Toldería resistente en el cemento

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Por Mariano González

Fotos: Ana Laura Beroiz

    (APe).- Entre los pliegues de la injusticia cotidiana y los oropeles de la historia del museo y el bronce, caminan los grandes hombres, mujeres, niños y niñas, ésos que van pariendo nuevos mundos, invisibles y anónimos. Caminan de la mano entre las sombras de un presente patriarcal e individualista, mientras los ciegos de luz buscan a El Responsable de cuestionar el status quo. Buscan a “El Hombre”, ese único Hombre, como esa masculinidad genérica y universal que nos envuelve a través del lenguaje en la reproducción de paradigmas. El hombre y su cabeza, esa búsqueda demodé en vanguardias iluminadas.

Pero, ¿qué hay de los pies? ¿Qué hay de las manos y del resto del cuerpo? El poder, los medios hegemónicos de (in) comunicación, los malos gobiernos, siempre tuvieron un deleite especial por las cabezas, incluso por erigir cabezas y caudillos sabiendo que podrían cortarla a su antojo, llegado el momento. Buscan una cabeza, ajena al cuerpo e incluso negando la existencia de éste. Sucede que entre los bordes de esa negación se encuentra la certeza insoslayable de que no hay uno sin otro. Lo supo Pizarro y lo ocultó junto a la cabeza de Atahualpa, intentando negar su totalidad; lo supo el cuerpo de Atahualpa en su búsqueda eterna por recuperar su totalidad. También lo supieron aquellos que amputaron las manos del Che, para que ya deje de pensar porque al decir de Marx “pensamos porque tenemos manos”.

Y es que los originarios siempre lo supieron: no hay cuerpo sin cabeza y llegará el día en que debajo del humus, cuerpo y cabeza se reencontrarán, porque no hay distancias entre uno y otro, porque son lo mismo. Lo supieron incluso antes que Spinoza y que Marx, antes también del empecinado esfuerzo por ocultar a estos pensadores bajo el polvo de la academia.

Porque que el hombre piense porque tiene manos tal vez incomode a la tajante división entre trabajo manual y trabajo intelectual. También expropiaría el monopolio de los “dueños” del saber, siempre dispuestos a mostrar su abultada lista de lecturas pero incapaces de adueñarse del barro y las calles.
Ronda y palabra

Las primeras sombras se anuncian detrás del fálico obelisco que se exhibe en la ciudad donde, dicen, Dios atiende. El cemento mira rendido a tantas flores que brotaron pese a su hermética tarea de devorarlo todo. La ronda se dispone dentro de la carpa que clavó banderas agrietando al cemento: las abuelas, hombres, mujeres y niños ocupan su lugar en el círculo interminable.

La palabra lentamente va danzando entre unos y otros. Confundida entre el humo que exhala el mate se eleva y cobija a todos los que la nombran. La madrugada se impacienta pero la palabra aquí abajo nació sin agujas. Las niñas y niños participan de esta clase magistral sin maestros y una vez más la asamblea piensa porque tiene manos, muchas, y callosas de tanto pensar. El día finalmente bosteza su primer destello y el mate revive entre las cenizas del último polvo de yerba del paquete; el cuerpo cansado pero el espíritu renovado por un día más de resistencia y organización.

Manos y pies

Es que las manos, siempre más pícaras y veloces les tejen a los que eligen ser sistemáticos espectadores, los escenarios que éstos quieran ver. Se divierten, se ríen de ser invisibles, que no es lo mismo que no existir. Ríen, con esa risa tan de niños, tan sin bordes. Mientras, los espectadores se ocupan de mirar sin observar, las manos hacen y deshacen, piensan y construyen. Los ciegos de arriba no las ven, porque quien sólo mira hacia arriba nunca verá venir la mano del Knock Out.

Los pies, esa corporeidad de la cabeza, ríen silenciosamente en la noche eterna, mientras recupera una y otra vez a lo largo de los siglos, el cuerpo degollado y confinado al olvido bajo tierra de Atahualpa para revivirlo una vez más, para continuar la lucha después de haber descendido a la cripta.

Toldería en el cemento

Un viento desde el Sur le revuelve el pelo que, trenzado, resiste estoicamente los embates hasta que por fin el suspiro fuerte del cielo se rinde y se amigan en un abrazo que los enrieda a ambos. Apura el paso entre la multitud que se ha acumulado tras la toldería anacrónica que invade el cemento para dar por fin con ese poco de yerba que alejará el cansancio y los malos sueños por un rato.

Sonríe a todos sin importar desde dónde venga ni por qué, desconcertando hasta al más hábil de los infiltrados. Con los ojos grandes, dueños de una negrura que asustaría a esas noches huérfanas de lunas, va mirando todo cuanto hay a su alrededor. Alejada del palabrerío estéril de los que se alternan el poder de arriba, dialoga firme y sincera con todos, explicando con hipnótica paciencia los motivos del acampe.

La resistencia

Hace 52 días que en el acampe se resiste. Los hermanos de las naciones Qom, Pilagá, Wichí y Nivaclé de la provincia de Formosa, quienes decidieron conformar la QO.PI.WI.NI Lafwetes como expresión de lucha y organización de las naciones originarias contra la opresión, el olvido y la colonización continuada del Estado Nacional y Provincial, hace más de 52 días que están acampando en el centro administrativo del país, exigiendo el pleno cumplimiento de sus derechos.

Lafwetes, voz Wichí, nombra un árbol que fue cortado pero que sus raíces resisten y desde allí vuelve a crecer. QO.PI.WI.NI. es una organización radical, aunque esto no expresa un extremismo de esos que, aún siendo una entelequia, su sola mención despeina a las señoras de cacerolas tomar, siempre listas para custodiar su único bolsillo.

