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Por Oscar Taffetani
(APE).- El documentalista salteño Ricardo Preve, residente en los Estados Unidos, le pregunta por la calle a un norteamericano si sabe lo que es el Chagas. “Un programa de televisión”, responde el interpelado. El sintético testimonio está incluido en el filme Chagas, un mal escondido, recientemente exhibido en Buenos Aires.
La enfermedad conocida científicamente como Mal de Chagas-Mazza afecta, sólo en América latina, a más de 18 millones de personas.
En nuestro país, principalmente en la región Noroeste, son 2.300.000 los infectados. El caudal se mantiene y acrecienta, con el paso de los años.
Las muertes por problemas cardíacos de los enfermos chagásicos se producen, sólo en la Argentina, a un ritmo de 20 por día.
El Chagas causa más muertes que el Sida, aunque no alcanza a sacudir la conciencia ni a mover a la acción a los funcionarios de Salud y a los gobernantes.
El olvido farmacéutico
Fue un médico brasileño, Carlos Chagas, quien descubrió en 1909 el parásito que provoca la enfermedad -bautizado trypanosoma cruzi- y también su exclusivo vector: la vinchuca.
La pregunta que inmediatamente surge es por qué un mal descubierto hace casi cien años, y cuyos estragos son mayores que los del HIV-Sida, no cuenta aún con una vacuna preventiva o con medicamentos eficaces.
Responden a esa pregunta dos especialistas:
“La Organización Mundial de la Salud considera al Chagas una enfermedad olvidada, tanto por la falta de recursos puestos en combatirla como por el olvido de la industria farmacéutica (...) Cada día surgen más y mejores drogas para el tratamiento de la hipertensión o los disturbios del colesterol, porque son más rentables. Sin embargo, a pesar de que el Chagas afecta a aproximadamente 18 millones de personas en Latinoamérica, dado que pocos podrían costearse un tratamiento y que la investigación es muy cara, no se elaboran nuevos medicamentos contra esta enfermedad”, dice la doctora Nilda Graciela Prado, responsable de la Red de Chagas del Hospital Argerich.
Por su parte, Claudia Ermeninto, integrante de Médicos Sin Fronteras, apunta que son los niños las principales víctimas del olvido: “El nifurtimox y el benzidazol son los únicos medicamentos disponibles. Pero no existe presentación pediátrica de esos fármacos, a pesar de que los niños son el grupo de población con mayor respuesta positiva al tratamiento...”
Vindicación de Mazza
La vinchuca es un vampiro diminuto, con forma de insecto, que pica a los hombres, las mujeres y los niños cuando están dormidos.
Anida en los gallineros, los establos, los ranchos y construcciones precarias. Duerme de día, sale a alimentarse de noche.
Cuando la vinchuca es portadora del trypanosoma, su picadura representa, para el ser humano, el ingreso al doloroso mundo del Chagas.
Por eso el médico bonaerense Salvador Mazza (1886-1946), quien dedicó su vida a la investigación del Chagas, intentó en vano convencer a los dirigentes y señores feudales de las provincias sobre la necesidad de ahorrarle al pueblo tantas muertes innecesarias; sobre la necesidad de que todos tengan una vivienda digna, que no sea morada de parásitos ni vinchucas.
Los poderosos, entonces, lo satanizaron. Dijeron que quemaba los ranchos, que estaba contra las tradiciones, contra el “ser nacional”...
A sesenta años de su muerte, en pueblos salteños como “Salvador Mazza”, todavía se ven niños con el complejo oftalmo-ganglionar o Signo de Romaña, es decir, con la marca imborrable del Chagas en su rostro.
Los impensables aliados
En los borradores del ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas), en el Capítulo VI, que trata sobre las disposiciones medioambientales y sanitarias, se reconoce “el derecho de cada Parte a establecer, internamente, sus propios niveles de protección ambiental y sus prioridades...”
Esa cláusula, redactada con la intención de desligar a los socios privilegiados del convenio (Estados Unidos y Canadá) de cualquier responsabilidad sobre la contaminación o sobre las falencias sanitarias de los otros países asociados, podría funcionar como un boomerang en el caso del Chagas.
Cerca de 500 mil inmigrantes ingresan por año en los Estados Unidos. En su gran mayoría, son trabajadores ilegales, aptos para levantar cosechas, para ocuparse de la limpieza de las casas y las calles o para cumplir jornadas a destajo en fábricas, talleres y depósitos industriales, aunque no para recibir una “tarjeta verde” de residencia.
Entre esos cientos de miles de trabajadores -provenientes de Centro y Sudamérica, fundamentalmente- algunos llevan en su sangre el trypanosoma cruzi, es decir, el parásito causante del Mal de Chagas.
Han sido alertados los hospitales estadounidenses sobre una inevitable propagación del mal -a partir de las transfusiones de sangre de donantes infectados- en los años que vienen, en territorio de los Estados Unidos.
Por eso, de ponerse en funcionamiento el ALCA, la administración estadounidense se vería obligada a invertir en el desarrollo de una nueva medicación y de una vacuna preventiva.
La Unión Europea deberá hacer otro tanto, si no quiere que la enfermedad cause estragos en su propia población inmigrante, llegada del África subsahariana.
Del mismo modo que el traslado del HIV al hemisferio Norte impulsó en los ’80 la investigación y desarrollo de “retrovirales” como el A.Z.T., ahora la pandemia del Chagas podría obligar a los Estados y a las multinacionales de la salud a invertir en el desarrollo de medicamentos y vacunas para un mal que ha durado -desafiando al refranero- más de cien años.
Entonces, el trypanozoma cruzi y su histórico vector, la vinchuca, habrán ganado, paradójicamente, una batalla contra la hipocresía y el olvido.
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