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Por Carlos del Frade
(APe).- Sueña la Municipalidad de Rosario con inaugurar un Puerto de la Música diseñado por el mismo arquitecto que soñó y realizó la ciudad de Brasilia.
Sueña la Municipalidad de Rosario con alcanzar los niveles internacionales en construcción como los que exhibe Barcelona o alguna otra gran ciudad europea.
Sueña la Municipalidad de Rosario con un casino cuyas dimensiones serán las más grandes de América del Sur.
Sueños oficiales de la Municipalidad de Rosario.
Del otro lado, sin embargo, la realidad es más dura.
Distinta.
En las pancitas de los pibes es necesaria la presencia de la comida que reparten como pueden en las escuelas públicas.
Una reciente información da cuenta que catorce mil quinientos pibas y pibes menores de catorce años comen entre pizarrones, tizas y una descolorida bandera argentina.
Que tuvieron que ir a la escuela en verano, durante las vacaciones, para poder comer todos los días.
En ese mismo lugar donde planean el Puerto de la Música, alcanzar los estándares inmobiliarios europeos e inaugurar el más grande casino de Sudamérica.
¿Qué sinfonía alcanzará el necesario tono que refleje la carita de esos pibes que esperan comer en las escuelas porque no hay comida en sus casas?
¿Qué moderno edificio dará lugar a esas chiquitas que durante las vacaciones llenaron las mesas de los comedores escolares?
¿Qué pleno habrá que sacar para que se cante de una buena vez “no va más” a la exclusión obscena?
Sin embargo el número no es completo.
Ya el año pasado el Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe, tan socialista como la Municipalidad de Rosario, había informado que las chicas y chicos que necesitaban alimentarse en las escuelas ascendía a 95 mil en los pagos abrazados por las aguas marrones del Río Paraná.
Noventa y cinco mil o catorce mil quinientos, sea como sea, son números que conmueven ante la supuesta realidad de una pretendida ciudad progresista.
Apuntan las crónicas que "está terminantemente prohibido por el Ministerio de Educación que los chicos se lleven comida a la casa en un tupper", sostienen las directoras de las escuelas. Es “que muchos niños acostumbraban llevar comida al resto de su familia. La causa de esta disposición es que los directivos no pueden asegurarse de que los chicos realmente ingieran los alimentos que se les proporcionan. ‘A veces puede pasar que se los llevan, no los guardan en la heladera y luego los comen aunque estén en mal estado. En ese caso la culpa finalmente termina siendo de la escuela’", agregaron las docentes.
A cuarenta años de los Rosariazos, la ex ciudad obrera suele contentarse con los anuncios de la publicidad oficial y no se detiene a pensar en lo que sucede en la geografía niña que se expande entre sus calles.
“Rosario, la mejor ciudad para vivir”, como dicen algunos carteles, deberá mirarse por dentro para construir en serio un espacio donde la música, las viviendas y los juegos no sean un privilegio de pocos, sino el derecho de los que son más.
Fuente de datos:
Diario La Capital - Rosario 30-03-03
Edición: 1485
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