Una utopía allí, por favor...

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Por Oscar Taffetani

(APE).- New Lanark es tenida como la primera experiencia cooperativa de la historia. En 1820, usando como base una hilandería de algodón creada por su suegro, el reformador inglés Robert Owen puso en marcha una empresa que estaba guiada por principios diferentes a los del capitalismo salvaje.

A dos siglos de aquella experiencia pionera, estudiantes y turistas de todo el mundo se suben hoy a una aerosilla para recorrer las barracas, los corrales, los talleres y las antiguas viviendas de los trabajadores de New Lanark. La ciudad-museo cuenta a los visitantes su historia, desde la perspectiva de la niña Annie Mc Leod.

Annie tuvo la suerte de nacer, de crecer y de educarse en una comunidad que se regía por leyes distintas a las que imperaban en la Inglaterra del siglo XIX. Por ejemplo, tenía garantizados para los niños, en todos los casos, el techo, el alimento y la escuela. A partir de los 10, comenzaban a aprender un oficio, aunque se les mantenía la veda para el trabajo nocturno.

La casa de Annie -como las otras- tenía una estufa-cocina y tenía camas-cajón, lo que era todo un adelanto (en el resto del país, los obreros de las hilanderías dormían en las mismas barracas que las ovejas).

Las tiendas y comercios de ese pueblo escocés vendían artículos de primera calidad y al costo, ya que eran atendidos por los mismos cooperantes.

Los padres de Annie cobraban en dinero (no en vales), tenían abierta una cuenta de ahorro y destinaban la 60 ava parte del salario a pagar un seguro de salud.

El precepto económico de Robert Owen, socialista utópico, era no pretender una tasa de retorno del capital de más del cinco por ciento.

A la muerte de Owen, el lobby de las hilanderías inglesas convencionales utilizó el dumping para quitarle clientes a New Lanark y llevarla a la ruina.

Para 1963, la hilandería utópica ya era un pueblo fantasma. Años más tarde, el municipio decidió convertir New Lanark en ciudad-museo.

Viaje a Sunchales

La empresa láctea SanCor llegó a nuclear en su mejor época a 11 mil productores de las provincias de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, organizados en 101 cooperativas. Con ese despliegue, llegó a controlar el 25 por ciento del mercado argentino de lácteos y derivados.

Sus gerentes y administradores, a pesar de ser cuadros estrictamente técnicos, tenían la costumbre de llamar cada tanto a asambleas y someter las decisiones importantes al voto societario.

Pero en la Argentina de fines del siglo XX, a falta de guerras mundiales, padecimos una peste llamada neoliberalismo. El Estado consintió el avance depredador del capital financiero y de inversiones industriales guiadas por el principio implacable de “minimizar el riesgo y maximizar la renta”.

Uno de los efectos de esa política -verificable en la industria láctea- fue la desnacionalización de las principales empresas y la conversión de cooperativas (como Milkaut y algunas otras de la cuenca lechera) en sociedades anónimas.

Las sociedades anónimas ya no están sometidas a una vigilancia ideológica que les imponga reglas como “un hombre, un voto”, esencial en las cooperativas. No. En las sociedades anónimas, el dueño del mayor capital accionario es quien toma las decisiones.

La última noticia que tenemos de SanCor es que debe a los bancos 200 millones de dólares, y que un fondo de inversión internacional (Adecoagro), relacionado con el zar de las finanzas George Soros, ha ofrecido hacer un aporte de capital para pagar una parte de la deuda y reactivar la producción.

Ante la denuncia de una inminente desnacionalización, cierta prensa argentina comenzó a alertar a la opinión pública.

En rigor, ya las tres cuartas partes de las empresas industriales, comerciales y de servicios del país son extranjeras, y ese proceso de venta compulsiva comenzó en 1993, con la complacencia de buena parte de los medios del establishment.

A partir de esas alertas, se conoció la oferta de un grupo nacional (Petersen-Bagó-Eurnekián). Y también se oyeron voces de funcionarios, proponiendo la intervención del Estado nacional.

Sin embargo, lo que nadie dice y a nuestro juicio representa el peor riesgo, es que la entrada de grandes capitales, cualquiera sea su origen, destruirá el principio cooperativo de SanCor, un principio que sigue ligando la empresa al sueño de una economía solidaria y al sueño de una más justa distribución de la riqueza.

En los próximos días, varios miles de propietarios de SanCor deberán decidir qué oferta están dispuestos a aceptar para salvar la empresa.

Tendrán que luchar contra buitres de distinto pelaje. Les dirán que la economía tiene leyes de hierro, que si no disminuye el costo no aumentará la ganancia, que las ideas de los abuelos ya son utópicas para estos tiempos que corren, que la empresa no puede competir en el mercado global si no se desprende del lastre del modelo cooperativo, etcétera.

La desnacionalización es una amenaza grave, sin duda.

Pero tanto o más grave es la liquidación de los sueños, de esos buenos sueños de igualdad y de justicia que nos legaron nuestros mayores.

 


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