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Por Sandra Russo
(APE).- En el Chaco, la mitad de la población está desocupada y sobrevive con alguno de los 113.000 planes Trabajar. Que una familia sobreviva de ese modo implica que sobrevive mal. Y cada tanto, alguno de esos dramas salta a la tapa de los diarios locales. O a sus avisos clasificados.
En el diario Norte, de la capital chaqueña, apareció recientemente un aviso que resguardaba la identidad de una pareja que ofrecía el vientre de la mujer para un embarazo de terceros. Se trata de una pareja de jóvenes que reside en Castelli, a 300 kilómetros de la capital, y que vive una situación límite, de una pobreza que ya no resisten. No forman parte de lo que se denomina pobreza estructural: tanto él como ella cursaron estudios primarios que completaron y en el caso de él, una escuela secundaria que debió abandonar en un determinado momento de su vida, cuando se vio obligado a salir a hacer changas para comer.
Él tiene 26 años y se dedica a aprovechar trabajos ocasionales: hace instalaciones eléctricas y trabaja en construcción, manejando tractores. Su último trabajo fue en ese rubro, arriba de un tractor instalando cloacas, pero lo dejó porque no le liquidaban sus jornales.
Ella tiene 29 años, hizo la escuela primaria y ya es madre de tres niños: dos nenas de siete y cinco años, y un bebé de dos meses.
Ella es la dueña del vientre que ahora ponen los dos a disposición de alguien que pague por él.
Él, ella y los tres niños viven hacinados en una pieza que les ofrece el padrastro del joven. Ese hombre es además quien los sostiene precariamente, gracias a su trabajo como soldador en una herrería artística.
Agotadas sus esperanzas y expectativas, él y ella concluyeron que lo único a lo que pueden sacarle algún rédito es al cuerpo de ella. Y los dos lo ofrecen, como un recipiente o un último recurso, para palear el hambre que los amenaza, aunque no sin una fuerte dosis de humillación.
Él y ella publicaron ese aviso clasificado, que es a la vez un grito, que es a la vez una postal de desesperación.
Fuente de datos: Diario La Nación 04-09-06
Cruzar el río era un problema para los chicos que vivían en Merlo. Entonces, Florencio Molina Campos construyó una canoa e inició la alegre rutina de pasar a los niños de una a otra orilla, remando.
Ya estaba vigente la ley 1420. Ya habían muerto Miss Moore y Miss Koller. Pero los chicos a la vera del río Reconquista, en aquellos terrenos que a duras penas comenzaban a urbanizarse, no tenían escuela. Por eso, sin esperar un subsidio ni pedir nada a cambio, ellos comenzaron a hacer lo que hacía falta.
No eran héroes. No eran seres sobrenaturales. Florencio y Elvirita, lo mismo que aquellos impresionistas franceses de 1874, orgullosos de ser rechazados, lo mismo que el cura Don Milani o que Eugenio Barba, eran maestros.
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