Por Alfredo Grande
“pobre de la tierra que no tiene héroes.- No, pobre de la tierra que necesita héroes”
(Bertold Brecht)
PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ, EN EL ACTO DE INAUGURACIÓN DE LA GALERÍA DE PATRIOTAS LATINOAMERICANOS, CON MOTIVO DEL BICENTENARIO, EN LA CASA DE GOBIERNO (..) Y por esas cosas de la naturaleza también o de las ideas de querer siempre desde aquí parecernos a Europa y no ser nosotros mismos, americanos, latinoamericanos, habíamos traído como protagonista central de los festejos a un miembro de la Casa Real de España. Con todo el respeto que tenemos por todo, yo quería, en nombre de la historia de todos estos hombres y mujeres que están en esta Galería, y que en los últimos 200 años abonaron con su vida, con su sangre, con sus ideales, una América del Sur más democrática, con libertad pero para la igualdad; quería y queríamos darnos los argentinos un Bicentenario diferente; un Bicentenario popular, con el pueblo en las calles. Hace apenas 27 años que tenemos una democracia continua en la República Argentina. Todos los argentinos pueden expresarse libremente, y yo quiero agradecerles el patriotismo, la alegría con que han festejado y están festejando este Bicentenario de la República Argentina. (APLAUSOS) (..)Es bueno conocer toda la historia para saber que hay múltiples formas de dar batallas y ellos tenían que dar esa batalla contra aquel colonialismo y siempre hay que dar batallas, la vida es una asociación de pequeñas batallas, en nuestras vidas cotidianas, en nuestra vida familiar, en nuestra vida personal, de diferentes formas, obviamente, y por favor nadie diga mañana que la Presidenta de la República Argentina está llamando a alguna batalla, no, de ninguna manera.
(APe).- No hay peor mentira que una verdad fuera de contexto. También es cierto que algunas palabras se resisten a los cambios de contexto. Dice un nuevo aforismo implicado que, en una cultura no represora, uno es dueño de sus palabras y esclavo de sus silencios. Por lo tanto, considero legítimo tomar, no al azar y mucho menos al voleo, aquellos dichos que me han generado un cierto impacto acústico; lo que habitualmente se denomina ruido. Como le dije a un paciente: “el problema no es que usted hace siempre lo que le canta el culo. El problema es que desafina". Y cuando se desafina, la melodía tiene su quiebre, pierde continuidad.
El macrocontexto son los festejos del Bicentenario, que a mi criterio han ocasionado cambios de una profundidad tal que me autorizan a considerarlos un nuevo trastorno de la personalidad, siguiendo la idea del DSM (Disorder Statistical Manual) en el rubro V (trastorno en la circulación vehicular). El tan temido “ataque de tránsito”. Porque la 9 de Julio dejó de ser la más ancha del mundo, a causa del Bicentenario. Luego, vinieron otros cambios, siendo lo más notable la mezcla -nada milagrosa- de asombro, perplejidad, fastidio y escepticismo por parte de amplios sectores de la izquierda histórica, cuando aluviones, que no eran zoológicos (más bien, parecían botánicos, por lo tranquilos) ocupaban los espacios libres y también ocupaban los espacios ocupados: casas de las provincias, bebederos, comederos, escenarios, etcétera. Donde hubiera un espacio, miles se lo disputaban.
Supongo que la derecha oligárquica también temblequeaba, pero dado que no es un sector que frecuento, no cuento con testimonios directos. La varias veces millonaria presencia de integrantes de todas las clases sociales, incluso económicas, fueron caras no caretas, de una mirada que gusta pensar en una sociedad unida en su diversidad.
No voy a negar que llegué a extrañar aquellas marchas que inevitablemente terminaban en el saqueo algún de comidas rápidas, o en la destrucción de un cajero automático de algún banco extranjero. Nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte. Sin embargo, o los de la Semana de Mayo no eran tan pobres, o eran más vigilados que pobres, porque nada salió de control, ni siquiera del autocontrol.
La obviedad es que se trató de una movilización de masas inédita, a lo que yo agrego: una movilización que logró su propio corralito. O sea: no desbordó la territorialidad asignada, y en ese sentido terminó funcionando como una “masa artificial de corta duración”. Freud denomina masa artificial a organizaciones estables y permanentes, tomando como ejemplo la Iglesia (en particular la católica, apostólica, romana) y el Ejército (al modo prusiano). Otras masas artificiales serían el Estado, el Trabajo (asalariado, flexibilizado), la Familia (sagrada y patriarcal) y la Escuela (dogmática y domesticadora).
Son masas por la cantidad de sujetos involucrados (masa se opone a individuo aislado) y artificiales porque todos sus miembros miran y admiran a un líder. Que no solamente se encarna en una persona, sino que puede ser una idea, una abstracción, o incluso un deseo. Por ejemplo, la Patria. O la Copa del Mundo. Por lo tanto, el carácter artificial de la masa convocada para el Bicentenario está dado por el liderazgo absoluto y contundente de los 200 años de la Revolución de Mayo. Muchísimo más pesaron los 200 años que la misma Revolución. Hasta podría ficcionar que descendientes de Mariano Moreno, de Cornelio Saavedra y ¿por que no? de Castelli y Santiago de Liniers, hubieran podido pasear a distancia prudente, sin molestarse unos a otros.
