Por la alquimia de trasmutar dolor en deseo

Infancias y subjetividad III

La subjetividad de las infancias es un coto de caza de los depredadores seriales y sociales que algunos llaman capitalistas, empresarios, burguesía nacional y no tanto. Porque esa infancia subjetivada al paladar de la cultura represora, será la matriz, el molde, de la subjetividad sometida del adulto.

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Por Alfredo Grande

(Ape) Hace muchos años escribí un texto: “Del abuso sexual del niño al abuso político del adulto”. Dio origen a varios cursos y a un Tribunal Ético de los crímenes de Lesa Sexualidad que se realizó en la ciudad de Mar del Plata. No recuerdo en qué año, ni siquiera en qué década. Donde la cultura represora ve un corte, la cultura no represora ve un tránsito. O sea: una continuidad entre los abusos en los niños y los abusos en los adultos.

La cultura del abuso, del maltrato, del castigo, de la mortificación, de la penuria, del sufrimiento planificado. El concepto de “cultura represora” es inclusivo de todos esos registros. Si acordamos que la única verdad es la transformación revolucionaria de la realidad, entonces toda escritura y toda lectura es política. Donde la transformación de la realidad no devenga una realidad transformada a los designios del gran capital.

La subjetividad de las infancias es un coto de caza de los depredadores seriales y sociales que algunos llaman capitalistas, empresarios, burguesía nacional y no tanto. Porque esa infancia subjetivada al paladar de la cultura represora, será la matriz, el molde, de la subjetividad sometida del adulto.

Claudia Rafael escribe:  Se trata de buscar desesperadamente los brotes. Entre los intersticios del dolor. En las puntas quemadas de una rama que supura cenizas. Un pequeño retoño que aflore cuando parece que ya no hay nada en qué creer. Y puede ser aún peor: creer en la nada. Y me refiero explícitamente a la nada deseante.

Me cuesta imaginar una vida sin deseo. Una vida donde la nada que me envuelve ayer hoy y mañana, es una nada deseante. Para no extraviarnos en discursos y relatos, el deseo es la cualidad placentera de la satisfacción de la necesidad. Cuando están las necesidades insatisfechas, cuando la nada toma la forma de la absoluta carencia, entonces aparece el vacío deseante. La vida absolutamente despojada de todas las formas del placer.

En una época no tan lejana, los niños jugaban en serio. Ahora no juegan, porque toda energía, que siempre es poca, está destinada a una supervivencia sin vivencias gratas y placenteras. Una forma de vida que sólo se diferencia de la muerte por un registro biológico. Naturaleza apenas menos hostil que la crueldad de la cultura represora.

Tendremos que ser alquimistas. La alquimia es transmutar el dolor en deseo.  La culpa en deseo. La pesadilla en deseo. Que nadie aplaste ese retoño deseante, para que pueda germinar, crecer y potenciarse. Es peligroso ser pobre, pero mucho más peligroso para la cultura represora es el pobre que desea. Y después de generaciones donde cada brote es aplastado, también es atrofiado el “deseo de desear”.

Lo único autorizado es el deseo de no desear. O sea: desear el mandato. Mandatos religiosos, laicos, empresariales, partidarios, deportivos. Hoy es problema de estado que no haya figuritas del Mundial.  El mandato del mundial, realizado en una nación feudalizada, y el mandato de comprar las figuritas que testimonian del mandato del mundial.

Y todos esos mandatos, indefinidos, sostenidos por un arma de destrucción masiva que se llama publicidad, tienen como tarea fundante aplastar los brotes. Y tolerar como máximo una primavera sin flores.

En el programa radial “Periodismo en movimiento” hubo un testimonio desgarrador: “Por medio de Natalia, Orientadora Social de la primaria de Aarón, se ha empezado a difundir su caso: un nene de 7 años en el coqueto partido de Tigre, pesa 15 kilos y el Estado no da respuestas satisfactorias”.   Brindemos por el estado de bienestar, y que Tigre sea un lugar para vivir.

Esa realidad, donde la cultura represora ensaya y estrena la solución final en los campos de dispersión, debe ser encubierta y restituida.  La restitución es un proceso cultural donde se mantiene la forma (la apariencia) pero vaciada de su esencia. Ya no es gato por liebre, sino zombi por vivo. La restitución funciona al modo de “los niños pobres que tienen hambre” pero sin olvidar a “los niños ricos que tienen tristeza”.

La restitución es lo opuesto a “los únicos privilegiados” Funciona plenamente cuando las infancias se modelan por los deseos del mandato. Infancias rigurosamente vigiladas. Y castigadas. Pero cuando a los 7 años un niño pesa 15 kilos, no hay restitución posible. Tampoco hay sustitución. Lo perdido, perdido está. Demoler el deseo por mandato y las políticas de restitución, son las alquimias necesarias para que los brotes crezcan hasta que nuestra victoria sea para siempre.

Imagen: Antonio Berni


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