Tierra rara

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No sólo de plomo son las balas

 

Por Eugenia Segura


(APe).- Podría ser el pensamiento de un niño recién nacido en la franja de Gaza, si pudiera ser traducido en palabras: Tierra rara. O podría ser la conclusión que se lleva un ser humano de cualquier edad, en ese instante antes de pasar al otro lado. Mucho más, cuando la vida le es arrancada antes de tiempo, en ese mismo sitio, o en Ucrania, en Jáchal o en Andalgalá, sin ir más lejos. En ese instante donde todo delirio artificial diseñado para dividir a la humanidad desaparece: chau dinero, chau credo religioso, chau clase social. Chau petróleo, chau consumo, chau odio, frontera, línea de fuego: no más el cuerpo, nomás el alma.

Puede que se pregunte alguien: ¿qué tendrá que ver Palestina con Jáchal, o Ucrania con Uspallata, el valle que amo, en donde vivo, en donde insisten con instalar el tantas veces repudiado y rechazado proyecto megaminero San Jorge?. El viaje de un pedacito de metal, desde el interior profundo de una montaña en la cordillera de los Andes, hasta la herida en el cuerpo de un niño de la guerra, es algo que se puede rastrear fácilmente: siguiendo la trayectoria de un misil desde que nace hasta que explota.

“Tierra rara”, es lo que piensa también el empresario de una trasnacional minera, cuando recibe los informes de un cateo, si es que está pensando en invertir, y cuando recibe los informes -los números reales- de qué le traen los containers desde la otra punta del mundo. Porque “tierra rara”, también, es el nombre bajo el que se agrupan diecisiete elementos de la tabla periódica, minerales estratégicos que salen de nuestro país, junto con el oro, el cobre y la plata, bajo la extraña etiqueta de “impurezas de exportación”. Así
como la demanda de oro se dispara en épocas de incertidumbre económica, la demanda de metales se dispara en épocas de guerra, y estas tierras raras tienen un papel crucial en la industria bélica.

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Es cierto que también sirven para hacer esas pantallas de computadoras y celulares, a través de las cuales, como nunca antes en la historia, podemos ver las imágenes concretas de los horrores de la guerra. Estoy pensando en la velocidad en la que corren por mi pantalla imágenes de cuerpos –de cuerpitos- destrozados por las bombas de Palestina, mezcladas con los titulares de los medios promoviendo la megaminería como la salvación de todos nuestros problemas, acá, en el verdadero punto de partida de la trayectoria de un misil, donde el daño que dejan es muy parecido: niños nacidos con malformaciones, cáncer, el miserable pan intoxicado de hoy, el hambre para mañana.

Por esa configuración aleatoria del facebook, están mezcladas con las de la otra parte de la humanidad, esa que está creando arte, inventos para sanar este planeta, acciones concretas y reales para rescatar lo mejor del ser humano. Estoy pensando que, como a mí, a vos también te está pasando esos microsegundos de angustia, de compasión, de horror, de alegría, de esperanza, que se suceden en la pantalla de adentro.

En esos microsegundos decisivos, hay algo que comprendo: si freno a una megaminera, es una bala menos, un misil menos en la franja de Gaza, un rostro entero y una vida posible del lado de aquí y de allá. Si contribuyo a detener aunque sea un rato la locura del petróleo y del fracking, es menos combustible para los portaviones y los bombarderos y los drones. Si ayudo a difundir las fuentes de energía libres, limpias y gratuitas, que ya hace más de cien años Nicola Tesla inventó y puso a disposición de la humanidad, todas estas guerras sencillamente no tendrían razón de ser.

Y si custodio una semilla ancestral, es pan para calmar el hambre de los que sobrevivan, es un pasito simple y a la mano de todos, hacia la libertad.

Igual que vos, que estás leyendo estas palabras ahora, estoy en una tierra que se está poniendo cada vez más rara. Y como tengo, igual que vos, una imaginación, una palabra, un cuerpo y una vida por delante, un pensamiento: que sea para ayudar a alumbrar ese otro mundo posible, que sea para activar lo mejor del ser humano en otro ser humano.

Somos siete mil millones de otros los que estamos pidiendo que terminen de una vez con esta locura, y si lo gritamos bien fuerte, van a tener que parar. Que sean para despertar la conciencia del mundo, estos microsegundos decisivos que nos están pasando a todos ahora por dentro.

 

Edición: 2753


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