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Por Silvana Melo
(APe).- El desmonte los deja desnudos. Con las plantas les arranca los medicamentos, con la topadora les arrasa el patio para jugar, con los árboles y los animales que huyen les saquea el alimento. Más de la mitad de los niños del norte argentino son pobres, están mal (o des) nutridos, tienen hambre y toman agua sucia. Muchos de ellos forman parte de comunidades originarias, donde las mujeres no hablan la lengua blanca y las niñas se embarazan a los diez, a los once, tantas veces violadas por los criollos. El modelo de los agronegocios, que dejó sin montes, sin selvas, sin frutales a la mayor parte de los paraísos de estos pies del mundo, a ellos los dejó desnudos. Arrinconados. Y los niños se les van muriendo de a racimos, como decía Alberto Morlachetti. De a uno por mes, con suerte. Se les mueren a los wichis y a los qom y a los tobas de por ahí, por el norte, donde los chicos son pobres, sobrantes, desmedidos. Y se parecen tanto a los criollitos vecinos, que también tienen hambre y se les cuelan las bacterias en los pulmones y en la sangre.
Hace algo más de un mes se murió el bebé de noviembre en Rivadavia, el pueblo más pobre de Salta. Son buenas noticias cuando es uno por mes. A veces ese optimismo cae acribillado por dos o tres o cuatro muertes de niños deshidratados y con bajísimo peso. El bebé de noviembre tenía deshidratación, anemia severa e infección. Y un abandono feroz del Estado. Un abandono ancestral, que viene desde los confines de la historia. Se llamaba Rocío. Con apellido español, García. Pero era wichi de San Patricio.
Hace menos de una semana se murió Magdalena, la bebé de diciembre, en la comunidad chaqueña de Miraflores. Era una chispita qom que no llegó a encenderse. “Había estado en el Hospital de Miraflores el jueves y viernes anteriores porque andaba con fiebre y vómitos, pero el personal que se supone debe cuidar la vida de las personas le dijo a la mamá que la llevase a su casa nomás, y la mandaron de vuelta, y fue así que el domingo se nos fue”, cuenta la gente de la comunidad que ve amanecer tanta mañana con un niño menos.
Dijo el cacique Paz que él mismo la trasladó a Rocío en su chata desde la misión a Los Blancos, a 50 kilómetros. El fin de semana no hay enfermeros en San Patricio. No hay ni enfermeros ni infraestructura, ni salud, ni cosquillas en la panza para una nena wichi de San Patricio que se muere. Dicen los ministros y las ministras que Rocío había sido atendida en el puesto sanitario. Y que después la mamá “la llevó a un curandero”. Entonces el estado, en su displicencia e impiedad, deposita cuidadosamente la responsabilidad en el chamán. En el que recolecta yerbas buenas de los rincones preciosos de la selva. Donde los remedios están desapareciendo por los desmontes feroces de los mismos que le endilgan al chamán la muerte de Rocío.
El 65 por ciento de los niños es pobre en el Noroeste Argentino. En las comunidades arrinconadas por tierras yermas y de olvido, el número crece brutalmente. Desde el Centro de Estudios Nelson Mandela de Chaco, Rolando Núñez dijo que “la desnutrición es una endemia en el norte argentino, es sistémico”. Pero la culpa es del chamán.
A las 11 de la mañana del 18 de diciembre voló Magdalena Segundo. Tenía apenas nueve meses y aprovechó una nube pequeña que pasaba para irse a jugar.
Es hija de la Pache, Adriana Salvatierra, parte del Movimiento Qompi Voque Naqocta. Artesana de la cooperativa Onoleq Laxaraiq, de Miraflores.
No la cuidaron los que la vieron con fiebre y con vómitos y la mandaron a casa. La dejaron ir y cerraron la puerta cuando salió. Ni una sola ventana le dejaron abierta para que entrara otra vez a ese retazo de vida que le dejó la misericordia de los canallas. Como una sobra que desechó el resto. Entonces ella se tomó una nube. Y ahora es vecina de los pájaros.
A su muerte no la escribió nadie. No aparece ni en diarios ni en portales. Magdalena sólo existió para su pequeña comunidad, para la Pache y los algarrobos. Para los chorlitos y los biguás. Creen en su comunidad que “no le importó a nadie porque es niña indígena, pobre” y así crecería, si hubiera tenido una oportunidad: “más indígena, más pobre. ¿Y más rebelde tal vez?”.
Los bebés mensuales que se lleva la muerte son víctimas sistémicas. “Todo el norte argentino tiene tres endemias: la tuberculosis, el mal de chagas y la desnutrición”, dice Rolando Núñez. La que mata a los niños de cada mes es la injusticia. La desigualdad. La determinación de quiénes deben vivir y quiénes serán los descartes. La decisión precisa de qué niños contarán con un camino por donde seguir y qué magdalenas tendrán que tomarse una nube para ir buscando otro mundo que sea posible.
Pero volverán.
Y el día que vuelvan, fuertes y encendidos, habrá lugar para la esperanza.
Edición: 3296
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