Ese odio de papá

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Por Claudia Rafael

(APe).- Santiago tenía tres años. Verónica, nueve. Luciana, 11 y Marcos, apenas uno más. Sus vidas no valen nada. Sus vidas ya no son. Su padre, ese hombre que aportó su ADN, que tributó sus gametas para que ellos cuatro fueran, hizo lo que alguien que ama no haría jamás.

¿Qué habrán pensado cuando las chispas del odio se encendieron en los ojos de “papá”? ¿Qué habrán sentido cuando viró una y otra vez sobre sí y arrojó cuchilladas a sus cuerpos? ¿Cómo habrán procesado esos instantes de dolor extremo cuando quien ejerce la crueldad, alguna vez, muchas quizás, los abrazó? ¿Quién, de ellos cuatro, habrá recibido el primer golpe? ¿O habrá sido su mamá? ¿Alguno de los cuatro se habrá escondido? ¿Alguno habrá intentado interponer algún mueble entre sí mismo y el portador de la muerte? ¿O no habrán tenido tiempo de nada? ¿Cómo se tramitan esos segundos de incomprensión? ¿Alguno de ellos habrá intentado resistir? ¿Rebelarse con uno, tres o infinitos alaridos?

¿Alguna vez el asesino le habrá dicho a Marcos, el nene de doce, que hay que ser machos y que los machos vociferan y golpean? ¿Alguna vez le habrá gritado “no llores, pibe que no es de hombres llorar”? ¿Alguna vez habrá tenido un gesto de ternura, una caricia para con ellos cuatro? ¿Les habrá cantado o les habrá contado una historia? ¿Habrá pateado la pelota con ellos? ¿Habrá construido un barrilete? ¿O habrá sido una sucesión de sensaciones de terror superpuestas unas con otras a lo largo de los años?

¿Cuántos segundos transcurrieron entre las cuchilladas y la explosión de la garrafa? ¿Los roció, como dicen los medios santiagueños, con nafta antes de hacer que la garrafa estallara la vida y convirtiera en muerte la historia? Si así fue, ¿habrán sentido el olor adormecedor de ese líquido mientras corría por su piel?

¿Cómo se va transformando una persona en un ser despreciable y sanguinario? ¿De qué manera la sociedad va cincelando sobre seres que alguna vez en su historia fueron niños como Marcos, Santiago, Verónica o Luciana los latigazos del horror? ¿Con cuáles modos la violencia sobre la propia condición humana se inocula para que emerja con la fuerza de una explosión de muerte? ¿Cuánto tiempo se macera el desprecio por la vida? ¿Con cuáles herramientas la sociedad va perfeccionando la impiedad y taladrando sobre la piel de las personas la capacidad infinita de ser atroces y demoledoramente crueles? ¿Hay acaso límite para la brutalidad?

¿Cuánto tiempo habrán debido tolerar los cuatro niños los zarpazos y el fuego del espanto proferidos por ese hombre al que la sociedad, las instituciones, el estado, los organismos de las estructuras inventadas por el pacto social decidieron que se llamaba “papá” y que por eso mismo hasta derecho de ponerle fin a sus vidas le otorgó al mirar para otro lado?

Cuatro nenes y su mamá fueron asesinados en una casa de la Manzana 25, Lote 3 del Barrio Villa del Carmen de la ciudad de Santiago del Estero.

Y la condición humana fue herida irremediablemente de muerte.

Pinturas: Oswaldo Guayasamín

Edición: 3338


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