Votos robados en los jardines del 2001

Dicen que el azar es un artificio que reemplaza la imposibilidad de medir con certeza las infinitas causalidades que determinan la realización de un determinado suceso. Lo que sucedió aquel 20 de diciembre de 2001 se replica en una mala copia feroz.

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Por Alfredo Grande

(APe).- Dicen que el azar es un artificio que reemplaza la imposibilidad de medir con certeza las infinitas causalidades que determinan la realización de un determinado suceso. Algo de eso me debe haber pasado la noche del 20 de diciembre de 2001. Empecé a escuchar el cacerolazo, casi inmediatamente después de que el presidente Fernando de la Rúa decretara el estado de sitio. Empecé a ver por televisión las imágenes de mucha gente acercándose a la plaza de mayo.

Como tantas otras veces, respondí a un impulso. Le expliqué a mi perra bóxer Sarabi que me tenía que acompañar a una marcha. Como tantas otras veces, Sarabi me miró con expresión resignada. Le expliqué que había riesgo de que su alimento especial fuera tan caro que si no hacíamos algo tendría que comer las sobras, con el agravante de que hacía tiempo que no había banquetes. Logré despertar cierta motivación en acompañarme.

Subimos Sarabi y yo al fiel Duna y me mandé por la calle Hipólito Irigoyen. Encontré un lugar para estacionar a dos cuadras de la calle Bolívar. Antes de bajarme, volví a bajarle línea a Sarabi, que en un código de ladridos sordos me deseó suerte y que luche por su comida.

Rápidamente me mimeticé con diversidad de voces, gritos, personas encolumnadas, otras solas. Familias, militantes de diversos orígenes y diversos destinos. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” era la consigna cantada con más energía. “Piquete, cacerola, la lucha es una sola” se escuchaba también con enorme intensidad.

Mientras trataba de encontrar a los camaradas del Partido Comunista, la encontré en una nutrida columna de la Juventud Peronista. No creo en nada que sea a primera vista, tampoco en el amor. Quizá nunca fue amor. Digamos que se armó rápidamente un Frente Afectivo Combativo.

El mismo día que Néstor Kirchner asumió como Presidente de la República el 25 de mayo del 2003, nació nuestro hijo.  Quizá una de las mejores consecuencias de la pueblada del 2001.  En chiste decíamos que no se fueron todos, pero al menos vino uno.

Cuando se produjo la devaluación en el gobierno de Cristina Fernández siendo ministro de economía Axel Kicillof, nuestro Frente Afectivo se rompió definitivamente. Entre la comunidad organizada y la lucha de clases había mucho más que una grieta. El 23 de enero de 2014 la devaluación incluyó a nuestra relación. Nuestro hijo tenía 11 años y era el recuerdo más intenso de esas jornadas del “que se vayan todos”. De manera vergonzante, acordamos el pacto perverso de mandarlo a una escuela privada. No me enorgullezco de eso, pero creo que ya no importa demasiado.

El domingo 19, la semana pasada, nos encontramos para hacer el pase de nuestro hijo. Los resultados electorales nos habían derrumbado. No intentamos hablar de eso. Nuestro hijo de 21años festejaba con sus amigos y amigas el triunfo de su amado candidato. La sensación de fracaso fue inevitable. Por debilidad más que por criterio, ninguno hizo referencia al origen militante y combativo de nuestro hijo y su destino actual anarco capitalista. Quizá nuestro último acuerdo fue ser piadosos con nosotros mismos. En algún televisor prendido en algún luchar escuchamos a los seguidores del candidato libertario triunfador: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo

Nos miramos y fue la última vez que lloramos juntos.

Nota: El título de este artículo parafrasea al libro de Jorge Asís “Flores robadas en los jardines de Quilmes


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