Un futuro residual

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Por Oscar Taffetani

(APE).- En 2010 deben regresar de Vandellòs, Francia, hacia algún lugar de España, 678 metros cúbicos de residuos nucleares, de alta y media actividad, que están depositados desde 1989.

Si España no repatría esos residuos, deberá pagar a Francia 49 millones y medio de euros por cada día de retraso.

El módulo de trabajo es un siglo, pero ya se sabe que las barras de combustible, los cristales y los bidones con residuos nucleares mantienen su radioactividad por 10 mil años, el mismo tiempo que la humanidad tardó en llegar desde el período Neolítico hasta nuestros días.

Por la guarda de residuos nucleares la empresa estatal Enresa está dispuesta a pagar al municipio que la acepte 12 millones de euros al año, además de dar trabajo a 100 personas y de construir -preventivamente- rutas para una fácil evacuación del área...

Hasta ahora, no consiguieron en España un solo municipio que levante la mano, o sea: que quiera hacerse cargo de la basura nuclear a cambio de una renta.

El de Vandellòs es apenas un caso en el cada vez más apretado calendario de la basura radioactiva europea, donde está previsto que para 2009 se sature la central española de

Ha habido algunas ofertas de particulares, quienes si fuera posible cederían sus tierras a cambio de la renta. “Que me den 12 millones, que yo me voy a Suiza”, dicen que dijo uno.Cofrentes, por ejemplo, y que para 2011 alguien reciba los residuos de la central de Zorita, que se cerrará este año.

Diario de Elena

Elena Vladimirovna Filatova nació en Kiev, Ucrania, la ciudad donde vive, hace 33 años.

Impactada por la catástrofe de Chernobyl, que la tocó muy de cerca (Kiev está a sólo 140 kilómetros del sitio en el que explotó un reactor), comenzó desde su adolescencia a hacer un registro gráfico y literario de la zona de desastre: un círculo de 30 kilómetros de diámetro que tendrá altos niveles de radiación por 10 mil años, y que recién podrá volver a ser habitado por el hombre cuando pasen seis siglos.

La rutina de Elena, una vez que pudo comprarse una moto de alta cilindrada, era internarse en la Dead Zone (zona muerta) de Chernobyl, con un contador Geiger en el pecho (para medir su propio nivel de radioactividad) y visitar los pueblos y ciudades donde alguna vez se escuchó la risa de los niños.

Ya que el lugar de menor radiación es la cinta asfáltica, Elena sólo se bajaba de su moto para husmear en algún sótano, subir a alguna terraza y tomar fotografías de un paisaje verdaderamente desolador.

Cuando la radiación corpórea llegaba a un punto de riesgo, ella abandonaba la zona muerta de Chernobyl, se pegaba una ducha química en un puesto fronterizo y más tarde, en su casa, editaba el material recogido y lo subía a su propio sitio en la web, buscando llamar la atención al mundo -si es que el mundo presta atención a esas cosas- sobre lo que había pasado en Chernobyl.

En contraste con los 30 muertos que por meses fueron la única cifra oficial de la tragedia -escribe Elena en su bitácora- el número real ya pasó los 300 mil. Más que los de la bomba de Hiroshima.

Pero el número final no lo tendremos nosotros, dice Elena. Y ni siquiera nuestros hijos. Recién nuestros nietos podrán evaluar el daño.

Basureros, se busca

Por gestión del ex ministro de Defensa José Pampuro, en 2004, la Argentina podrá comprar a Francia, por la bicoca de 400 mil dólares la unidad, dos naves de guerra que la armada gala ha sacado de servicio. Se trata de los transportes de tropas Ouragan y Orage, de 6.000 toneladas cada uno.

Los barcos, construidos a mediados de los ’60, tienen paneles internos, tuberías y revestimientos de amianto, un material que según la Agencia Ambiental estadounidense (EPA) es el mayor contaminante cancerígeno que existe.

El riesgo de tripular esos barcos es relativamente bajo, ya que el amianto está recubierto y pintado; pero se vuelve alto en el momento del desguace, es decir, cuando las unidades se convierten definitivamente en chatarra.

Este año, la India -un país que no se caracteriza por la protección ambiental- le rechazó a Francia el obsequio del portaaviones Clemenceau, por no disponer de la debida protección para los obreros que trabajan en el desguace. El presidente Chirac debió ordenar al Clemenceau volver a casa.

Curiosamente, la India aceptó como chatarra el portaaviones argentino 25 de Mayo, en 1999, así como el portaaviones brasileño Mina Gerais, en 2004. Ambos, con gran porcentaje de amianto en su estructura. Pero a partir de este año, fruto de la prédica y de la acción ambientalista, por primera vez dijo no.

Cartoneros globales

De las cuatro acepciones que el Diccionario de la Real Academia tiene para la palabra “residuo”, todas se ajustan al cuadro de humillación y desamparo de nuestros países, que fueron del Tercer Mundo cuando el mundo se dividía en dos; y que ahora que el mundo es uno -y global- disputan un lugar incierto a orillas del banquete de los poderosos

“Parte o porción que queda de un todo”, dice el diccionario. Eso somos.

“Aquello que resulta de la descomposición o destrucción de algo”. Eso somos.

“Material que queda como inservible después de haber realizado un trabajo u operación”. Eso somos.

“Resto de la sustracción y de la división”. Eso también somos.

Pero desde la basura -enseñó el maestro Berni- Juanito Laguna puede remontar su barrilete.

De la basura sale lo único que puede volar, en medio del desastre.

Es la esperanza, siempre nueva, invencible.

No vuela, en realidad, ese barrilete. El mundo pende de él.


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