Los valientes

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Por Alfredo Grande

(APe).- El gran Alfredo Zitarrosa nos enseñó que “un solo traidor puede con mil valientes”. El Adagio a mi País es una canción que nos habla de los mil valientes y que sepulta al traidor. Los mil valientes son en realidad miles de valientes, cientos de miles de valientes. Los que tienen el valor de poner el cuerpo, pero además tienen el valor de dejarlo. Los cuerpos de los valientes no son los cuerpos de pilates, de gimnasios, de siliconas. Son los cuerpos de los que todos los días y todas las noches usan su cuerpo como armaduras de carne y hueso.

Para enfrentar las batallas del transporte público, las batallas de las combinaciones de trenes, colectivos, subtes. Reciben la dádiva del SUBE si tienen la fortuna de tomar otro transporte en las dos horas. Los valientes que esperan en las esquinas asignadas para el crimen organizado, que llegue el transporte como salvoconducto de una ilusoria protección. Valientes que enfrentan las inundaciones y las sequías. Los calores y los fríos. Las distancias y las soledades.

Los valientes son los guerreros de una vida cotidiana que se ha convertido en múltiples campos de batalla. Vida y muerte cotidiana, banalizada en las estadísticas del mal llamado “problema de seguridad”. Ignorando, ocultando y deformando que los problemas de inseguridad son otro caballo de Troya para que las victimas busquen a los victimarios. O sea: que los condenados a muerte glorifiquen a sus verdugos.

Los valientes pueden ser mansos, muchas veces tibios, no pocas veces ingenuos. Pero ni la mansedumbre, ni la tibieza, ni la ingenuidad es sinónimo de cobardía. La valentía late en las entrañas corporales y mentales de los pueblos. Desde las batallas por nuestra primera y abortada independencia, hasta todas las formas de resistencia ante las diferentes tiranías y dictaduras que supimos enfrentar.

La resistencia peronista que supo luchar contra una “revolución” que libertaba fusilando. La resistencia comunista, la resistencia socialista, la resistencia anarquista. Sin olvidar, o mejor dicho, recordando siempre la resistencia de los militantes de las teologías de la liberación. Valientes que enfrentaron a la Iglesia Sacerdotal con la praxis libertaria de la Iglesia Profética, como nos enseña otro valiente, el teólogo y filósofo Ruben Dri en su último libro. Los valientes son profetas, y habitualmente no lo saben. Deberían saberlo. Porque en su lucha cotidiana, en su guerrilla de amor y comida, como el chiquilín de Bachín: “Si la luna brilla sobre la parrilla, come luna y pan de hollín”, al decir de Horacio Ferrer.

Los chiquilines de hoy ni siquiera pueden entrar en Bachín y solo los clientes de los restaurant, bares, pueden utilizar los servicios sanitarios. Los valientes no tienen ni siquiera la opción de las más humildes descargas fisiológicas. Los valientes son los portadores sanos de una de las virtudes que han construido humanidad deseante. El valor.

En la fundación de ATICO COOPERATIVA, hace 32 años, coloque una frase atribuida a Séneca, que merecería ser un aforismo implicado. “No nos falta valor para enfrentar ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas”. Valor de uso no el valor de cambio de los mercaderes del templo. Valor de uso: o sea, el valor que se usa para enfrentar a legiones de enemigos. “El odio es sacar lo que sobra y el amor es poner lo que falta”. Esto lo escribí yo, pero supongo que Séneca hubiera acordado. Los valientes saben que no debemos elegir entre odiar y amar. Es tan importante odiar al enemigo como amar al amigo. Lamentablemente, nos han formateado para amar al enemigo y odiar, o al menos desconfiar, del amigo. “Solo te traiciona un amigo”, reza el credo represor. Si te traiciona, nunca fue tu amigo. La piel del cordero se le cayó al lobo.

Los valientes también saben sostener el miedo, y por eso inventan diversas estrategias de resistencia. Y supervivencia. Cooperativas, fábricas recuperadas, bachilleratos populares, feminismos clasistas y combativos, asociaciones de trabajadores por fuera de las catedrales del movimiento obrero organizado. Obviamente, organizado por el Estado Represor. Profesionales que luchan contra la tortura, que en este momento y hace mucho, es una política pública de los Estados. La tortura del secuestro, reducción a servidumbre y esclavitud sexual de miles de mujeres. La tortura del abuso y violación de niñas y niños.

Los valientes aprenden en la pedagogía de la calle y de la supervivencia, del enfrentamiento contra las patronales genocidas, en las luchas contra el funcionariato cómplice, la fortaleza. Fortaleza que solo germina y crece en la tierra de los colectivos militantes. No en vano el Estado de Sitio, el Estado de Excepción, prohíbe la grupabilidad. O sea: los grupos son disueltos. Y sin grupos imposible construir colectivos. Porque un colectivo es un grupo con una estrategia de poder. Y de eso se trata: los valientes disputan, lo sepan o no lo sepan, el Poder. Ya no más el Gobierno, que es la fachada oportunista que los Poderes inventan para seguir en la clandestinidad de sus múltiples paraísos. Por eso los valientes necesitan al “therapon”, que es aquel que ayuda en la batalla. No está en el frente del combate, pero sostiene, contiene, ayuda, posibilita y, muchas veces, oculta y protege al combatiente. Que también necesita su descanso, su remanso, su propia recuperación. El “therapon” cura, porque curar es cuidar. Y los valientes necesitan ser cuidados, protegidos, amados, aunque nunca idealizados. Porque una de las formas de la valentía es sostener el pensamiento crítico. Que es lo opuesto al reproche. Y es pensamiento crítico, aunque no necesariamente un acto de valentía, decir que cuando escribo “los” también debería escribir “las” y “les”. Porque la disidencia de género también es un acto de valentía. Pero no quiero negar que en el umbral de mis 70 años, apenas he podido limar algunas asperezas de mi construcción subjetiva patriarcal y en no pocas ocasiones, machista.

La valentía no es el oportunismo de los que se suben a las modas de turno. Aunque no todos, resisto a la mayoría de los archivos. Sobre todo los que dan cuenta de militancia y producción teórica. Pero aunque “la diferencia entre poco y nada es mucho”, la sensación de haber hecho poco me invade. No he sido lo valiente que pude desear cuanto tenía 20 años. Medio siglo después, ya lo he comprobado. Por eso mismo es justo, que no es lo mismo que la justicia, mencionar que aunque haya más de un solo traidor, habrá miles de valientes que seguirán luchando por sus convicciones y por sus deseos.

Y nuevamente el valiente Zitarrosa me acompaña: “En mi país, que tibieza, cuando empieza a amanecer. Dice mi pueblo que puede leer en su mano de obrero el destino y que no hay adivino ni rey que le pueda marcar el camino que va a recorrer. En mi país, que tibieza, cuando empieza a amanecer” Y quiero, con la valentía que aun me queda, participar de ese amanecer.

Edición: 3608


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