Un registro mágico y sensible de una infancia dolorosa

Mi planta de naranja lima, del brasileño José Mauro de Vasconcelos, sigue siendo una de las obras más elegidas entre aquellas que abren a las infancias y adolescencias las puertas de la literatura. ¿Cuáles son las claves que hacen de este libro un clásico que atraviesa generaciones? ¿Qué registros y emociones habilita la historia que protagoniza el pequeño Zezé?

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Por Sergio Alvez

(APe).- “Historia de un niño que un día descubrió el dolor…”, rezaba el subtítulo de la primera edición de Mi planta de naranja lima (Meu Pé de Laranja Lima), editada originalmente en 1968 por el sello brasileño Edições Melhoramentos. Aquel subtítulo, que ya en la siguiente edición fue eliminado, intentaba sintetizar la trama que el autor, José Mauro Vasconcelos, tejió en torno a un niño de 8 años llamado Zezé, que además de estar atravesado por un contexto de pobreza y violencias, tiene la capacidad de conversar cotidianamente con un amigo impensado: un arbolito en el patio del rancho familiar, que se vuelve su confidente a medida que avanzan las aventuras del pequeño. 

Mi planta de naranja lima es una obra iniciática por excelencia. A través del tiempo, diferentes generaciones comenzaron a consumir literatura a partir de este libro, que ya desde 1972 estuvo disponible en español gracias al sello El Ateneo, cuando ya se había convertido en un fenómeno de ventas y popularidad en Brasil.

Nací viejo. Mi vida ha sido un tránsito brusco de la niñez a la vejez, sin términos medios” escribió alguna vez el escritor boliviano Víctor Hugo Viscarra, sellando una frase demoledora que bien podría reflejar el sentir de Zezé, y del propio Vasconcelos, cuya obra – como la de Viscarra- está cimentada en lo autobiográfico.

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José Mauro de Vasconcelos

Nacido el 26 de febrero de 1920 en Bangu, Río de Janeiro, al igual que el protagonista de su obra cumbre, en medio de carencias de todo tipo, Vasconcelos hizo de la calle su escuela de vida. Ya en la adolescencia, aprendió oficios diversos: fue mozo, pescador y entrenador de boxeadores. Más adelante, llegaría a trabajar como periodista, artista plástico e incluso como actor en algunas películas de bajo presupuesto. Su debut literario se produjo en 1942, cuando tenía 22 años. Se trató de la novela Hombres sin piedad (Banana Brava, en el original), una historia de intrigas y traiciones que se desarrolla en plena selva amazónica, un territorio en el cual el escritor solía sumergirse durante diferentes lapsos de su vida, en busca de inspiración y experiencias extremas.

Vasconcelos publicó un total de 21 libros, que en algunos casos fueron llevados al cine, entre ellos la propia historia de Mi Planta de naranja lima.  “Tengo un público que va de los 6 a los 93 años” bromeó el escritor en una entrevista. Lo cierto es que más allá de las edades, se trata de una obra que como pocas, logra  impregnarse en la memoria y permanecer como un registro imborrable, que narra a la infancia desde una perspectiva tan dulce como dolorosa.

“Mi planta de naranja lima fue el libro con el que muchos comenzamos a leer y sigue siendo el primer libro de muchos niños y jóvenes del presente” asegura Mateo Rodríguez (34), docente de un Taller Itinerante de Lengua y Literatura que recorre diferentes escuelas de la provincia de Misiones. “En una escuela de Panambí por ejemplo, trabajamos el libro con alumnos de séptimo grado. Por ser un pueblo de frontera, hubo una identificación muy fuerte con ciertos aspectos del portugués que permanecen aún en la versión castellanizada, pero sobre todo, una empatía absoluta con la historia y el personaje protagónico. El entusiasmo que despierta el libro, aún en estos tiempos, es realmente llamativo” añade el docente.

Remitiéndose a su propia experiencia de lectura – de hace más de 25 años atrás- Mateo señala que “algo se quiebra por dentro al leer este libro de niño o adolescente; no es una obra inocente, te enfrenta con la tristeza de una manera muy cercana; fue la primera vez que sentí que un niño podía sufrir tanto. Y sentí al personaje de Zezé como un amigo que me hacía pensar en cosas que antes no estaban en mi mundo. El libro modifica la percepción que se tiene de las cosas”.

Rocío, de 14 años, leyó el libro como parte de un trabajo práctico en su escuela de Apóstoles, también en Misiones. “Fue la primera vez que un libro me hizo llorar. Y sentí que se terminó rápido. Leí el libro dos veces seguidas, para entender cada detalle. Marqué casi todas las hojas con post its (señaladores adhesivos de colores) y cuando terminé se lo presté a mis amigas que no lo conocían. Todas lo amaron” comentó.

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Zezé tuvo una madurez sin colchón.

Para Jéssica Rodríguez, escritora peruana, investigadora y editora de libros para niños y jóvenes,  “el libro conmueve por la autenticidad de las emociones que el autor retrató. José Mauro de Vasconcelos era de un barrio muy pobre de Brasil, y muchas de las experiencias de Mi planta de naranja lima están inspiradas en cosas que le sucedieron, situaciones que pudo ver o compartir con otros. Creo que esa conexión la siente el lector. No hay que perder de vista que esta historia nos está contando una sombra de la vida y que la vida está compuesta por luces y sombras. El relato realista amplía el panorama de los niños, lo que hay que hacer es usar el material adecuado para la edad del lector sobre todo cuando se tratan temas que no son fáciles de procesar muy temprano. Hoy hay libros que tratan temas difíciles para los niños, como la muerte, de manera adecuada para los más pequeños. El nivel de complejidad de las lecturas va cambiando en tanto los lectores van creciendo”.

A su vez, el crítico literario y periodista brasileño Euclides Marques Andrade, observa que “Mi planta de naranja lima es un documento social y un estudio psicológico que suena como una canción y donde hay una realidad intensa y por eso también,  ternura y amor”.

Otro entusiasta lector de la obra es el escritor y periodista español, Pablo Bujalance, quien coincide con Andrade en que Mi planta…“es uno de los más abrumadores acontecimientos literarios jamás concebidos sobre la ternura, lo que en la actualidad, cuando la narrativa ha admitido a trámite como elementos consustanciales los más diversos nombres del desprecio a lo humano, resulta altamente revelador como recuerdo de algo que parecía perdido”.

En este sentido y con algo de spoiler, Bujalance apunta que el personaje principal, Zezé, asume “una madurez sin el colchón de los cuentos de hadas, cuando decide optar por la familia que le quiere y no la que le corresponde en función de su apellido. Mi planta de naranja lima no es un bildungsroman (novela de aprendizaje): la infancia contiene sus propias leyes y no es necesario describirla como paso-previo-a para desvelar su misterio”.


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