Trascender lo aparente

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- Se instala la cifra pero no el debate, se escriben las estadísticas pero no a las personas, se vomitan los números pero no las historias. El debate sobre la reforma, nuevamente, del Código Penal, inunda los medios y las mesas de familias. Se habla de la cárcel y de los presos. De lo que cuesta y de lo que le cuesta al hombre de a pie un preso, de lo que le cuesta a una sociedad un preso, de lo que gasta el Estado en un preso.

El debate se presenta como producto terminado, como mercancía empaquetada, lejos quedan los espacios y los tiempos de la reflexión y de la problematización. Hay que actuar ya, gritan eufóricos los prolijos panelistas de la tv y de los diarios masivos, hay que terminar con el garantismo, vociferan los especialistas del todo, sin saber aún que el garantismo implica garantías constitucionales para todos y todas, incluso para ellos, más allá o más acá de los detenidos.

Hay un autor, Carlos Andrade, que nos habla de la violencia y denomina a un tipo de violencia como individual y a otro tipo de violencia como estructural. La primera, afirma el autor, puede generar una o varias víctimas pero encuentra un autor y tiene representación social, es decir, es percibida socialmente como violencia. En cuanto a la violencia estructural, su característica principal es que no tiene representación social, es decir, no es generalmente percibida como violencia y no es atribuida a un autor o autores. En este tipo de violencia estructural se incluyen "aquellos actores, situaciones y o procesos que resultan violatorios de derechos humanos y que generan un estado de violencia cierto con sufrimiento físico y moral que puede llegar hasta la muerte misma”.

La representación social de la violencia como violencia individual no para de inundar la agenda mediática y la agenda de gran parte del arco político actual, sabemos quién es el femicida, de que equipo de fútbol es, que le gusta comer y donde vivía exactamente, pero no logramos vincular ese hecho de violencia cometido por el femicida con el hecho estructural de la violencia propia que legitima una sociedad con patrones culturales patriarcales desde antaño, sabemos quién es el pibe que le sustrajo un celular a otro pibe, y que intentó matarlo, sabemos de qué barrio es, que le gustaba comer y de que color se había teñido el pelo, pero no sabemos que ese pibe, como el otro y como todos nosotros y nosotras, vivimos hace décadas en una comunidad cooptada por el mercado, la publicidad y el tener antes que el ser.

Sabemos y nos representamos las violencias individuales, pero nos cuesta infinitamente más entender como ese hecho concreto de violencia individual las más de las veces se inscribe en una violencia mayor que le da techo, cobijo y argumento.

En este sentido, se nos presenta la discusión sobre la reforma al Código Penal- como en aquel tiempo del año 2005 con la Ley Blumberg- pero no se nos presenta la discusión por el sistema carcelario, por las sistemáticas violaciones a los derechos humanos denunciadas por todos los organismos internacionales y mucho menos se nos presenta la discusión sobre la cárcel como un depósito de sectores populares que vienen, hace tiempo, quedando en el margen de este Leviatán cada vez más selectivo y sarcástico.

No importa debatir las tan mentadas resocializaciones del privado de su libertad, ni el derecho garantizado a la educación en contexto de encierro, ni las posibilidades de capacitaciones laborales, ni los acompañamientos terapéuticos, ni las muertes inducidas en las cárceles, ni el HIV sin abordaje alguno, ni en analfabetismo, ni las muertes evitables de los detenidos que se mueren como ratas en las esquinas más oscuras de las unidades penitenciarias de causas más que evitables.

No. Que la cárcel sirva para el castigo como fin en sí mismo, que proponga la sombra eternamente y que ante un acto horrendo, como lo es el femicidio o cualquier otro delito, se responda con una vida horrenda como la del encierro permanente en nuestras cárceles que nunca fueron ni sanas ni limpias ni nada.

Entonces nos quedamos en lo aparente, en ese inmediatismo que por milésima vez nos hará encontrar con el error más grosero de entender que el castigo máximo y más extendido terminará por disminuir el delito. Grave error que vuelve a surgir. De nada sirvió la Ley Blumberg votada por ambas Cámaras allí por el 2005. No disminuyo el delito, no mejoraron los tratamientos para el detenido sino todo lo contrario; las cárceles sanas y limpias siguieron mutando en depósitos de pibes y de pibas que conocieron el encierro, que salieron en libertad y que en pocos meses volvieron a la tumba.

En síntesis: ¿cómo trascendemos lo aparente? ¿Cómo transitamos ese camino que nos lleve de la afirmación vacía a la discusión argumentada? ¿Cómo reemplazamos la naturalización de la cuestión social por la problematización del contexto histórico? ¿Cómo dejamos por una vez y para siempre el sentido común colonizado por los especialistas del todo y tomamos, por una vez y para siempre, la palabra de esos cuerpos rotos, de esas historias quebradas, de esas experiencias concretas?

No puede ser el horror respuesta para el horror, no puede ser el encierro prolongado la respuesta única, no podemos seguir analizando la violencia individual como desvinculada de la violencia estructural. No da resultados, nunca dio resultados, no dará resultados.

Terminaran, las cárceles y las calles nuestras de cada día, convertidas en gigantescos fortines, en fábricas del miedo, en mercados de la desconfianza, como hasta ahora.

En un mercado que vende lo que reditúa, saca lo que no sirve y ni siquiera reparte lo que le sobra.

El mercado de la seguridad.

Sólo para algunos.

Edición: 3383

 


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