Todos los nombres

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(APE).- Se diría que los nombres de Isaías, Joel o Pedro son palabras que viajan en el viento desde los tiempos bíblicos. Se podría pensar que Rocío, Anahí, o Mónica, son vocablos que descansan en el título de algún tímido poema. Sin embargo éstos, junto con otros cientos de nombres, pertenecen a los niños pobres que el sistema recluye en las comisarías de la Provincia de Buenos Aires, esos lugares de oscuridad y tortura donde para los pibes no hay dios, sino el embestir contra las palabras colgándose de los vocablos.

 

375 chicos en Comisarías el 31 de agosto. Ellos son, en su vulnerabilidad, el espejo de las desigualdades sociales que se manifiestan directamente sobre sus cuerpos mutilados por penas y olvidos. Vivimos en una democracia -hecha para unos pocos- que erosiona gota a gota las instituciones tradicionales: familia, escuela, barrio, o simplemente las cierra con candado, cuando no las aniquila, impidiendo la integración de los niños pobres en el cuerpo social. Los niños de la calle se recogen en cajas de cartón y se cobijan con diarios que los dejan insomnes frente al cielo.

En muchos casos, pasan cientos de días encerrados en las comisarías por delitos menores o para ser protegidos del mal de la pobreza. En el Departamento Judicial de Lomas de Zamora un niño de 16 años lleva detenido (al 31 de agosto) 249 días para evitar cualquier riesgo moral o material. Privados de su libertad, encarcelados en las comisarías, muestran una inmensa capacidad de resistencia. Hombres uniformados y armados, de pie, verticales, paralelos e inconmovibles son su paisaje cotidiano, su vínculo con la crueldad y ellos sobreviven.

Sólo si alguien le imagina un destino llegarán a vestir su condición de niños. Si les es otorgada la magnífica donación de un nombre y de su lugar necesario en el mundo. Ese niño -dice Alba Flesler- “clava sus raíces en lo que nunca antes fue dicho, instaura un advenimiento que tiene valor de acontecimiento”. Quieren soñar con ángeles, pero su realidad de pesadilla los despierta. En la noche de las celdas, no hay escondite para esas alas. Son tratados como desviados o como eventuales promotores de amenazas cuya conducta debe ser castigada.

Pero para todos ellos tiene la muerte una mirada: pibes, algunos muy pequeños, un bebé, niños de 3, 4, 5 y 11 años dormían en el Dto. Judicial de La Plata el 31 de agosto -en las celdas de una comisaría- lejos de cualquier ternura. Frente a ellos, los desinteresados de siempre y los interesados de costumbre, hacen un silencio de epidemia.

A pesar de que estos niños son expulsados del territorio desangelado de su infancia comenzarán un destino, todos estos niños de almas encerradas, humillados por ser mendicantes o ladrones convertirán el miedo en coraje, el inmenso poder de la palabra en un poema que dispara piedras de la calle.


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