiles”; y tenía fijado un sueldo de 1.200 libras que no llegó a cobrar porque el directorio indiano no pudo constituirse a raíz del fracaso de la compañía.

Pero queda claro que Rivadavia trabajaba para los ingleses y sus intereses mineros.

Cuenta José María Rosa en su imprescindible Rivadavia y el imperialismo financiero, que “...el 20 de febrero de 1825 se sabe en Buenos Aires que Rivadavia acababa de fundar en Londres una compañía de cinco millones de pesos (un millón de libras) para explotar, precisamente, el mineral del cerro de Famatina”. Y lo que era más grave, que la Casa Hullet había transferido a esa sociedad una “autorización” sustituida por Rivadavia y proveniente del gobierno provincial de Buenos Aires, que le permitía “disponer de todas las minas de las Provincias Unidas”.

Los diarios Nacional y Mensajero lanzaron entonces una campaña a favor de los capitales ingleses. El 1º de julio llegaron a Buenos Aires ingenieros de minas, obreros mineros y maquinarias para el laboreo. El Famatina y cualquier mina del territorio debían formar parte de los capitales ingleses.

El 6 de febrero de 1826, el presidente de “The Provinces of Rio Plata Mining Association”, Bernardino Rivadavia, es designado presidente “permanente” de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El 14 de marzo de 1826, Rivadavia le escribe a su verdadero patrón, Hullet, diciéndole: “Téngase presente que las minas son ya por ley propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración del presidente”. Es decir que se nacionalizaban para que Rivadavia las usara según su propio y particular interés que era el de los ingleses. Durante el primer semestre de aquel año, el Banco Nacional creado por esos mismos intereses, permite la fuga de 587.874 pesos oro en la “valija diplomática” de Woodbine Parish. El 18 de setiembre de 1826 el gobierno de La Rioja resuelve no reconocer a Rivadavia como presidente. Comienza la guerra popular de resistencia, se inician las montoneras de Facundo Quiroga. El 27 de octubre, el ejército al mando de Gregorio Aráoz de Lamadrid, quiere invadir La Rioja para imponer los designios de La Minning pero es derrotado en la batalla del Tala. Lamadrid insistirá, ahora reforzado por las tropas mercenarias colombianas de López Matute, para dominar el Famatina pero volvería a sufrir otra derrota en Rincón el 6 de abril de 1827 a manos de Facundo.

El 27 de junio de 1827, Rivadavia presentó su renuncia como presidente. “He dado días de gloria a la patria” dirá más tarde. “Son tan claras las pruebas de cohecho en el asunto de las minas; tan evidentes, tan precisas, tan concordantes las presunciones de cargo; tantas las cartas comprometedoras que se escriben; tan grave que el presidente de la república mantenga cargos ejecutivos en empresas que tratan con su gobierno y cuya concesión se denuncia negociada por dinero, que todo eso produce el paradójico efecto de eximir a Rivadavia de responsabilidad...”, sostuvo José María Rosa en 1941.

El sillón de Rivadavia, casi doscientos años después, tiene esa marca de la dependencia. Marca que por ahora hace muy difícil que en el trono de la vida cotidiana argentina esté la noble igualdad.


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