El frío y el estado en demolición

Empiezan a contarse los muertos por el frío. Pero el frío no mata. Los asesinos son otros. Con rostros y nombres y despachos oficiales. En la calle están los desalojados de sus piezas de alquiler, de sus hotelitos. En un estado en demolición, cuyo representante vive a través de las redes y se pasea por streamings baratos de mameluco y un perro, insultando con rimas de la secundaria.
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Por Silvana Melo

Foto: Rolando Andrade Stracuzzi – Clarín

(APe).- Es ahora, en este momento, cuando comienzan a contarse los muertos por el frío en el país del estado en derrumbe. Que no son los muertos por el frío. Porque el frío no mata. Los asesinos son otros. Con rostros y nombres y despachos oficiales.

Hoy, que fueron tres grados bajo cero en la ciudad más rica, en el conurbano sur, donde la gente no está acostumbrada a un frío que quiebra los muros del cemento y del hacinamiento y se mete en los huesos y no hay cómo desactivar esa muerte. Hoy se naturaliza el hombre de 73 años encontrado en Jujuy enrolladito entre sus piernas para no dejar entrar el puñal de la helada pero entró con la muerte en una esquinita de San Salvador.

O el banco de la plaza 1º de Mayo de Paraná donde se apagó Miguel Antonio Villagra, de 67 años. Amaneció con la helada sobre una piel apenas tapada por frazadas con mucha historia en sus tramas. O el garaje del edificio del centro de Mar del Plata, que no pudo guarecer de la crueldad del viento marino el cuerpo mal alimentado y mal abrigado de Gustavo Héctor Cabello, de 52 años. La muerte lo buscó y lo atrapó la madrugada de la helada mayor, cuando hubo nieve en la costa del atlántico.

Y los muertos de CABA, que no se sabe cuántos son como tampoco se sabe cuánta gente vive en la calle por el increíble problema matemático que aparece entre los números oficiales y los de las organizaciones. Entre 2.000 y 12.000 el año pasado. En el medio hay diez mil personas que se pierden. Seres humanos. No fisuras ni basura que se recoge con camiones de limpieza. Ni daños colaterales del ajuste salvaje. Ni retazos de una sociedad que hay que recortar para depurar y el resto se barre.

Dice Horacio Avila, desde Proyecto 7: “cambiemos la histórica aceptación de las muertes por frío u ola polar; ese frío que te congela el alma cuando estás ahí no te lo volvés a sacar nunca más en tu vida”. Horacio Avila estuvo ahí.

En estos días están en todos lados. Aun donde no estaban nunca. Desalojados de sus piezas de alquiler, de sus hotelitos, con sus familias de sus casas, echados de sus trabajos, desterrados de un mundo que ya no les pertenece. De un territorio pensado para pocos. Que no los incluye. Con un estado que les niega alimentos, abrigo, techo, seguridad. Un estado en demolición, cuyo representante ocasional vive a través de las redes y se pasea por streamings baratos de mameluco y un perro insultando con rimas de la secundaria. Mientras su cohorte deja a la buena de dios a la niñez, a la vejez, a los enfermos terminales y a todos aquellos irresponsables que pongan en peligro la sacralidad del déficit cero.

Mientras tanto la narcosolidaridad pone los pies en los barrios populares y el individualismo social determina que la democracia mínima (apenas un voto cada dos años), se caiga en el desánimo ante la urna y la indiferencia ante el dolor del otro.

Foto: 0221.com

Sesenta muertes hubo en la primera parte del año en la vida de calle de CABA. Esa sociedad crecida en la inhumanidad de la ciudad más pudiente, esa sociedad invisible aunque aparezca todo el tiempo delante de los ojos multitudinarios del cotidiano federal. Sesenta muertos por la violencia del abandono, del olvido, de la carencia absoluta. Con la suma fatal de un frío polar inédito en las últimas dos semanas.

Sesenta muertes que nadie cuenta, salvo las organizaciones que ponen el hombro donde debería estar el estado, copado por el topo que lo carcome por dentro mientras vocifera en foros internacionales y posteos de X sin haber pisado jamás un barrio popular.

Mientras los alimentos y las frazadas siguen apilándose en los depósitos del ministerio de capital humano, verdes de humedad, lejos de quienes tienen frío y hambre.

Una fotografía vehemente de la impiedad.


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