Tampoco marca la adhesión a una corriente partidaria; sino que se es radical por lo que la etimología del término representa: un devenir desde la raíz, y es que la lucha es también por recuperar y resignificar el lenguaje. Claro que cualquier movimiento que se asiente sobre las raíces, sobre sus bases y venga desde la tierra misma tiene en sus entrañas la revolución. No como promesa de un futuro desdibujado en el horizonte, promesas a veces más cercana a las clericales del paraíso que nunca llega, sino como la revolución de serlo en el día a día, en las relaciones cotidianas, en la reciprocidad, en los modos de construcción.

No promete lejanos paraísos, sino que los respira cada mañana. La raíz no sólo es lo pasado, lo ancestral, sino también los retoños; el futuro. La raíz, ser radical, es caminar desde abajo, lejos del fastuoso andamiaje político de arriba y cerca de los pies. Lejos de los dueños del saber y cerca de la construcción de una sabiduría colectiva, esa que se piensa con el cuerpo.

Luján

Luján ya casi se lava las ojeras con el último sorbo del mate, toma impulso para pararse, los bolsillos remendados pero llenos de ilusiones y una mirada que nos fulgura como venida desde hace mucho tiempo. Ella, presente y futuro de una lucha que no baja los brazos.

Sabe que pensar con el cuerpo es también sufrir con él. Y ella conoce bien de esos rincones fríos de la lucha. Con apenas trece años ya conoce del trajín y el sacrificio. No vivió ni leyó los grandes sucesos de la historia, pero su cuerpo da cuenta de cada lucha librada en el territorio.

Con escasos calendarios deshojados, le miró los ojos al frío de la noche, al exilio prematuro y al recuerdo de soñar en otra lengua. Hace 52 días resiste, hace trece años habrá llegado con el primer grito de su pecado de ser india y mujer; y todavía hoy no hay quien le quite esa alegría irreverente de sostener el alarido.

Ya no carga en su mochila los cuadernos, ésos de tapa dura con motivos de tela de araña y que tanto extraña. No habrá en estos días el deleite del recreo. Dejó la escuela del encierro y la disciplina, pero que guarda lo más valioso: los amigos. Viajó desde muy lejos y se acodó en otra escuela, la del futuro, la que no miente ni delata, la que enseña a no claudicar, a desafiar a la matemática ganándole horas improbables al sueño; y es aquí donde halló a sus compañeros y hermanos de lucha, con quien se mira firme y a los ojos cuando los brazos empiezan a pesar.

Cifras


A menudo nos invaden los medios con sus cifras, los “Ni-Ni” descontextualizados, los índices delictivos, la cíclica discusión en torno la baja de imputabilidad, etc, etc. Pero pocas veces nos detenemos en estos gigantes anónimos. Tal vez porque la muerte nos fascina, aunque para estos luchadores es tan sólo un invitado más que desfila en la larga noche.

Luciano Arruga fue un rebelde luchador hasta su muerte, no desde el día de su muerte; Maxi y Darío pusieron el cuerpo mucho antes de que las balas les anudaran el pecho y el grito que retomamos nosotros; Matías Catrileo fue y será weichafe y guardián de la Ñuque Mapu, mucho antes de que las balas le invadieran el cuerpo y el territorio. Los miles de compañeros anónimos son y deben ser banderas ahora y siempre, antes y después de que la muerte que el Estado nos propone lo devore todo.

Levantemos las banderas hoy de nuestros hermanos Wichí que al costado de una ruta van borrando las huellas a la muerte que los va acechando detrás de las balas policiales. Caminemos ahora con todas las víctimas del aparato de espionaje del Estado, perseguidos por luchar. Es hoy el momento de abrazar a nuestras hermanas mapuches que se abrazan a la vida mientras en la Patagonia el fuego devora los bosques milenarios, estirándole la alfombra a la especulación inmobiliaria y a la criminalización del pueblo Mapuche. Rindámonos hoy ante la sonrisa de Luján, la niña Qom que custodia la memoria y el territorio de todo un pueblo.

Todos estos luchadores existen y existieron aunque la televisión, la radio y los periódicos hagan culto del silencio. Aunque la certera cifra no los contemple. ¿Qué nos dirán las cifras de esta niña? ¿Que perdió la escolaridad, tal vez? ¿Que migró de su comunidad? Engrosará largas listas de carencias seguramente.

Pero ¿dirán algo las cifras de su lucha por un mañana más cercano a la tierra sin mal Guaraní que a la ficción occidental del progreso? ¿De su sentir colectivo, de su orgullo Qom, de su entrega, de sus manos ordenándolo todo, tan jóvenes y cansadas? ¿Quién se erigirá como juez y verdugo de un sistema que nos arrebata la vida y condena para siempre a la niñez? ¿Quién culpará al verdugo, siempre encapuchado, y no al condenado, siempre tan desnudo? ¿Qué dirán pués las cifras sobre el sistema verdugo? Nada dirán.

¿Qué diremos nosotros entonces? ¿Qué haremos nosotros? Seguiremos en el palco principal estudiando las cifras minuciosamente o saldremos al frío de la noche, caminaremos a oscuras, despacio, y nos abrazaremos por fin con lo que somos, con los anónimos que nacemos y morimos una y otra vez, con los invisibles que mientras todos duermen tejen frazadas y nos calientan el cuerpo para que entre todos pensemos cómo salir del olvido.

 Edición: 2890


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