Un lugar en el mundo

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Por Oscar Taffetani

(APE).- La matriz del paisaje urbano es imposible de borrar. Si uno camina por la avenida Sarmiento, en Buenos Aires, desde Plaza Italia hacia el llamado Monumento a los Españoles, tendrá la misma perspectiva que tenía don Juan Manuel de Rosas, cuando cabalgaba hacia su caserón de Palermo.

La calle Chile, en San Telmo, no puede negar que acompaña al Tercero del Medio, un arroyo que cruzaba la ciudad del norte hacia el sur.

El pasaje Discépolo, en Balvanera, conserva la curva exacta de los rieles del primer ferrocarril de Buenos Aires, aquel que iba desde el Parque de Artillería (hoy Plaza Lavalle) hacia Miserere.

En Avellaneda, corazón de un antiguo Sur de barracas y curtiembres, también se conserva la matriz del paisaje, las marcas que ni el tiempo ni la historia han podido borrar.

Eso se advierte caminando entre los yuyos y las vías de un ferrocarril casi extinguido, en un barrio llamado Piñeyro, rumbo a una canchita de tierra donde algunos pibes mantienen el sano hábito de acariciar la redonda, casi llegando a una casa rodeada de árboles y por todos querida, que lleva por nombre Hogar Pelota de Trapo.

En el principio era un filme

Las locaciones en donde fue rodado el largometraje “Pelota de Trapo” (Leopoldo Torres Ríos, 1948) mantienen, tras décadas de poblamientos y repoblamientos, un inconfundible aire suburbano. Es el campo que vuelve a colarse entre los durmientes, entre el hierro y el hormigón, y que suelta sus perfumes cada vez que la ciudad cierra los ojos.

Si como telón de fondo a los chicos que juegan en la canchita pusiéramos aquel paisaje de 1948, en blanco y negro, que registraron con sus cámaras el viejo Torres Ríos y su hijo Torre Nilsson, no notaríamos la diferencia. Allí están el terraplén ferroviario, los depósitos y las chimeneas. Allí, la arboleda. Allá se ven los retazos de la pampa. Y el cielo.

Tampoco cambió mucho, pensamos, el sueño de estos chicos que juegan y se pelean en la canchita, estos pibes que le dan vida, una rabiosa y obstinada vida, al paisaje.

¿Qué es lo que cambió, entonces?

Cambiaron las palabras, entre otras cosas. Una madre ya no le dice a su hijo, como en la película, “me harás venir canas verdes”. Cambiaron los apelativos, también, esos sobrenombres con los que se conocía a cada uno de los integrantes de una barra: “El comeuñas”, “Toscanito”, “El Flaco”, “Cabeza”, “Tulipán”, “Pajarito”.

Cambiaron los códigos juveniles. Hoy es difícil que una barra se solidarice con el débil, que se enfrente a un patovica o haga entrar en razones al grandulón, al más fuerte.

Cambiaron los códigos del mundo adulto. Hoy el médico de un club de fútbol sería incapaz de hacer la vista gorda en un diagnóstico -como sucede en la película- para posibilitar que un chico firme un contrato y salga de la pobreza.

Hasta allí, una película. Un clásico del cine nacional, que arrancará sonrisas y lágrimas no importa cuánto tiempo haya pasado.

La semilla, el árbol, el bosque

En estos mismos terrenos ferroviarios donde alguna vez se filmó “Pelota de Trapo”, Alberto, Norma y un grupo de compañeros de envidiable voluntad y compromiso decidieron, hace más de veinte años, sembrar un sueño. El sueño se llamaba Casa de los Niños de Avellaneda. Y se llamaba Hogar Pelota de Trapo.

“Cada chiquito que llegaba aquí -cuenta Norma- plantábamos un árbol. Pronto tuvimos muchos árboles, creciendo junto a los niños. Entonces, pensamos que el día en que ya no fuera necesario el Hogar, con los mismos árboles crecidos, los vecinos harían una plaza”.

Pero los chicos crecieron, dejaron el Hogar y fueron reemplazados por nuevos chicos que también necesitaban un hogar. Y los padres que dejaban a sus hijos en la Casa del Niño, para ir al trabajo, perdieron el trabajo...

No hace falta describir en detalle esa ola que arrasó -y que aún arrasa- hogares y familias, escribiendo nuevas páginas en el vergonzoso libro del hambre.

Pero sí hace falta, esta primavera, repasar -acariciar con nuestros dedos- cada brote y cada rama del árbol que plantaron Alberto, Norma y los compañeros de Pelota de Trapo.

En octubre de 2006, junto a las vías y el terraplén ferroviario donde alguna vez se filmó la película “Pelota de Trapo”, queremos tomar una foto -una foto hecha de palabras- de este pequeño lugar en el mundo.

El sueño de los chicos que juegan en la canchita está intacto. El de Alberto, el de Norma, el nuestro, también.

 


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