Villa Allende, Esperanza y “el niño obrero”

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Por Carlos del Frade

(APE).- Villa Allende es una población cordobesa atravesada por la belleza de sus sierras y un aire que se saborea. Pero el sistema que explota hombres y paisajes llega a todos lados, a todos los rincones de esta cápsula espacial llamada planeta Tierra. El crematorio que funcionaba en Villa Allende intoxicó con plomo la sangre de los que viven cerca. Y como siempre, los más castigados entre los castigados, los más vulnerables entre los vulnerables, son los chicos.

 

Allí, a menos de diez metros del incinerador, funciona una escuela a la que van cuatrocientos pibes entre primaria y jardín de infantes.

Dicen los que saben que el plomo en la sangre puede provocar trastornos tales como retraso mental, deficiencias motoras y problemas de crecimiento.

Los vecinos del lugar llegaron a denunciar a un organismo oficial de la provincia mediterránea por “dibujar” los resultados de la presencia de plomo en la sangre para que surjan guarismos que entren en los límites de tolerancia internacional.

Por eso pidieron hacer un nuevo estudio con un organismo dependiente de la Universidad de Buenos Aires.

Apuntan que “de los 51 análisis realizados todos detectarían plomo en la sangre. Más de la mitad de los casos son de niños, lo que indicaría que el metal ingresó al organismo en los últimos años”, sostuvieron.

No muy lejos de allí, en el centro de la provincia de Santa Fe, en la ciudad de Esperanza funciona la curtiembre de mayor producción en el mundo, SADESA.

Pero a partir de la muerte de Verónica Appelhans, el 27 de setiembre de 2000, el clima social y político cambió en esa ciudad santafesina. Leucemia aguda en una nena de doce años.

Desde aquel momento la empresa todopoderosa estuvo en el ojo del huracán.

Comenzaron los análisis de los residuos de la curtiembre y se encontró una alta concentración de cromo, material cancerígeno.

Uno de los responsables del semanario “Edición Uno”, Raúl Cueva escribió un libro conmovedor “La hermandad de Verónica” en el que narra su propia transformación a partir de la investigación sobre las causas de la muerte de la niña.

“No puede ganarse ninguna guerra sin muertos”, comienza el sexto capítulo de la segunda parte titulado “El niño obrero”.

Cueva narra que frente suyo está un ingeniero, “un industrial de éxito, de reconocida capacidad profesional e intelectual y un empresario lo suficientemente influyente como para que nadie pierda la ocasión de escucharlo”.

El periodista cuenta que el directivo agregó: “¿Ha visto usted acaso una guerra sin muertos? ¿Estaría usted dispuesto a impulsar la sanción de una ley que instaure la emisión cero de cualquier sustancia que no sea la que por naturaleza integre el medio ambiente? No, ¿verdad? No podríamos. Desde que el hombre se irguió y mató un animal con una herramienta que no fuese su propia mano, desde que hizo la primera fogata y tumbó un árbol para construir una choza se adueñó de lo que para los creyentes es la creación y para los agnósticos su entorno natural”.

-Si vemos los resultados del relevamiento epidemiológico, los índices de malformaciones congénitas, las leucemias y sobre todo los niños víctimas de patologías que derivan con mayor incidencia, los factores ambientales; niños, señor...

“Entonces todo cambió, la semipenumbra se cargó de incertidumbre, las mandíbulas del viejo cayeron con un peso muerto y solo se escuchó en el breve silencio el entrechocar de los pedazos de hielo en la copa.

-¡Vuelvo a decirte lo que tocamos al principio de la reunión: todo cuesta, por todo se paga un precio! ¡Niños!, ¿querés escuchar hablar de chicos? ¿Sabés cómo construyeron los ingleses su poderío industrial y el desarrollo económico de Occidente? Con el niño obrero, el niño que moría a los nueve, a los diez, a los quince años, con los pulmones apelmazados de hollín y el lomo hinchado a latigazos... ¡Sus niños!, no los negritos que trajeron de África ni los que explotarían después en la India. ¡Sus niños! Pagaron sus niños, pagaron las muertes y compraron las vidas que necesitaron para estar donde están. ¡Mirá un poco alrededor, carajo, y preguntate por qué los gringos son los dueños del mundo!”, finaliza el texto literario del periodista de Esperanza.

El pensamiento del empresario del centro santafesino es el que parece habitar en aquellos que fueron responsables del incinerador de Villa Allende y en otras tantas cabezas que hacen de los pibes simples anécdotas al costado del “desarrollo económico de Occidente”.

Fuente de datos: La Voz del Interior - Córdoba 16-02-05

 


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