La primavera viene malherida

Cuando parece que el sol quiere apagarse y los vientos soplan más arrasadores de lo que podemos soportar, afloran los brotes y habrá que plantar vida ante tanta muerte.

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Por Claudia Rafael

La primavera viene malherida

Hay que salvar su vida

Rafael Lelpi-Enrique Llopis

(APe).- Se trata de buscar desesperadamente los brotes. Entre los intersticios del dolor. En las puntas quemadas de una rama que supura cenizas. Un pequeño retoño que aflore cuando parece que ya no hay nada en qué creer. De la tierra enferma, en las pardas grietas, enciende rosales de rojas piruetas, escribía Gabriela Mistral sobre la primavera.

Para que nazca como sea. En estos días. En estas tardes en que debiera emerger para plantarle vida a tanta muerte. Como una Perséfone luminosa que brota de las tinieblas más oscuras en la que suele andar la historia. Sin demasiadas promesas de mañana.

Con una flor, con una manzana solariega, con un cogollo y una granada de rocío, -decía Tejada- tendremos que sacar coraje de las honduras más abismales para cortar de cuajo la oscuridad del lobo.

Se trata de sacarle lustre a tanta sequía acumulada. Una sequía profunda que abonan los poderosos para llevarse puestos los latidos y las utopías. Se trata de regar con un agüita dulce y sanadora las semillas que amorosamente plantamos a lo largo de los siglos y los siglos. Y multiplicar la savia para que no haya niñeces con el hambre vieja de los días. En un mundo que espanta la ternura para vestir de sombras las calles y las ciudades.

La primavera no cree al que le hable de las vidas ruines, decía la Mistral. Porque se nutre de las miradas simples. De los cantos de vida y de las esperanzas que tensan esa lucha milenaria sostenida sin dobleces. Y cada año insiste en iluminar la risa morena de los márgenes. En darle fuerza a la semilla prepotente que busca germinar aún en las peores adversidades.

Cuando parece que el sol quiere apagarse y los vientos soplan más arrasadores de lo que podemos soportar.

Como el olmo seco del río Duero, al que le hablaba Machado. Aquel al que descuajaría un torbellino y troncharía el soplo de las sierras blancas. Aquel al que el río empujaría a la mar. Quisiéramos ver sus brotes y sus ramas verdes. Una vez más, como cada eterno septiembre, esperaremos otro milagro de la primavera.

Ella está aquí.

Y será la primera en ver una tierra en la que la muerte sea simplemente el lugar al que se llega cuando la vida concluye. Así. Naturalmente. Sin la estrategia premeditada del pacto social que siempre y sostenidamente se engulle a los vulnerables y engalana de oropeles a los opulentos.

La primavera es nuestra por derecho, tan frágil como el sueño que nos queda, hay que salvar su corazón desecho, bajo el pecho de seda.

Mientras guarecemos sus brotes. Y ponemos a resguardo la vida vulnerada. Para que el cielo deje su eternidad plomiza y la utopía florezca desde cada hendidura, desde cada esquina, desde los ojos húmedos de los olvidados. Y la primavera estalle a sus anchas.


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