Velas y bengalas

|

Por Sandra Russo

(APE).- Son distintos tipos de fuegos, pero se están entrecruzando. Son las velas las que velan la memoria de los muertos. Desde hace años es así. Es así cada vez más. La velas se reinventaron a sí mismas el año pasado, en la primera e impresionante marcha convocada por Blumberg. Las velas parecieron querer decir, aquella noche, “somos ciudadanos”. Después pasó el tiempo y hubo cambios en el tablero de los significados. Blumberg dejó de ser un padre dolorido a secas y empezó a ser un hombre comprometido con un ideario racista. Quedó desnudo cuando acusó a Sebastián Bordón de adicto.

A partir de entonces, las velas dijeron: “Somos ciudadanos que queremos orden”. Orden en la Argentina quiere decir represión. Pero ahora, desde el foro de fans de Callejeros, adolescentes de diversas procedencias pero enmarcados todos en el fenómeno del rock barrial, se reclaman las velas nuevamente, y esta vez dicen: “Somos ciudadanos nosotros también. No nos usen”. Las velas pretenden ocupar un primer plano para que no lo ocupen otros, los buitres que no faltan, los que picotean sobre el dolor caliente.

Esta vez las velas velan una desgracia desatada por una bengala. Pero en la percepción colectiva de esa desgracia la bengala no ocupa ninguno de los dos principales banquillos de los responsables. Entre los familiares de las víctimas hubo de todo, también alguien que dijo que “a los negros hay que mantenerlos al aire libre. Si se sabe que van a ir negros, porque son negros, que los lleven al aire libre”. La bengala viene del fútbol, de la multitud indiferenciada, del límite corrido hacia el riesgo, de un desafío banal al fuego de la pasión, que pronto se convirtió en un fuego literal que mató a casi doscientas personas. La bengala reemplazó, como argumentó Aníbal Ibarra en una de sus tristes poses defensivas, al encendedor de los ´80, cuando en las multitudes había deseos de comunión pero no rabia. Hoy hay más rabia que otra cosa. Y hay más bengalas. Serán los propios pibes los que deban revisar, a su turno y entre ellos, los símbolos de su contracultura. Será su reflexividad y su racionalidad la que deba operar para que esos símbolos no atenten contra lo que ellos mismos quieren decir. Fiesta y no muerte. Alegría y no angustia. Aquellos encendedores de los ´80 eran tardíos herederos del “amor y paz” de los ´60, lucecitas encendidas como un guiño. Estas bengalas no expresan amor y paz, ya no. Expresan más bien el exabrupto del desesperado. Y es que eso son estos pibes marginalizados que sólo un recorte necio puede definir como “fans del rocanrol”. Esa es la pausa, la tregua. Todo el resto de la vida de esos pibes los constituye en otra cosa. En expulsados, en absorbedores crónicos de la crisis en la que nacieron y de cuya magnitud saben sus padres. Por eso, acaso, el cauce principal de la ira no se dirige a la bengala encendida por algún imbécil. El imbécil, acá y en todas partes, hace imbecilidades, pero a cambio de nada. La ira se dirige a las otras dos puntas, la del empresario criminal y la de la imprevisión gubernamental. Entre esas dos tenazas de responsabilidades germinó la tragedia pero no sólo la tragedia: esas mismas dos tenazas son las que en otros órdenes y cada día replican un orden social impiadoso que hace invivible la vida de muchos.

Entre la vela y la bengala hay un camino de fuego que tampoco es el fuego al que aspiramos. Los chicos han quedado encerrados en medio de ese fuego cruzado de velas y bengalas. La vela con la que lloran al amigo o al hermano, y la bengala que les explotó adentro. El fuego corroe algo más que la discoteca de Once. Corroe una historia mal escrita, y siempre con sangre joven.


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte