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Por Alfredo Grande
(APe).- Pensamiento crítico es pensamiento con analizadores. Y estos son como las puertitas del Sr Lopez, la entrañable historieta. O el espejo que pudo atravesar Alicia, la del país de las maravillas. O el microscopio de Pasteur, el telescopio de Galileo, el diván de Freud. Los analizadores son necesarios para perforar la coraza de la cultura represora y encontrar el nivel fundante del sujeto social. Las apariencias engañan gracias al formidable aparato de la publicidad que no es el opio de los pueblos simplemente porque es el ácido lisérgico. Productor contumaz de delirios y alucinaciones.
Si en los lejanos tiempos se decía que la política era el “arte de gobernar”, hoy es el “arte de delirar y alucinar”. Desde los frentes y contrafrentes electorales, los discursos mañaneros, las conferencias de prensa, el ascenso de ignotas figuras al estrellato, la presencia estelar en odiados programas de la “Corpo”, todo suma al gran cambalache nacional, popular y antipopular. Pienso que lo electoral, con su rutina, sus repartos estelares, sus promesas de hoy que serán las traiciones de mañana y no por ser nada parecido a los amores de estudiante sino más parecido a los odios de los jovatos, que lo electoral digo es un analizador privilegiado.
Y como nadie habla sino de aquello que padece, entiendo que soy portador, espero que sano, al menos todavía, de ese trastorno electoral de la personalidad. “Yo quiero ser candidato ¿y usted?” podría ser una propuesta interesante. Claro que algunos no quieren ser candidatos: quieren ser funcionarios. Menos riesgo, después de todo, no pueden ser elegidos ni todos ni todas. Aunque el Estado debe ser el mayor empleador en la Argentina, no le puede dar trabajo a todos porque siempre hay ñoquis para emplear. En el trastorno electoral de la personalidad, el candidato o candidata o ambos o ambas, tienen la obsesión de ocupar el centro. No importa nada, pero nada, si centro derecha, centro izquierda o centro centro. Todos los caminos del retro progresismo conducen al Centro. No es mala idea dinamitar al Centro. Calma: solamente con la pluma, con la risa y la palabra. El Centro es el camuflaje de la derecha, así como la derecha es el camuflaje del fascismo. Y el Centro es también un maquillaje para la izquierda, para no ser escrachada como ultra o antidemocrática. O sea que el Centro es un dancing, donde todos quieren estar para no perder la mejor panorámica. Incluso puede haber parejas de bailarines, bueno, candidatos, que se deslizan por todo el escenario político desde el centro derecha, el centro centro y el centro izquierda sin que se les mueva un pie del suelo.
El Partido de Centro debe ser el 80% del electorado. La clase media es de centro pero todos quieren ser clase media. Menos la clase alta porque no lo necesita. Ni lo desea. Lo céntrico y lo previsible son la obsesión de los candidatos del sistema. Personas que todo se toman en joda, piden un país en serio. Se enfrentan como perro y perro aquellos que ladraron en las mismas cuchas. Se enfrentan pero saben que son portadores enfermos del mismo trastorno electoral de la personalidad. Y digo enfermos porque enfermos están de la dependencia absoluta, de la más profunda adicción, del absoluto sometimiento a la droga más letal: el poder del Estado de Bienestar. Ese bienestar para muchos, no todos, que implica el malestar para demasiados, tampoco todos.
Los empleados, funcionarios, gerentes, del Estado de Bienestar tienen el absoluto bienestar de garantizar sus prebendas para ellos y ellas, y para su posteridad hasta varias generaciones. Un nepotismo amplificado que no es poco en los tiempos de los ajustes camuflados. La “monarquía republicana” parece una forma mas ajustada de referirse a nuestra realidad institucional que la remanida “democracia representativa”. El Poder y el gobierno que lo gerencia, más allá de su origen electoral, tiene un destino mas divino que terrenal. Industria de privilegios y fueros especiales. Los acusados de delitos contra el Estado, (que algunos llaman corrupción) tienen la miserable potestad de expulsar a sus fiscales.
La “Conadep de la corrupción” es una política centrista porque el máximo corruptor es el propio Estado. Y nadie va a matar a la gallina, al gallo y a los pollitos de oro. Las mafias enquistadas en el Poder han logrado, sin prisa pero sin ninguna pausa, organizar una Mafia de Estado. Para sostenerla, el trastorno electoral de la personalidad es necesario y totalmente funcional. ¿Cómo cuestionar aquello que yo mismo contribuí a crear? ¿Acaso el Estado no somos todos? Si entre bueyes no hay cornadas, ¿por qué habría cornadas entre especies mucho menos trabajadoras que los bueyes?
El trastorno electoral de la personalidad tiene un efecto secundario indeseable. Nada es perfecto. Cuando alguna vez termina el mandato (algunos mandatos terminan a veces) el tema es de donde colgarse. Empieza otra batalla muy poco cultural para agarrarse de las estalactitas y estalagmitas del Estado Derramador de Privilegios. Los triunfantes de esa puja, no pocos, siguen bailando en el centro del escenario, lateral derecho los unos, lateral izquierdo los otros.
Si al decir del poeta “el carnaval del mundo duele tanto, que las vidas son breves mascaradas” el trastorno electoral de la personalidad es una mascarada que de breve nada tiene. Y como portador sano, lo afirmo sin duda razonable. Freud se apiade de mi alma.
Edición: 2698
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