Vidas de maestros

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Por Oscar Taffetani

(APe).- Algunos sindicatos docentes vienen desarrollando talleres y encuentros, en los últimos años, bajo el sugestivo -y muy freudiano- título de El malestar docente. "La situación de pobreza extrema –se dijo en uno de esos encuentros- nos llevó a convertirnos en contenedores sociales, en vez de ahondar en estrategias pedagógicas. (…) La crisis ha hecho que los docentes estén más preocupados en los insumos para los alimentos del comedor que en las cuestiones de calidad educativa…” Como aporte a ese debate, creemos oportuno refrescar la memoria sobre el ejemplo silencioso de dos maestros argentinos.

En su relato “Shunko”, el maestro rural Jorge W. Ábalos describía a fines de los años ’50 la dura y bella experiencia de un docente con hábitos urbanos, puesto a convivir (es decir, a enseñar y aprender) junto a los niños shalakos, habitantes del insondable Chaco santiagueño. Ábalos -gran colaborador del médico Salvador Mazza- enseñó a leer y a escribir, y también a lavarse la cara y a vestir; y aprendió a la vez, de sus niños, a reconocer los bichos del monte, colaborando luego en su estudio y en el desarrollo de vacunas y antídotos. La sabiduría de los niños shalakos llegó –a través del maestro Ábalos- a las universidades de Tucumán y Córdoba, y también a las de Río de Janeiro y Harvard.

Otro docente que supo enseñar y aprender, sobreponiéndose a la desidia y el olvido estatales, fue Jorge Augusto Mendoza, hijo de Nicolaza Nelson de Mendoza, directora de la Escuela Nacional Nro. 112 de Chucalezna, perdida en un valle de los Andes jujeños. La escuela de Chucalezna era, en palabras del maestro Mendoza (recién egresado de la prestigiosa “Prilidiano Pueyrredón”, allá por los ‘60) “un ranchito humilde y prolijo, de paredes blancas, armado con bloques de barro y paja...”

Jorge Mendoza y su madre Nicolaza les dieron de comer y de leer a sus niños. Y también les enseñaron a poner sobre los papeles, las paredes y las telas todos los colores del amanecer y el atardecer en los valles.

La experiencia fue recogida en el bello cortometraje “Chucalezna” rodado por Jorge Prelorán, uno de los padres del documentalismo argentino. Y las admirables pinturas de Juan Humberto Aracena, Zoilo Gaspar, Dominga Saiquita y otros niños de la escuela son hasta hoy exhibidas en museos de la Argentina y el mundo.

Malestar vs. bienestar

La perspectiva sindical para el abordaje del problema docente no es la única posible. Debe completarse siempre con esa otra perspectiva, vivencial y pedagógica, que brinda el contacto directo –solidario- con el dolor, las alegrías y las esperanzas de la comunidad educativa. El tiempo empleado en “contener” a un niño golpeado por la pobreza y el desamparo, por eso, no es nunca un tiempo perdido para el docente. Ni puede ser excusa para dejar de ahondar en las “estrategias pedagógicas”. Ni una excusa para privarse de eso que puede ser –tratándose de docentes- otra forma de la felicidad.

La demanda educativa incluye (de más está aclararlo) el bienestar del docente. Pero el docente, antes que un burócrata, es un ser dispuesto a dar, a enseñar y aprender, siempre.

En 1929, ilustrando sobre lo relativo de cualquier apreciación, Sigmund Freud concluía uno de los capítulos de “El Malestar en la Cultura” con las palabras que el poeta Schiller había puesto en boca de un buzo que acababa de emerger de las profundidades: “¡Alégrense los que puedan respirar, a la rosada luz del día!”

Edición: 1448


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