La orfandad de las mariposas

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Por Silvana Melo

(APe).- Veinte millones de mariposas monarca arrancan todos los años un viaje agotador y llegan a Michoacán para el día de los muertos. Acaso son, como sostiene la leyenda náhuatl, los espíritus de los niños y de los guerreros ancestrales que regresan los noviembres a recordarle al mundo que nada acaba. Nunca. Con ellas volverá, este noviembre, Homero Gómez González, el centinela de los santuarios, el hombre que puso el cuerpo ante los bosques para que las mariposas pudieran seguir volviendo año tras año a pesar de los taladores seriales, a pesar de los cárteles que encontraron la veta en el negocio del aguacate, a pesar de los que avanzan con la topadora para volver a sembrar maíz donde Gómez impuso el bosque. Porque a Homero Gómez lo asesinaron hace una semana y las mariposas están mudas desde ese día. Y en marzo se van.

Ellas recorren 5.000 kilómetros desde Canadá a México para hibernar y reproducirse. Saben que en semejante viaje muchas quedarán en el camino. Y sus compañeras cargarán con su vida y con el espíritu de las que no llegarán. Con la belleza y la elegancia de sus alas negras y naranjas deslumbran a la buena gente y retuercen de rabia a los odiadores. Buscan para poner los huevos un árbol que se llama algodoncillo. Estragado por los pesticidas que utiliza la agroindustria, las mariposas se están quedando sin casas para habitar. Llegan a Michoacán después de meses de viaje, con las articulaciones y los músculos hechos trapos, si es que ellas tienen músculos y articulaciones. Y con las alas ardiendo. Allí las esperaba hasta este enero Homero Gómez, guardián de los santuarios, celador de los bosques que él mismo logró preservar de los taladores ilegales, de los sembradores indiscriminados de maíz, del negocio infernal al que los montes fastidian, obstaculizan, estorban. Y las mariposas, millones de espíritus de todos los tiempos ocupando las ramas como frondosos hostales, trayendo muertos indecentes a este tiempo: guerreras de la libertad, niños del sol, hombres del pan y la luz.

Pero un día de enero Homero desapareció. Las mariposas llevaron la noticia fuera de las fronteras mexicanas. Ambientalistas de todo el mundo, científicos de las Naciones Unidas, gente de la buena de Estados Unidos, todos llamaron a México para pedir que lo buscaran. Recién entonces se organizaron grupos estatales de búsqueda. 16 días después, el 29 de enero, encontraron su cuerpo. Estaba asfixiado, en el agua, con un golpe mortal en la cabeza. Su esposa, Rebeca, no entiende la muerte. “Cómo van a matar a quien nos está dando vida”, repite y repite. Ellos viven –para sostener el presente en el que habla Rebeca- en una zona que antes era boscosa pero que la tala ilegal, el cultivo del aguacate (a la palta le dicen el oro verde de Michoacán) y otros que han ido rasurando de árboles lo que ahora es páramo. Por eso luchaba Homero. Por proteger los santuarios de las mariposas. Y poner el cuerpo para que su casa siguiera estando en pie cada noviembre.

Por eso murió.

Pocos días después apareció el cuerpo de Raúl Hernández Romero, guía del santuario El Rosario. Había desaparecido dos días antes de encontrar a Homero. Dos muertos en un solo enero para la orfandad de las monarcas. Que tendrán dos espíritus más para traerse este noviembre cuando vuelvan de a millones a recordarles a los que matan que nada acaba. Nunca. Y que los muertos, cuando han luchado, regresan mariposa y monarca para dar vuelta el mundo. Y el día en que lo den vuelta, ya se sabe dónde quedarán los postergados de la tierra.

Edición: 3934


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