La vida en la calle y los números irreales

Un cacho triste de paisaje

Los niños que habitan la calle o migran itinerantes entre hogares y paradores, no pueden ir a la escuela. Para los mayores es imposible completar cualquier formulario que requiera el domicilio. Pero el censo no los ve o los cuenta mal.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Más de treinta grados descendió la temperatura la semana pasada. Es la “inclemencia del tiempo”, titulará el noticiero mientras Ricardo arranca a paso apresurado hacia la salida del Parque Rivadavia que cierra, como todas las noches a las diez, cuando el placero designado pone doble llave a las rejas. Hoy no va a esperarlo. Los árboles tienen raíces firmes, pero ramas endebles. Hay demasiado viento, demasiada lluvia, demasiados cables mojándose.

Se calcula que, en Argentina, un 8% de la población vive en la indigencia. La temperatura descendió a diez grados en febrero, pero los paradores designados por el Gobierno de la Ciudad no tienen lugar para seguir cobijando a los que van llegando. Les dan un papel chiquito donde figuran teléfonos a los que no pueden comunicarse y direcciones lejanas de instituciones más distantes. Algo parecido ocurre en los barrios del Conurbano y en el interior, donde es la Iglesia la que tiene fuerte presencia a la hora de atender a quienes no tienen dónde ir. Como en invierno, toca esperar a la solidaridad que se dirá presente hasta que vuelva el calor.

Elisa y sus tres hijitos se acomodan en un cajero automático. La tormenta los sorprendió en la puerta de un cine, donde reciben la ayuda de gente que les deja alguna moneda, baldes de pochoclos a medio terminar y golosinas para los chicos. Tienen lo puesto y una mochilita con alguna muda de ropa que les quedó. Se cambian y se bañan en la calle, debajo del cruce del subte, en Primera Junta, pero hoy cuando suban las napas van a tener que refugiarse, entonces mientras definen dónde van, entran al cajero. Tienen tiempo hasta que algún vecino molesto llame a la Policía para que los corra.

Según el último informe de UNICEF -"Pobreza monetaria y privaciones no monetarias en niñas, niños y adolescentes en Argentina"- basado en datos provistos por la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, dos de cada tres niños y niñas en Argentina son pobres y están privados de derechos básicos. Casi desmintiendo los datos, ella esperará con sus tres hijos, hasta encontrar un parador donde no los separen. En la mayoría no pueden pernoctar juntos. En el caso de los niños y niñas que habitan la calle o migran itinerantes entre hogares y paradores, la asistencia al colegio se ve imposibilitada, como también el acceso a cualquier tipo de prestación de salud o asistencia que requiera el completar el casillero de “domicilio” en un formulario.

Según el Censo Nacional realizado en mayo del año pasado, la población que vive en la vía pública en toda la Argentina es de 2.962 personas. El número dista del último Censo Popular realizado, por segunda vez, por más de cincuenta organizaciones en el año 2019, cuando estimaron que eran 5412 personas, sin calcular aquellas que paraban en refugios, las que vivían sin un techo sobre su cabeza, durmiendo en salas de hospitales públicos, veredas, cajeros automáticos, puentes y autopistas.

José Luis acomoda semidesnudo su ropa sobre la vereda. Los gotones fríos y fuertes lavan mejor que cualquier jabón en polvo, eso se comenta en las ranchadas. Entonces queda en cuero, a pesar del viento helado, para tener una muda decente cuando vuelva el calor. Después la colgará en el enrejado del Monumento de los Dos Congresos, frente al Congreso real, donde se reúnen diputados y senadores con sueldos de quinientos mil pesos. Funcionarios que, basados en el último censo nacional, “trabajarán en soluciones” que no van a contemplarlos.

La carencia de lo habitacional es el único criterio conceptual que han delineado para retratar la problemática de las personas que viven en situación de calle, sin analizarla en su complejidad. El último censo se realizó de noche, a pesar de la insistencia de las organizaciones que advirtieron que incurrirían metodológicamente en el subregistro:  la mayoría, si no vive en un ranchada grande, se refugia donde y como puede, quedando fuera del alcance de la vista de censistas y burócratas sin calle. De día en cambio, permanecen en rincones de las ciudades donde si se ocupa la voluntad suficiente, sí pueden ser vistos y escuchados.

El INDEC debería reformular su concepto de persona en situación de calle y amoldarlo a los estándares previstos en la Ley 27.654 (Situación de Calle y Familias sin Techo). Con un estudio pormenorizado podrían entenderse las trayectorias y biografías de aquellos que, con todos sus derechos vulnerados, son víctimas del abandono, la falta de oportunidades y padecen sus consecuencias: la imposibilidad de establecer vínculos afectivos, de sostener una familia, las adicciones sedando al fantasma de la angustia, el determinismo -difícil de sortear- al que cada una de las instituciones los confina, toda vez que los desdibuja con la desidia de quienes, desde el momento de imaginar políticas de inclusión, los borraron en estadísticas para invisibilizarlos.

Consultado por los resultados, Horacio Ávila, referente de Proyecto 7, organización cooperativa que brinda contención y asistencia a personas en situación de calle, comentó: “cualquier persona que viva en Argentina sabe que con un 8% de indigencia no puede haber menos de 3.000 personas en situación de calle. Es ridículo, no tiene sustento”.

Y sustento no tiene porque ni Ricardo ni José Luis, ni Elisa con sus tres niños, se encuentran registrados en el último censo nacional. Es febrero de 2023, bajó más de veinte grados la temperatura, pero lo que preocupa no es la inclemencia del tiempo. Lo que duele es que sea el clima y no quienes debieran contemplarlos, lo que los reaparece en escena con la tormenta y el frío, desprendidos de un jirón del mapa, como un cacho triste de paisaje en un país que, a la hora de verlos, elige la indiferencia de no contarlos.

La calle no es un lugar para vivir.


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