Trenes que pasan por la puerta de casa

Vivir y morir en las vías

Decenas de asentamientos se extienden al costado de las vías. En terrenos que son fiscales, que nadie puede reclamar, donde el desalojo es improbable y la muerte pasa, como indiferente, todos los días. Hasta que uno de esos días se detiene. Y se lleva a un niño para siempre.

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Por Silvana Melo

(APe).- La última fue la muerte de un chiquito de menos de dos años bajo el tren que pasa a la orilla de su casa en Florencio Varela. La más cercana de las tragedias ferroviarias que en realidad son desgracias en el patio de casa en decenas de asentamientos que, en todo el país, se extienden al costado de las vías. En terrenos que son fiscales, que nadie puede reclamar, donde el desalojo es improbable y la muerte pasa, como indiferente, todos los días. Hasta que uno de esos días se detiene. Y se lleva a un niño para siempre.

Barrios populares, tomas de tierras que se vuelven asentamientos y luego crecen como villas sin agua, sin luz y sin algún cuidado básico para la vida. Todos los días ven pasar el tren a metros de su puerta, en el patio de su casa, donde juegan los chicos, duermen los perros, se pelea al hambre y se soporta el verano en el aire que vibra en los pies y en las casas cada día.

El tren pasa por Temperley y los niños y las cosas salen de las vías. Después vuelven. Foto: Mariana Nedelcu, La Izquierda Diario

Era 27 de septiembre. Y era Florencio Varela.

Un año y diez meses tenía Nathanael Moreira, que salió de su casa y el tren Roca estaba ahí, a metros apenas, en el patio.  El no vio el tren y su hermanita de 14, que lo tenía a su cargo, no lo vio salir. Un desastre entero, de principio a fin, donde un sistema que elige a un puñado y descarta a millones desplegó todas sus herramientas. Familias viviendo a la orilla de las vías. Familias sin nada. Sin trabajo, sin casa, sin una vida en la que la muerte no sea una acechanza constante. Familias sin más sueños que la comida próxima. Sin más tierra que la que se pudo conquistar. Sin más futuro que las migajas sistémicas concedidas. Una nena sola, con su hermanito a cargo. Y una desgracia inexorable.

Un mes y medio antes Thian Gadiel Alfaro, de cuatro años, se soltó de la mano de su mamá, cerca de su casa. A la altura de la estación Bosques. Quiso cruzar las vías y cuando vio el tren “se quedó paralizado”, dicen los testimonios.  Para redondear una tragedia en la que las responsabilidades están muy lejos de sus víctimas, el motorman de la locomotora –que por supuesto no pudo frenar- fue molido a golpes por vecinos. No olvidará jamás la imagen de Thian y su imposibilidad de salvarlo. No dejarán de dolerle jamás los golpes que recibió.

Descarrilamientos

Un descarrilamiento del Belgrano Cargas en 2018 en Santa Fe desnudó la escena de la pobreza en la provincia. Familias enteras apiladas en zonas de extremo peligro: a la orilla de las vías del ferrocarril, en terrenos inundables, sobre basurales que no permiten un cimiento fuerte, con techos de cables y el tren que pasa a centímetros de los ranchos. El tren, en la paradoja constante del modelo, lleva la soja a las terminales portuarias del Gran Rosario. En su transcurso, pasa por el barrio La Lona y por Santa Rosa de Lima. En 2010, recuerda El Litoral, un tren atropelló a Abigail Palomé. Tenía menos de dos años. Salió corriendo de su casa para seguir a su mamá.

Un año después otro descarrilamiento destruyó cuatro casas, ocasionalmente vacías, en el barrio Ludueña. Más intemperie.

Hasta el año pasado, el tren atravesaba la villa en las puertas de las viviendas. Foto: Ricardo Pristupluk - La Nación

Decenas de familias viven en el “Barrio José Luis Cabezas”, de Berisso, y en Temperley, a la orilla del paso del mismo tren. Pero mientras no pasa, sobre las mismas vías. Cuando lo ven venir, quitan sus cosas y sus perros hasta que la formación termina su desfile cansino. Y las cosas vuelven a su lugar.

Las casitas de chapas y cartones suelen perder alguna pared cuando pasa el tren. La vibración puede muchas veces con su fragilidad. Cada vez las mamás corren para ver que sus hijos no estén en las vías. Un operativo rescate cotidiano. Claro que el espacio que queda entre las casas y las vías es cada vez mejor. Porque el barrio crece. Como crece la cantidad de mujeres, hombres y niños descartados a las orillas de la vida. Una foto del sistema más injusto. El que rige el mundo. El de esta tierra y el ajeno.

En la villa 21-24

Desde el año pasado ya no pasa el tren de cargas de Ferrosur Roca por el medio de la villa 21-24 de Barracas.

En agosto Luján Sofía Caballero y su hermanito intentaron cruzar las vías, lo que implica cruzar la calle. En realidad, el pasillo, una especie de calle angosta por donde se circula en las villas. A veces su ancho deja pasar un auto. Otras, un tren. Que casi toca la ventana. Y hay que meterse en casa porque no hay lugar para el tren y un niño, por ejemplo.

Luján se resbaló sobre las vías y antes de ser atropellada pudo empujar a su hermanito y salvarlo.

Las vías fueron construidas a mediados del siglo XIX. Casi un siglo antes de que naciera la villa. Los que responsabilizan a las víctimas de un modelo expulsivo que condena a millones a la intemperie ponen sobre la mesa de discusión la preexistencia. Concepto que se diluye a la hora de respetar otras preexistencias: la de la tierra, por caso. Directamente relacionada con la intemperie de hoy.

En Ingeniero Budge nació el barrio “Las vías” donde pasaba el Belgrano Sur y volverá a pasar en algún momento. Quienes alzaron sus casas allí saben que el desalojo es un amanecer que acecha. No hay certezas en sus vidas. Ni el alimento ni la salud ni la casa que no se lleve el tren. Mientras, hay que buscar agua en alguna parte.

Y engancharse al cielo de cables.

Que es el único que tienen asegurado.

Foto de portada: Mariana Nedelcu, La Izquierda Diario


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