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(APE).- Las villas son como metáforas del abandono. Son ghettos amurallados fuera de los cuales vive el resto del mundo. Sus habitantes decidieron no llorar, a menos que las lágrimas sirvieran para resucitar a los muertos. Allí, la enfermedad se enfurece con los más vulnerables. La mayor dolencia de nuestra tierra es el desamparo, ese lugar vacío donde hace ya demasiado tiempo -escribe Rafael Alberti- cayeron heridas de muerte las palabras.
Los cronistas del diario La Nación fueron guiados por la hermana Georgina -de la Iglesia San Francisco de Paula- y entraron a las villas Lamadrid y Amelia, del llamado Cuartel Noveno de Lomas de Zamora, cerca de Ingeniero Budge y del puente La Noria. Lugares inasibles donde la esperanza cavila -como un péndulo- en los portales.
Nos cuentan historias increíbles de lepras que mutilan a las personas o de las cavernas que la tuberculosis deja en los cuerpos tallados por las ruinas. Niños enfermos de miseria palpitando pesadillas bajo el peso de la almohada. Cientos de hombres, mujeres y pibes que habitan esta tierra oscura, sin pecado y sin redención, donde un dolor profundo vive en cada cosa.
Hay casi un millón de prójimos sobreviviendo en las villas del conurbano, en medio de idénticos quebrantos. El Estado, nadie y nada les ofrece una sola oportunidad de encuentro con alguna ilusión, se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos.
Fuente de datos: Diario La Nación 27-09-04
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