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Por Claudia Rafael
(APe).- El 15 de marzo de 1995 se sancionó la ley nacional 24.465/95 que establecía contratos laborales para ex combatientes de Malvinas, hombres mayores de 40 años y mujeres. Típicas contrataciones basura de los tiempos menemistas que establecían beneficios para las empresas en desmedro de los trabajadores (renovaciones cada seis meses y 50 % de reducción impositiva en los aportes). Propuestas que sí se pasaron tres pueblos.
En estos tiempos de deja vu constante se trata de redoblar la apuesta y de ir directamente al hueso: la reforma laboral que ingresó al Senado (y para la que –parece- no van a tener demasiados obstáculos) busca reducir aportes patronales, limitar el derecho a huelga, distribuir las vacaciones en varias partes como decida la patronal, flexibilizar las negociaciones salariales, crear un banco de horas para dejar de pagar las extra y generalizar un sistema indemnizatorio con el que ya cuentan los obreros de la construcción. Un sistema que para ese sector se instauró en 1980, durante la última dictadura, pero que tiene sus raíces en 1967, durante el onganiato, en connivencia con la UOCRA, dirigida entonces por Rogelio Coria, un burócrata sindical de las 62 organizaciones. ¿En qué consiste? Es bueno saberlo porque es lo que se pretende en la próxima reforma: los empresarios deben depositar mes a mes un porcentual del sueldo de cada trabajador y la suma de ese dinero es lo que se le dará al empleado ante futuros despidos. Y para terminar de transparentar el porqué de la decisión, el endeudador serial Luis Caputo dijo: “El principal problema para contratar gente es que no la podés echar”. Como si no se estuvieran echando a cientos de miles de trabajadores con la legislación vigente.

Hay que mirar el escenario completo para entender la gravedad de este tiempo que, a pesar de lo dramático de las intenciones y de los anuncios, todavía no consigue arrancar de la desazón a las grandes mayorías. Hay reacciones sectoriales que aún no logran generar un río común de resistencia que confluya en una desobediencia colectiva.
Los aportes a ese escenario del último informe del instituto Gino Germani arrojan que se perdieron más de 400.000 puestos de trabajo en los dos años mileístas. De los cuales aproximadamente la mitad se zambulló en el mercado laboral informal. En donde 9 de cada 10 son precarios. Pluriempleo, desocupación, subocupación. Precariedad desoladora. En definitiva, el 67 % de la población económicamente activa, unas 9 millones 700 mil personas, tienen problemas de empleo. Y como la frutilla del postre: el 72 % de los trabajadores, tanto formales como informales, no cubre la canasta básica (en octubre fue de 1.213.799 pesos) y cobra menos de un millón de pesos.
Las políticas que mes a mes viene profundizando el gobierno con la birome protagónica de Federico Sturzenegger van mostrando también la crisis en la otra cara del mostrador. Según el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) entre noviembre de 2023 y agosto de 2025 cayeron 19.164 empresas con personal registrado. Es decir, hubo en promedio 30 cierres de empresas por día. Y agrega el CEPA que el grueso del ajuste de puestos de trabajo se concentra sobre todo en las grandes empresas. Aquellas con más de 500 empleados redujeron su planta en el 68,15 por ciento contra el 31,85 de las restantes.

Los tres vectores
Mientras los legisladores mendocinos se preparaban para el sablazo final en la lucha histórica por el agua (la paciencia infinita de los poderosos supo esperar a este tiempo de retraimiento para imponer su voracidad capitalista) el presidente tuiteó que “esta nueva Argentina crecerá de la mano de los tres principales vectores de la economía, el campo, la energía y la minería”. Y modeló con ese anuncio claro y contundente el rumbo hacia un abismo social. Esos tres vectores, como elige llamarlos, no generan empleo.
Porque el campo al que refiere no habla de campesinado ni de vida sana sino de agroindustria. Es decir, ese modelo agrario basado en los monocultivos, los desmontes y una exacerbación de la rentabilidad de la tierra que se logra sin personas y con venenos.

Porque la energía, en cuanto extracción de combustibles fósiles, no sólo es finita sino que promueve la formación de basureros tóxicos, derrames petroleros, incendios, sismos (500 provocados por el fracking en Vaca Muerta en cinco años), calentamiento global y, además, no genera empleo real.
Porque la megaminería que, en definitiva, es la que fogonea el sector reconcentrado al que Milei rinde pleitesía, no sólo no es generadora de trabajo (hace grandes discursos para un manojo de miles contratados para la instalación) sino que además es responsable directa de la contaminación, utiliza y desecha millones y millones de litros de agua dulce –para lo que pone en juego los glaciares-, vacía a la tierra en sus entrañas y extrae grandes volúmenes de recursos naturales destinados en grandes porcentajes a exportar a mercados globales. Y una vez cumplido el objetivo, adiós. A buscar otro suelo al que roer.
Nada de todo esto, ninguno de estos tres vectores –al decir presidencial- genera valor agregado. Son “empresas a las que les interesa el país” como solía promover Mariano Grondona. Grandes corporaciones como Shell, Coca Cola, Telefónica, entre tantas otras, que auspiciaban su programa. Que hoy están y mañana no porque pueden pegar un portazo y buscar suelos y riquezas en otras tierras más o menos lejanas.
Mientras tanto, con la apertura de par en par de las importaciones y la falta de inversiones, en medio de un modelo que no derrama más que a las arcas mismas del capital la información día a día desnuda más cierre de emblemas fabriles.

Entre cierres, despidos masivos, suspensiones. Whirlpool, Essen, Frávega Temperley, Yaguar Bahía Blanca, Mondelez (ex Kraft, ex Terrabusi), Newsan (Ushuaia), Luxo y Vulcalar (La Rioja), Dana (San Luis), Sealed Air (Quilmes), Dánica, Dass, Cerro Negro, Avón, Nestlé, Vicentin, Sancor, Granja Tres Arroyos, en un largo listado que no cesa.
El escenario imprescindible de ver en su totalidad tuvo en estos días un condimento desde la voz de Macri El Primo que dijo: “hoy se atiende a mucha clase media en los comedores”. Un reconocimiento antes impensado.
Pero en ese escenario no se puede soslayar que nada de esto se construyó hoy. No se trata de extraterrestes llegados en maquiavélicos ovnis portadores de un plan que trajeron del más allá e impusieron a fuerza de fusiles y cañones.

Ahí la fundamental trascendencia de la memoria histórica. Que no es un depósito vacío de recuerdos. Sino un instrumento crucial para la comprensión de este tiempo. Dice Marcelo Valko que la memoria histórica es una feroz disputa y que los recuerdos son manipulados por el poder. Y en un diálogo de textos se podría sumar la voz de Federico Lorenz cuando advierte que el pasado no es una religión.
La memoria adquiere sentido cuando se entiende que a lo largo de las décadas hubo una disputa constante entre los acumuladores de riquezas -los que batallan contra viento y marea por una cuota más de oro y de billetes para comprar hasta lo incomprable- y los constructores de un mundo de dignidades, con la resistencia y la justicia como banderas. Con un ejército de conniventes que buscan rascar de donde sea una cuota de poder que los mantenga en pie. Que son los que suelen alfombrar el camino para la irrupción de camarillas gobernantes como la actual.
Llegará un tiempo histórico -no por magia, no por azar, no sin tráfico de sueños y utopías sino por la trama amorosa de vidas que construyen- en donde la tierra será fértil para las semillas de rebeldía que habrá que regar y proteger de los que se arrogan la propiedad de la vida.
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