Veredas vacías de pibes ausentes

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Por María Adelaida Vergini

(APe).- Debería haber bicicletas andando por esas veredas. Con los cuerpos de los niños alegres por sentir la libertad que deja el pedalear y la brisa pegando en el rostro como una caricia firme y suave. Debería haber pelotas rodando, picando. Corridas. Canciones de infancia. Sonrisas y carcajadas. Debería estar presente el bullicio que se produce cuando dos o más pibes se encuentran para jugar. Deberían estar jugando los chicos en la vereda.

Pero ni siquiera están.
Entre 8 y 10 años tendría el cuerpo de un nene que apareció ahorcado y dentro de una bolsa en la ciudad de La Quiaca. Allí donde debería estar jugando, en un parque infantil de la ciudad jujeña, su cuerpo yacía sin vida aguardando que alguien lo encuentre y entonces tuviesen lugar las más impensadas conjeturas: el asesinato se relaciona con una venganza o un mensaje mafioso en cuestiones que podrían relacionarse con el narcotráfico, según los investigadores.
¿Qué tan indefensos dejamos a nuestros pibes? ¿Cómo puede ser tan fácil arrebatarle los sueños y las ilusiones a un niño que con tan poco vivido, poco puede entender de venganzas y narcotráfico?
Ese parque, el 23, donde apareció el cuerpo que todavía no fue identificado y que aún nadie reclamó, solía integrar la coqueta zona construida con los primeros albores del pueblo,
que el tiempo y las decisiones empujaron al abandono, hasta transformarse en lo que los vecinos definen como un “aguantadero”:

Los espacios cedidos, son difíciles de recuperar. Los vacíos, difíciles de explicar.
“Una bicicleta vacía refleja la imagen de un cuerpo ausente”, había dicho en 2003 el artista plástico rosarino Fernando Traverso. Hoy, hay veredas que están vacías, y de sus rincones parecen oírse los ecos de las voces que pisaron ese suelo. Y flotan como burbujas suspendidas sobre esos suelos los juegos que estos niños jugaron, los sueños que soñaron.
Agustín tenía 4 años. Fernando tiene 8. Los dos, todavía, se animaban a jugar en la vereda. Allí los encontraron las balas de armas disparadas por la desidia de los que tienen el deber de ofrecerles un lugar mejor donde vivir.
Enfrentamiento entre bandas, narcotráfico, ajustes de cuenta, da igual. Como si esas pérdidas no fueran evitables, como si el devenir de estas muertes no mostrara la cara más perversa de su accionar.
De cualquier forma, es un niño el que quedó en el medio.
Agustín dejó un vacío en su vereda de la localidad de Bermejo, al norte de la provincia de Mendoza. No tuvo tiempo de soñar su futuro. No tuvo la oportunidad de ser escuchado. Probablemente ni siquiera aprendió a andar en bicicleta. Murió, producto de la bala que impactó en su pecho en febrero pasado. Quedó en el medio de un enfrentamiento entre bandas. Tenía 4 años.
Así, las postales con niños jugando en las veredas se van tiñendo en nuestra Argentina de blanco y negro, dejando el color a los retratos de las muertes inocentes de tantos pibes que se convierten en las víctimas directas del sistema.
Las 350 bicicletas vacías que pintó Traverso en paredes rosarinas venían a recuperar los cuerpos ausentes de estudiantes de la UNR (Universidad Nacional de Rosario) secuestrados o desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Pero las bicicletas siguen quedando vacías hoy, las ausencias se reproducen y duelen también en democracia. Porque más allá de quién ejecuta, las ausencias duelen. La vida arrebatada a niños inocentes, rehenes de redes de delito que actúan con la total tranquilidad que otorga el silencio, la liberación de zonas, la complicidad o la connivencia de alguna porción del Estado, duele y mucho.
Miradas inocentes que se pierden, futuros que no existen más
De cualquier forma, son niños los que quedan en el medio.
Fernando evolucionó favorablemente. Había quedado en medio de un tiroteo. Y quizá vuelva a jugar con su bicicleta en la vereda del barrio Alto Verde de la ciudad de Santa Fe donde estaba la noche de enero en la que recibió el disparo que le ingresó por la espalda y salió por la axila izquierda.
Fernando podrá ser un niño que juegue, ría, corra por una de esas jugadas del destino que todavía lo quiso acá, en el mundo terrenal. En el mundo de los hombres de carne y hueso, en este mundo que alguna vez deberá entender que los pibes son frágiles cristales con derecho a recibir cuidado y protección y que estos pibes, no deberían tener preocupación mayor, que la de subirse a su bicicleta y pedalear por las veredas que, hoy, están casi siempre vacías.

Edición: 2643


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