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Por Silvana Melo
(APe).- La lucha por una tierra donde pisar firme. Donde nacer, sobrevivir apenas, morir temprano. Pero la tierra propia, donde echar semilla y que crezca la brizna como un sueño y después la hoja, el fruto, el alimento y otra vez el ciclo inexorable de la vida. Soledad sobre ruinas, sangre en el trigo rojo y amarillo, manantial del veneno, escudo, heridas. Cinco siglos igual.
Casi el 60 por ciento de los pobladores de Formosa viven bajo la línea de la pobreza o la indigencia.
Gildo Insfran gobierna desde 1995 una de las tierras más castigadas por la miseria. Entre Chaco y Formosa se amontonan los tobas. Los qom -hombres- como prefieren llamarse por pura dignidad, por esa pura dignidad por la que se sostienen en pie a pesar de la desnutrición, la tuberculosis, la sífilis, la carencia de atención sanitaria -si no fuera por los chamanes ya se habrían extinguido para tranquilidad de los buitres de la tierra ajena-, por esa pura dignidad es que rechazan el tová que le asestaron los conquistadores porque los veían frentones a esos seres extraños a los que descubrieron. Y que se rapaban el cuero cabelludo en la zona frontal cuando moría un ser querido.
Donde se acaba el país, allá arriba, está Formosa. Y los qom, seis mil familias empujadas a su propia frontera en las cinco mil hectáreas que ocupan desde la historia inmemorial. Que son propias por origen, por preexistencia, por ancestros. Los quince años de Insfran, justicialista de cualquier gobierno -típica supervivencia aluvional de cucaracha de los gobernadores feudales argentinos- no fueron diferentes de los cinco siglos que la incluyen. Porque son cinco siglos igual. Rodeados de plantaciones de algodón que no les pertenecen. Empujados por límites cada vez más cercanos. Tal vez un día terminen abrazándose amontonaditos en una celda de selva de dos por dos, infectándose juntos de chagas y saqueos. Si no los mata antes la policía.
Es la tierra lo que los muere. Es la tierra lo que les sacan. Es su riqueza en la miseria más atroz. Es la voracidad por los algodonales y los sojales y el dedo índice humedecido que cuenta los billetes.
En octubre de 1947 cientos de hombres y mujeres fueron masacrados por la gendarmería. Los mismos que se empeñan en conservar su lengua en una tierra donde los médicos sólo hablan la propia y jamás entienden que se están muriendo y en la escuela les enseñan a Pizarro y a Saavedra en español y ellos sólo quieren ser qom, encerrados en La Primavera, donde Roberto López se prepara a ser sólo huesitos en su tumba hasta donde lo derrotó una bala de la policía.
Es la tierra. La tierra madre y cobijadora. La tierra que les pertenece. Es la identidad, esa marca a fuego en la piel ajada que todavía sopla furias de todos los tiempos. La que les quieren arrebatar, una vez más, cinco siglos igual.
Por eso cortaron la ruta. Para ser visibles una vez en la historia. Como todos los excluidos de la Argentina. Impedir el paso para decir estamos aquí, somos, nos nombramos como comunidad, como hombres y mujeres. Como niños rotos y con el futuro talado. Aquí estamos, con techos de hojas de palma. Pero vivos.
La policía desalojó a machetazos, a palos, a tiros el corte de la ruta 86. Roberto López quedó en el camino. Tenía 52 años. Gente de más de 60, con los ojos semicerrados por la atávica resignación tiene ahora los brazos azules, las piernas con círculos morados, los huesos rotos. No sólo es el hambre, la sequía impiadosa, el agua podrida, el hospital en otro mundo, la panza tomada por la gastroenteritis. También los golpes. La marca aviesa, ruin, de los golpes.
Fue una decisión política, dice el Gobierno Nacional, no reprimir la protesta social. Pero ellos no son de acá. Serán, tal vez, de todos los tiempos. O de ninguno. Son originarios que pretenden quedarse en paz donde viven desde hace 520 años. Cinco siglos igual. Son distintos, hablan distinto, creen distinto, se mueren distinto. Su corte de una ruta no es igual que otros cortes de una ruta.
Son pobres, otros, ajenos, morenos, pertinaces en una cultura que ya no existe. Que fue atropellada por la soja, los alambrados, la invasión terrateniente, el estado ciego y cómplice, el Insfran que gobierna desde hace quince años una de las provincias más condenadas del país, el silencio de los que gobiernan y de los que quieren gobernar.
No hay multitudes ni discursos opositores ni despliegues mediáticos que pongan el ojo en La Primavera. Como insisten en llamarse, porfiados aunque les venga el invierno porque así son los qom con su tierra, aun cuando los tiraron en las celdas y el agua caliente de a baldes impedía que durmieran. Les quemaron los ranchos. Una bala atravesó a un policía que quedó muerto en las banquinas ya rojas de la ruta. Ellos preguntan qué bala. Pocos imaginan a los qom con armas de fuego. Pocos imaginan a los qom arrebatando la vida cuando sólo desean vivir la propia en paz, pisando su vieja tierra de lombrices y verdores.
"Cayó una lágrima muy grande acá en la comunidad", dice Dalmacio y en su palabra cae el chaparrón diluvial de todas las lágrimas de la historia. En asamblea decidieron que no van a bajar el reclamo por la tierra.
Una lágrima muy grande cae de cualquier cielo. Corre por la ruta 86, como un río torrentoso.
La justicia, la policía, el gobernador Gildo Insfran de los quince años. Ninguno de ellos podrá a balazos con una lágrima.
Edición: 1906
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