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(APe).- Y no está Alberto hoy para explicarles a los pibes que esto que estamos viviendo es la carne misma del capitalismo que nos estalla en la cara. Que estamos presos, los niños y nosotros, mutilados de abrazos, cuando deberían ser ellos los presos, los predadores sistémicos que han estragado la infancia de hambre y desencantos, que la han desmontado de sueños y futuro.
Y qué lástima que no está. Hace cinco años que no está. O al menos eso nos hizo creer un día de 2015, un 20 de abril amargo cuando se esfumó por las nubes y el mundo se quedó más solo que nunca. El sur del conurbano, populoso y fatal, lo sigue buscando hoy, en los esqueletos de las fábricas, en las villas con pibes en patas, carne de cañón para todas las enfermedades, para el hambre, el paco, el veneno y la bala de la prefectura. O de la bonaerense o de la gendarmería.
Como escribió para siempre Miguel Hernández, no perdonamos a la muerte enamorada ni a la vida desatenta que decidieron que él no estuviera hoy acá, en tiempos terribles, cuando el capitalismo clava brutalmente los colmillos en la yugular de los frágiles y sólo gente como él tiene el antídoto, sólo los pocos Albertos del mundo saben aplicar los torniquetes de la ternura revolucionaria que puede sacarnos del pavor y el encierro. Para que, cuando pase el terror, cuando se repliegue el virus monárquico con que nos sometieron, poder volver a la calle y encontrarnos con él para cambiarlo todo. Para disponernos a dar vuelta el mundo y poner a los nuestros en la cima.
Porque, de algo estaremos convencidos siempre, Alberto y nosotros: nadie está al resguardo de la esperanza humana.
Que es indomable.
Edición: 3983
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