Fabio, cristal bajo las balas

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Por Claudia Rafael

(APe).- “Hasta el día de hoy, miro hacia la puerta de casa y espero verlo llegar”, dijo a APe Nelly Ríos, la mamá de Fabio “Negruza” Basualdo. En un par de semanas, el policía Nelson González se sentará ante un tribunal que lo condenará o lo absolverá por el crimen de un chico de 16 años. Nelly convive a diario con la ausencia desde hace cuatro años y medio. Desde las 8.10 de una mañana de febrero de 2010 en que un amigo de Fabio golpeó a la puerta: “Vamos, Nelly. A Negruza le pegaron un tiro”. En ese exacto momento la historia abrió para ella las fauces del dolor y nunca más las cerró. Subió, junto a su marido, a un auto. Y transitaron juntos esas “cinco o seis cuadras” hasta el lugar exacto en que se lo asesinaron. “Se me hacía eterno llegar. Yo pensaba que lo habrían herido en una pierna, en un brazo. Cuando faltaba media cuadra apenas, vi mucha gente, vi policías, vi el vallado de la calle. Me bajé del auto. Y el juez Peñasco intentó impedirme pasar. Yo le dije ´nadie puede impedirme estar con mi hijo´. Y pasé. Nunca imaginé aquello. Estaba cubierto con una bolsa de harina. Se la quité. ´No se tapa ni a los perros así´, les dije. Lo alcé. Lo sacudí. Lo tomé en brazos. Lo llamaba. Lo tuve una hora alzado muerto en mis brazos. Y nada de nada existía alrededor”, relató a esta agencia.

El miércoles 17 de septiembre próximo, Nelson González deberá responder. Estará ahí. Sentado en ese banquillo en el que tantas veces se sienta a los brazos institucionales que ponen en marcha depuraciones sociales pergeñadas detrás de un escritorio.

Con la matriz autoritaria y cruel de esa misma policía mendocina que antes destruyó las vidas de Juan Carlos Erazo, Sebastián Bordón, Franco Díaz, Roberto Castañeda, Jonathan Chandía, Mauro Morán, Walter Yáñez, Hugo Gómez Romagnoli, Alfredo Cardullo, Paulo Cristian Guardatti, Armando Raúl Neme, Carlos Ros, Luis Aráoz, Domingo González, Adolfo Garrido y Raúl Baigorria, en una lista infinita.

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“Yo no voy a negar a nadie que mi hijo estaba enfermo. Nunca negué su adicción a las drogas. Porque uno lo enseñó de un modo y después está la calle, que es otra escuela. Pedí ayuda tantas veces… nadie me ayudó. Y cuando lo mataron, fue demasiado tarde”, lamentó.

Fabio vivía en aquellos días en el barrio Quiroga, de San Rafael, a unos 300 kilómetros de la capital mendocina. “Lugares como el barrio Quiroga o Pueblo Diamante, zonas muy pobres de San Rafael, están repletas de jóvenes. Hay mucho movimiento. Y se producen muchísimas detenciones arbitrarias por averiguación de antecedentes. Los chicos de esos barrios no pueden pisar las calles del centro. Y es algo común, naturalizado. Por más que se bañen, se pongan las mejores zapatillas, la mejor ropa, que se quiten la gorra… los llevan a la comisaría y los tienen ahí, una, dos horas”, describió Jennifer Arias, de la asociación civil Colectivo de Trabajo (La Coope), en entrevista con APe.

La historia de Fabio Fernando Basualdo terminó aquella madrugada del 7 de febrero de 2010. Y su crónica vital es similar a la de tantos pibes y pibas de los márgenes. Desde La Coope relataron a Agencia de Noticias Pelota de Trapo que Fabio y su amigo, Diego Martínez, habían intentado entrar a un cumpleaños en una casa en la que no eran bienvenidos. Que alguien llamó a la policía. Que comenzó una persecución que tuvo un doble final: Diego fue detenido por el policía Lucero. Fabio terminó asesinado por el policía González con un tiro en la cabeza.

La investigación –denunció La Coope- había sido convenientemente preparada: “un revólver 22 cortito plantado por policías”, “policías investigando policías”, “códigos corporativos”, “cofradías”. Y luego reconstruyen un momento clave, tras el crimen: “el policía González fue llevado al lugar de su detención en un móvil por sus colegas; y allí fue custodiado por más colegas. El escenario del hecho fue alterado. El arma homicida fue secuestrada por otros colegas y peritada por otros, que tuvieron hasta la delicadeza de limpiarla antes de ponerla a disposición del juez”. Y comparan: igual que en “en el caso Bordón, donde una pericia policial se animó a decir que Sebastián ´se había caído´”.

Los recorridos judiciales llevaron a imputar a González por “homicidio culposo”, es decir, muerte sin intencionalidad y a Fernando Jesús Lucero Taboada por “encubrimiento agravado”. Después –cuentan los referentes de La Coope- la acusación a González fue por “´homicidio con exceso en el cumplimiento del deber´, es decir, matar, encontrándose autorizado a matar, aunque no de ese modo. Y se desvinculó de la causa a Lucero”.

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Nelly Ríos ansía la llegada del juicio pero a la vez sabe que hay una justicia que no contempla las vidas de los pobres. “No creo en la Justicia del hombre. El (por el policía que mató a su hijo) sigue trabajando impunemente como si nada. Tiene un hijo de la edad de mi hijo. Iban a la misma escuela. Pero él lo ve todos los días y yo sólo lo tengo en las fotos”.

Reconstruir junto a ella los últimos instantes es transportarse a imágenes congeladas de cuatro años y siete meses atrás. “Mi marido no estaba. Había ido a pescar. A Fabio le gustaban mucho los panchos y me había pedido eso para esa noche. Comimos panchos en la última cena. Yo le decía que no saliera. Y él me contestó que no pasaba nada. Que estaba todo bien. Yo no pegué un ojo esa noche, tenía un dolor en el pecho. Quién sabe por qué. Y hasta el día de hoy espero verlo entrar gritando ´llegué´”. Quizás por eso, Nelly resguardó prolija y amorosamente las pertenencias de su hijo. “Las guardo a todas”, contó a APe. Aunque al mismo tiempo aclara que “en el momento exacto en que se cerró la tapa del cajón, yo me fui con él. Ahora, con la cercanía del juicio, estuvimos con mis hijos, con la novia de Fabio, con mi mamá toda la tarde con él en el cementerio. Es importante estar tranquilos de cara al juicio. Porque la vida tuvo un vuelco muy duro. Yo hoy tomo pastillas para dormir, pastillas para la depresión, pastillas para el estómago. Cuesta seguir… tengo una hija que el 29 de noviembre, el mismo día en que Fabio cumpliría 21 años, va a cumplir 23; otra de 17, uno de 15 y uno chiquito de 5 años. Tengo también nietos de 2 años y de 4 meses. Pero hay una ausencia que no se llena con nada”.

Fabio Fernando Basualdo tenía escasos 16 años. Su vida estaba anclada en los márgenes más duros, esos en los que deambulan miles de chicos y chicas que llevan marcadas en sus frentes cómo y de qué manera vivirán y morirán. Que suelen concluir sus días atrapados en el prolífico túnel de la limpieza social. Que portan en su frente las huellas de la historia y del origen. Pero que cometen el terrible pecado de no resignarse a la supervivencia eterna en que se los pretende arrinconar. Entonces irrumpen. Hasta que, de una u otra manera, los atrapa ferozmente la maquinaria perversa de la muerte temprana.

 

Edición: 2768


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