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Por Alfredo Grande
Dedicado a Micaela García, mártir de la cultura represora
(APe).- Que el dolor no tape la furia, que la furia no oculte el dolor. No todas son Micaela, quizá muy pocas sean como Micaela. Quizá eso tenga importancia, quizá no. Una sola Micaela no sobra, pero basta. Es la marca, la señal, de que no siempre habrá pobres entre nosotros. Porque la pobreza verdadera, de la que no hay retorno, es considerarla como un orden natural, estructural, incluso como un privilegio del justo y del bueno. Todas y todos los que combaten contra todas las formas de pobreza tienen una riqueza que ni un Midas, ni un burócrata a sueldo, tendrá jamás. Porque pueden dormir con la inmensa satisfacción del placer cumplido.
No hay mayor placer que enfrentar al represor afuera, mientras el represor nos ataca desde afuera, pero muy especialmente desde adentro. Cuando leo: “la policía reprimió” creo que estamos cometiendo un crimen de lesa política cultural. Porque la policía golpea, empuja. “pimentea”, cascotea, patea, desgarra, quema, secuestra. Pero la represión es otra cosa. Reprimir es desalojar. Nada menos. O sea: que la cultura represora desaloja todas las formas no represoras de vivir. Reina el mandato y esclaviza el deseo. No se trata de que este modelo no cierra sin represión. La democracia no cierra sin represión.
El martirio de Micaela no fue un acto represivo. Micaela luchaba contra una cultura de la represión instalada desde mucho antes que ella naciera. Pero la represión estructural, tan democrática, tan burguesa, tan electoral, tan publicitaria, se ha invisibilizado. Como en la mítica propaganda de gillete del genial Norman Briski , “no la veo ni la siento”. Como burrito de teniente, llevamos carga y no la sentimos. Sentimos sus efectos más letales: tarifazos, aumentazos, inflación, desempleo, empleo precarizado, hambre, hogares organizados en las veredas, alimentación y calefacción a drogas. Entonces, y no siempre, reaccionamos. Con mayor o menos convicción, con mayor o menos intensidad. Eso que las canallas gobernantes llaman violencia. O sea: es violento el que combate la violencia y es hombre de bien el que se somete a todas las violencias. Y sigue sonriendo porque el fondo monetario nos ama.
Entonces el problema no es si el modelo económico actual cierra o abre sin represión. La represión es constitucional, porque no gobernamos, ni deliberamos, sino a través de nuestros representantes. Que nunca nos representan y menos nos presentan. El problema es si este modelo, el de la economía burguesa, cierra o abre sin asesinatos, secuestros, tortura, reducción a servidumbre, masacres de todo tipo, incluso culturales. Porque para el gran, mediano, pequeño burgués, siempre hay que conquistar un desierto. Lo llaman nichos del mercado. Pero es lo mismo o es peor. Los espejitos de colores hoy son la industria de la publicidad.
Tenemos que reprimir al represor, como nos enseñara el filósofo gladiador, León Rozitchner, como alguna vez me permití bautizarlo. Micaela lo logró. No le costó la vida. Le costó la muerte. Pero de esa muerte siempre estará volviendo. Darío Santillán, Maximiliano Kosteki, Víctor Choque, Teresa Rodríguez, Luciano Arruga y demasiados más, solo están muertos para ese planetario cementerio que es la cultura represora. Los que violentamos a la cultura de la muerte, los que sostenemos el odio a nuestros enemigos, los que sentimos el dolor y la furia, sabemos, con el saber y el sabor de la lucha, que la inmortalidad es la riqueza de los luchadores. “Solo saben los que luchan”. Y es saber, es placer y es fuerza y será poder.
Hay demasiadas formas de ser crucificado y demasiadas formas de resucitar. Que cada uno ejerza el derecho de elegir la suya. Los que siguen teniendo sus banquetes, repartiendo más o menos sobras, morirán del todo. Estarán totalmente muertos apenas sus cuerpos sean enterrados en algún cementerio privado, el último country. En nosotros habrá dolor y habrá furia. Habrá penas y habrá olvidos, como nos enseñó el gordo Soriano. Pero también habrá alegrías y habrá recuerdos. Entonces volverás… y serás también, millones.
Edición: 3375
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