Varios hablaron de otra “fiesta de todos”. A mi criterio, el significante “todos” remite a captura idelógica de la clase dominante. Si en 1810 la Revolución fue para “deconstruir” el reinado de España sobre las pobres provincias unidas, en nuestra actualidad esa Revolución de hace dos siglos necesita un objeto histórico y político que actualice su utopía libertaria. Si el pasado no se continúa en el presente, si la revolución de ayer no es la aurora de la revolución de mañana, habrá más cuadros en galerías de patriotas, pero pocos patriotas para armar futuros cuadros.
Hace 100 años, la Corona de la madrastra patria amputó nuestro himno. Urgente y baratísima reparación, y sin necesidad de ninguna fuerza bruta. Es volver a imprimir, estudiar y cantar las estrofas donde la bruta fuerza se pone en la lucha contra el imperio.
Sin duda razonable, este Bicentenario estuvo desbordado de talento, de inteligencia, de creatividad y del coraje de las ideas. Pero no pudo desbordar el corralito organizativo y político que mantenía al público como público, participativo, entusiasta, alegre, comprometido, pero siempre en tanto público. Y no hay mejor público que un pueblo digno y contento. No me interesa el fósil de una revolución pasada, sino el organismo palpitante de la revolución permanente y el tránsito por lo revolucionario cotidiano.
Por eso uno de los trastornos ocasionados por este bicentenario fue la contradicción insalvable entre el sentimiento participativo y el pensamiento crítico. No es casual que yo esté escribiendo una semana después, cuando mi propio trastorno bicentenario, en mi personalidad, empieza a ceder en sus síntomas mas agudos.
Nuestro Bicentenario construyó una paradoja viviente, que a mi criterio tuvo más sabor a pesebre que a combate. Incluso combate simbólico, porque el enemigo actual sigue borroso, no sé si por convicción filosófica o por claudicación política.
Al haber desbordado toda previsión, incluso de los organizadores, y como sigue siendo cierto que lo cuantitativo decanta cualidad, podríamos hablar de Acontecimiento en relación a los festejos del Bicentenario. No es sin consecuencias que los 4 días que apenas conmovieron algunos mundos (más internos que externos) hayan sido noticia internacional, de todos los medios todos.
Pero el horizonte de lo posible, es decir, aquello que da sentido al peor de los sentidos
-el común- está exactamente en el mismo lugar que el día anterior. Para decirlo en los términos persuasivos con los que habitualmente trabajo: “el orgasmo fue de la hostia, pero la relación de pareja no cambió”. Y esto no lo digo yo, sino que se infiere de dos dichos de nuestra Presidenta. Cuando ella se refiere a la “democracia continua”, excluye un acontecimiento de calidad superior a estos 4 días, que fueron las jornadas de diciembre de 2001, cuando un movimiento heterogéneo en composición y en convocatoria -y por eso mismo, potente- arrasó con un gobierno primero, y con la imaginaria representatividad de la clase política después. Aquel “que se vayan todos” sigue siendo un himno que necesita ser recordado, y algunas vez, si resulta necesario, nuevamente cantado.
No sólo hubo discontinuidad en la democracia, sino que fue una discontinuidad que precipitó al nuevo fundante de una política del poder autónomo.. Pero aquellas jornadas vendrían a ser el “hecho maldito del país kirchnerista”. Porque ese origen lastima su destino. No es en vano tanta invocación realizada a la crisis en Grecia, en términos del mal absoluto (pero obviando que la resistencia popular a esa crisis -en realidad, un saqueo feroz- fue la matriz desde la cual se parió este Bicentenario).
Y otra cuestión central, y para mantener fidelidad a la propuesta de un Seminario de Psicoanálisis Implicado (cuyo título podría ser “Cultura Represora: de la queja al combate”), señalo que hay tres registros posibles de la rebeldía contra el sistema: la queja, siempre individual, la protesta colectiva pero autocontrolada y el combate colectivo, disputando poder real. Por eso, cuando Cristina Fernández afirma que “siempre hay que dar batallas”, asoma en su discurso algo más que la simple recordación de un pasado heroico. Una batalla con el pueblo en las calles no es un paseo, es una pueblada. O sea: pueblo que además de intentar saber de que se trata, tenga poder sobre aquello que se está tratando.
Ojalá entonces alguien diga, o mejor dicho, muchos digan, que la Presidenta está llamando a la batalla contra los continuadores actuales de los represores colonialistas. La cultura represora sigue vivita y coleando, y sobran testimonios desgarradores. Porque entonces habrá fuerza bruta, y no tan bruta, contra los enemigos actuales, que lejos de ser borrosos, tienen frente y perfil definidos.
La paradoja del Bicentenario (masas en las calles, autocontroladas) es la paradoja del kirchnerismo. La historia absolverá al pueblo que no se aquiete con la herencia de un liderazgo, sino que lo profundice hasta la batalla sin final.
Edición: 1791
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