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Por Martina Kaniuka
(APe).- Ayer murió Jorge Navarro. Tenía cáncer de pulmón por exposición al asbesto en su lugar de trabajo: el subte. Emova ya había sido noticia esta semana, tras los brotes de sarna en la línea B.
Entre las 05.30 y las 23.30 horas, son casi cinco mil los trabajadores y trabajadoras que bajo tierra -en una tarea de por sí insalubre – pelean cada jornada contra varios enemigos: uno invisible, indestructible, ignífugo, irrompible, cuasi eterno y más fino que quinientos cabellos, con la letalidad suficiente para perforar los pulmones, después de ingresar flotando al inhalarlo respirando por la nariz. El asbesto.
Los otros son visibles, tienen varios nombres, tamaños y dimensiones en la esfera social y son sinónimos que el capital encontró para metamorfosear y seguir creciendo, mientras con el dedo acusador y el ojo estrábico de la (in)justicia decide qué trabajador, qué trabajadora viven y cuáles no; qué pasajero, pasajera enferma y cuáles no. Son Metrovías/Emova, SBASE y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el látigo de este silente calvario, que expone a sus trabajadores y a los más de 900.000 pasajeros que usan el subte por día, a la incertidumbre del cáncer y la muerte.
Ayer murió Jorge Navarro y entre sus compañeros todo es bronca y tristeza.
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