En la noche de un sábado desaforado

Un malón en Corrientes

Se pusieron las whipalas, la piel oscura y los ojos fuertes y salieron a Corrientes a las nueve y media de la noche del sábado. Una noche primaveral donde todos fueron a buscar la pizza y a ver el teatro y a gastar lo que hay y a desahogarse por lo que vendrá. En esa intensa noche de sábado aparecieron las whipalas y una canción que no era de allí.

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Por Silvana Melo

(APe).- A las nueve y media de la noche de un sábado multitudinario en la Corrientes peatonal se empezaron a escuchar. Entre las colas para acceder a las pizzerías tradicionales y top, entre las hileras pacientes para acceder al stand up de Roberto Moldavsky, asomaron las whipalas. Colores reventando banderas y gente de manos curtidas plantándose como malón de frente a los que caminaban vestidos para madrugada, entre las mesas en la calle de La Americana y el hombre estatua al que se le vuela el traje eternamente. Allí estaban ellos como la aparición menos pensada, en medio de la Buenos Aires que se las arregla para aparentar que todo es una fiesta, en medio de la avenida planetaria donde hay libros, pizza y demanda desesperada de una noche de felicidad aunque tropiecen con colchones en el piso y con madres con chiquitos mínimos esperando la sobra en la puerta de Banchero.

Allí estaban ellos marchando como en el 46, volviendo como en 2006 y otra vez en 2023, en este Tercer Malón de la Paz, desde la lejanísima Jujuy. Acá, donde está la oficina de dios, no se escucha el grito jujeño. 1.500 kilómetros es demasiado cuando el país se termina aquí a la vuelta. Por un rato los vieron, cuando se le plantaron a Gerardo Morales, entonces virtual vicepresidente de la Nación. Cuando le resistieron la reforma constitucional votada por todos (salvo unos poquitos) que criminaliza su protesta y los expulsa de sus territorios, donde hay litio. Porque en ese punto nadie discute. Se diluyen las grietas y las ideologías. Y ellos saben que están solos ante la sordera generalizada. Por eso se calzaron la paciencia y el coraje y se vinieron para acá, que es el ombligo del universo y la oficina central de todos los dioses.

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Llegaron el 1 de agosto, pertrechados de caña y ruda. Armándose contra los virus y los malos espíritus. Hace un mes y medio que están por acá, sin que nadie los vea. Demasiado ocupados están en ganar las elecciones para despatarrar lo que queda de un país que estuvo hecho como para muchos más. Y ahora se angosta cada vez más para unos pocos.

Entonces se pusieron las whipalas, la piel oscura y los ojos fuertes, con esa expresión de serenidad que no es mansedumbre. Y salieron a Corrientes a las nueve y media de la noche del sábado. Una noche primaveral donde todos fueron a buscar la pizza y a ver el teatro y a gastar lo que hay y a desahogarse por lo que vendrá. En esa noche de sábado intensa y masiva aparecieron las whipalas y una canción que no era de allí. Una canción de resistencia, que rechazaba a Morales y a su reforma, que alzaba a la Pacha y que sostenía que Jujuy estaba de pie, nunca de rodillas. La mirada colla en el brillo de Corrientes, la que no duerme. O al menos no dormía. La whipala en el pavimento.

El mantero que vendía sus artesanías en la peatonal decía a quien quisiera escucharlo. Hay que acompañarlos en la lucha. Porque han entregado todo, la Patagonia, todo.

En el 46, cuando se vinieron para reclamar las tierras que les pertenecían, eran los capangas de Patrón Costas quienes los recibirían de vuelta después.  "Indios de mierda ahora van a ver los que les espera. Ahora vamos a ver si les quedan ganas de ir a protestar a Buenos Aires". Perón los había alojado en el Hotel de Inmigrantes, como si no pertenecieran. Como si llegaran desde el extranjero. 1.500 kilómetros es demasiado lejos.

Y de ahí mismo los subieron de regreso a un tren. Fue el primer Malón de la Paz.

Volvieron en 2006, cuando gobernaba Eduardo Fellner la provincia.

Y ya hace un mes y medio que están pisando el pavimento de la ciudad más glamorosa de la Argentina. Para ver si por fin los ven. Para que no les quiten la tierra que habitan desde hace siglos. Para plantarles la dignidad enfrente al desprecio y a la arrogancia. Allí, en la peatonal de Corrientes en un sábado multitudinario. Ante tanta indiferencia y algún desconcierto. Un pedazo de país que pocos entienden como propio. Una tierra, allá arriba, que les pertenece. Aunque esconda un negocio millonario en sus entrañas.


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