Vidas de madrugada

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Por Silvana Melo

        (APe).- Esa vida que le crece adentro no estaba en sus planes. En realidad, Carla no tenía planes. A los 16, andaba la vida en un presente permanente, sin más sueños que cazar un amor pequeñito, que llenara de mariposas un par de horas de su vida. Un amor de cuerpo puesto al servicio, aturdida por el humo, disociada por ese maridaje fatal de las pastillas y el alcohol. Pero un amor al fin. Aunque después desapareciera como lo hacen los amores breves. Que tocan y se van.

En cambio Yesi sabía lo que podía suceder. Estaba tan lúcida como enamorada. Y se arrojó a una pileta sin conocer el fondo. Desafió a la vida y ahí prendió. En la tierra menos 

pensada. Cuando él dejó en claro brutalmente la brevedad de ese amor, ella supo que tendría un hijo y que ese capital derogaría para siempre a la soledad en su vida. Jamás había tenido algo suyo. Y se sintió lo que era en ese instante: diosa, creadora, deidad, providencia. Sería capaz de abrir su cuerpo en dos y remontar un pequeño barrilete unido a ella por esa cuerda que una vez cortada será vida independiente.

Las dos saben que sus hijos serán tan niños como ellas. Tan frágiles y tan solos. Abrigándose el uno en el otro para probar de crecer a la vez.

Cien mil nacen por año de mamás chiquitas, a veces nubladas por el consumo, otras por la soledad. A veces víctimas del abuso –casi siempre en casa, de familiares directos o parejas de sus madres o tíos ocasionales, pero en la casa, donde la vida debería ser segura-, a veces en martirio por abandono.

Suelen tener entre doce y diecisiete. Abandonan la escuela o la escuela las abandona. Son pequeñas para trabajar (la ley no se lo permite) y la casa paterna suele no tener lugar para ella y su descendencia. Ya antes no lo tenía. Por eso ella se iba tanto y consumía tanta esquina y calle infinita. Saben que no podrán trabajar cuando tengan la edad. Porque nadie les cuidará el niño. Saben que perderán a las amigas de noches y calles. El niño es un límite férreo.

Donde estén, deberán arreglárselas solas. Buscando ese plan que les dijeron que cubre al menos un pedacito de la vida de su hijo. Pero no creando el hijo porque le caerá del cielo el plan. Quienes hablan de las “chinitas que se embarazan para cobrar la asignación” no las conocen y las desprecian. El hijo cae para retener a su pareja o para retener su propia vida. No aparece luego de planear y calcular un subsidio de 837 pesos mensuales.

Se las suele ver con el cabello rasurado a la derecha y largo a la izquierda. Con piercing en la nariz o en los labios. Con retazos del cabello rojos, con la panza al aire si da el clima, cuando las remeras no alcanzan a ocultarla. Caminando cansinas, panza adelante, desafiando al mundo con un arma fatal. A veces sin padre, otras con otro niño a su lado. Flaco y con visera hacia atrás, asustado de lo que viene. Sin conciencia de lo que significa ser padre a la madrugada de la vida.

Uno de cada seis nacimientos en el país es hijo de madre adolescentes. La mayor parte no deseaba a ese hijo. De cada 18, 17 viven en una profunda vulnerabilidad social (Ministerio de Salud de la Nación). La mitad de los adolescentes usa presevativos en forma regular. Un tercio reconoce no haberse cuidado en su debut sexual (Sociedad Argentina de Ginecología Infanto Juvenil). Un gran porcentaje se aferra al mito de que la primera vez no embaraza. Entre las madres pequeñas el 2,9% tiene un bajo nivel de escolaridad y no completaron la primaria. El 24,8 % sólo completó la primaria. La mayor parte del procentaje de deserción de las chicas en el nivel secundario es la maternidad. Sólo una tercera parte de las alumnas embarazadas termina la escuela (Centro Latinoamericano Salud y Mujer). Muchas de ellas sufren situaciones de violencia en la casa paterna o con sus parejas y acceden apenas a una deficiente atención de su salud. Parte de los embarazos tempranos no tiene ningún control. La vulnerabilidad se traslada automáticamente al niño. Y se transforman en dos víctimas. De la violencia, del desamparo, de la languidez sanitaria, de la pésima nutrición. De una soledad que amenaza quedarse para siempre.

Dos de cada tres no planeaban tener un hijo. Y lo que les apareció en la panza les alteró una vida que no tenía más futuro que la mañana siguiente. En la mayor parte de los casos, no desconocían la existencia de los métodos anticonceptivos. Y sabían cómo usarlos. Pero en el suburbio de la conciencia no se prevé el propio cuidado. Ni se permite la dimensión del riesgo corrido. “Estaba fuera de control”, “no me importaba nada”, “creí que ella se cuidaba”, “había tomado” o “había consumido”, son sus causas.

Pero también la historia viene sellada en la piel. “Mi abuela tuvo a mi mamá a los 12. Mi vieja tuvo su primer hijo a los 14 y yo también me embaracé a los 12”, relata Cinthia. Que tiene 16 y dos hijos. Sola.

Adriana es médica en un hospital público del interior de la Provincia. Asegura que el 26% de los nacimientos son hijos de madres adolescentes. La salud pública se hace cargo de las madres más vulneradas. Pero no previene sus heridas. En poco tiempo aparecieron “tres partos de embarazos de 23 o 24 semanas, con bebés de 500 gramos, porque la noche anterior las chicas se pasaron de cocaína”. Además, hace ya tiempo que reapareció la sífilis, en números alarmantes. Los bebés suelen nacer con sífilis congénita.

Sin educación ni conciencia, sin compañía ni control, las pibas se van del Hospital con un niño en brazos. No saben cómo quedaron embarazadas ni por qué. No saben cómo cuidarlos. A veces sienten como extraña esa vida que les apareció sin pensarlo ni quererlo. Pero que depende exclusivamente de ellas. No están maduras emocionalmente, no están preparadas para amar y proteger, no tienen recursos ni proyecto de vida. Sólo se tienen ellos dos. Una semilla de la familia que nunca tuvieron. Y que quién sabe si tendrán.

Una cadena de males que, fatalmente, heredará su hijo y los hijos de su hijo.

El día que empiece a amanecer y del presente se desprendan, por fin, los haces fatigosos del futuro, las chicas volverán a ser parte de la divinidad. Diosas en una vida oscura y ordinaria. Madres Pachas de un mundo nuevo que, inexorablemente, será para todos.

Edición: 3015


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