Modo permanente de construcción subjetiva

Terrores diurnos

A diferencia de otras infancias, las actuales no necesitan leer El Fantasma de la Opera para conocer las formas del terror. Sus vidas ya son fantasmales y usan las máscaras de la resignación y la tristeza. Máscaras que ocultan el verdadero rostro del terror permanente.

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Por Alfredo Grande

(APe).- Cuando el terror es política de Estado hablamos de Terrorismo de Estado.  O sea: una subjetividad aterrorizada es una condición necesaria para construir impunidad y organizar el delito como plan de gobierno. Cuando yo era adolescente, siempre me encantaban las películas de terror. Y los libros.  Aún recuerdo la lectura de El Fantasma de la Ópera, de Gastón Leroux. Pero eran terrores, digamos, voluntarios. Deseantes. Dejaba de leer un rato y me tranquilizaba. Algunos cuentos infantiles administraban dosis de terror. Pero era como un suave cachetazo en la serenidad de un día.

Ahora el terror no solamente es cotidiano. No solamente es de noche. Es de día y de tarde. El terror quedó instalado como modo permanente de construcción subjetiva. Los chicos son peligrosos, están en peligro y generan peligro. Pero no es lo mismo el peligro como situación que el peligro como condición de existencia. Situaciones peligrosas son de todos los días y a esa sumatoria se la llama temas de seguridad. Gendarmería, cárceles, código penal.

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El rostro punitivista del Estado se saca la máscara de cualquier bienaventuranza. El terror social coloca a las diferentes formas de delito como causa. Pero todas son consecuencia. No lo digo porque haya un determinismo absoluto. Pero las características de la población carcelaria en cualquier país es un mapa social y económico que nos dice mucho.

El negocio de la seguridad desde puertas inviolables hasta cámaras en el baño, es un nicho del mercado del terror. Para decirlo en términos académicos: el terror garpa. La hiperinflación es terror financiero. O sea: que haya inflación para que no haya híper. Votar a los menos malos para que no ganen los malísimos.

El turismo, en un trabajo publicado en esta Agencia, lo bauticé como la “antropología de los imbéciles”. Fui generoso. Si viajar es vivir un poco, el previaje es una vida antes de la vida. Y simultáneamente, que es una de las marcas de la cultura represora, turismo y terror van juntos. Sergio Alvez lo reseña con precisión desesperada.

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Para salir del terror cotidiano, la tregua es un mendrugo, drogas, alguna propina tirada la piso. Algunos miran las maravillas del mundo. Otros, otras, el fondo de los contenedores de basura. El terror es la basura no reciclable del despilfarro demencial. El espanto es cuando hacemos pactos con el diablo, o sea, negociamos con el terror. Los que quieren y pueden, se anestesian con psicofármacos. Para estar despiertos y para dormir como un bebé. Como un bebé burgués, se entiende.

Las infancias aterrorizadas no necesitan leer El Fantasma de la Opera. Sus vidas ya son fantasmales y usan las máscaras de la resignación y la tristeza. Máscaras que ocultan el verdadero rostro del terror permanente. Pero el único problema que tenemos es que el seleccionado de Argentina perdió el primer partido. Y las multitudes se aterrorizan frente a una posible eliminación.

Dime que priorizas y te diré qué eres.

Si las noches son terror, los días continúan ese terror por otros medios. Lo único que no cambia es el terror. Algún psicoanalista habló del “terror sin nombre”. Este terror tiene muchos nombres. Y no solamente los de la derecha cruel, sino también los del progresismo cobarde. Del terror cotidiano, de noches y días, no hay recuperación. Quizá se logre la supervivencia.  Pero será siempre una supervivencia aterrorizada. Y tendremos que darnos cuenta por las buenas y por las malas que todo pasado presente y futuro es terror.

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