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(APe).- Casa, cobijo, dignidad alguna vez fueron realidad. Hoy suelen ser simples vocablos insustanciales. El poeta diría que pasados los años que sea tu mente la morada que guarde aquellas formas hermosas de tu vida.
El patrimonio esencial de un cartonero es tan sólo el caminar sobre su propia sombra. Así es como la ciudad los ve aparecer, surgiendo de la nada. Bajo el desvalimiento de las luces, al borde del silencio de las plazas y al tiempo que los que aún gozan de la vida cierran puertas y ventanas, esas familias de ojos crepusculares, van tropezando con los desechos que las calles -en su escueta caridad- les ofrecen. Hace unos días, en la ciudad de Córdoba, Matías Acosta, de 6 años, murió atropellado por un auto cuando trataba de cruzar la avenida Rafael Núñez. Para los niños que crecen en las calles -escribe García Rivas- la muerte descuelga sin aviso las celadas.
Y mientras las manos de todos pliegan y despliegan amarguras hasta colmar los carros, la miseria los arrincona en un juego a cara o cruz en el que no tienen opción. El carácter antagónico de la vida y la muerte se va debilitando para el que intenta sobrevivir en el laberinto sin señales de la miseria. Y todo sucede ahora, en esta tierra, a las puertas de un siglo, dos mil años después de los milagros.
Dicen que “la segunda víctima que sufrió un accidente en medio de una avenida, mientras ayudaba a otras personas a recoger cartones y papeles en un carro” fue Julio Guillermo Castillo, de 12 años, que quedó con varios traumatismos al ser atropellado por un taxi, al 2500 de la avenida Colón. Quién puede decir si Julio tuvo más suerte que Matías. Era la misma sangre de la herida más profunda, el mismo pan sin gloria.
Según Teresita Zamora, “titular de la Cooperativa de Carreros de Villa Urquiza”, cuando Julio se accidentó estaban camino de la verdulería “porque es donde nos dan algunas cosas para poder comer”. Alguien lo llamó desde un negocio y corrió para sentir el mundo prendido de sus manos y el corazón ligero, tan tenue como un globo ascendido. Pero un Peugeot conducido por Rubén Coria, terminó derribándolo.
La Cooperativa tiene 240 socios y a través de ella, se vende lo recolectado en las calles a un “centro distribuidor”, pero apenas se puede mantener y el comedor, que antes albergaba a 536 familias, ahora no tiene presupuesto suficiente. Cuentan que la Municipalidad de Córdoba inauguró una guardería -“Luna de Cartón”- que funciona entre las 18 y las 22 horas, para “proteger a los niños de los peligros del trabajo nocturno” y la subdirectora de Desarrollo Humano y Familiar del Municipio, Virginia Pagnanini, dijo al cronista que, desde su área, se pretende “convencer a los padres de la conveniencia de que sus niños queden en un lugar seguro”.
Sí, dos mil años después de los milagros, alguien tendrá que rebelarse en una alegría de manteles, porque nadie está autorizado a llevar a los márgenes del mundo el prodigio de la vida, bajo esa sentencia irrevocable del sistema que lleva a la mitad del pueblo hacia la nada mientras, en los alrededores, unos muros de piedra ponen límite a un jardín inconcluso. Lo que no se sabe -aunque ya es hora de ir sabiendo- es quién llevará el desespero, el reclamo, las banderas y quién ha de prender la luna -la que no se deshace en el barro- la que no se encuentra en la basura, sino la que les pertenece a los pibes por derecho propio y que es tan indestructible como un pan del cielo.
Fuente de datos: Diario La Voz del Interior - Córdoba 15-10-04
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