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Por Alfredo Grande
(APe).- La Argentina post Macri, que no era un virus, pero que generó una catástrofe de dimensiones mucho mayor que la actual, duró cuatro años. A pesar de todas las denuncias realizadas en su momento, no hubo cuarentena ni aislamiento político obligatorio, ni nadie fue a votar con barbijo. Sería interesante hacer la lista de los portadores sanos, los enfermos y los muertos que originó, al menos desde los 90, el virus neoliberal.
Cada situación que no se pudo o, mejor dicho, no se quiso resolver, se la llamó “estructural”. También “núcleo duro”. La indigencia/pobreza de un 25 % antes de Macri, terminó en el 40 % al final de su mandato: haga patria, mate un pobre.
Sin embargo, la clase política, sindical, empresarial, optó por el cumplimiento total de los 4 años. Obviamente, para que ese mandato de muerte fuera enfrentado era necesario que el pueblo pisara las calles nuevamente. Pero ya había un anticipo del aislamiento político obligatorio. Nunca más un 2001. Por eso pienso que el covid 19 es la continuación del macrismo por otros medios. Los comités de expertos piensan, aconsejan y el presidente decide. El pueblo aunque quiera saber de qué se trata, de la casa a la casa. Aunque no la tenga. Tardíamente aparece la idea del aislamiento barrial y comunitario. No deja de ser una trágica paradoja que aquellos y aquellas que se desayunan con pueblo, terminen cenando con liderazgos políticos y económicos. Algunos llaman a esto G 20.
La epidemia/pandemia es una formidable lupa que en principio, pone en superficie los siniestros entramados del poder burgués. La cuarentena/ aislamiento es necesario. Pero también la grieta la atraviesa. Que poco y nada tiene que ver con la guerra de las vedettes ni los trolls de Marquitos el Terrible. La grieta es un eufemismo geográfico, para bautizar en lengua posmo chic, los abismos de clases. Ojalá fuera una grieta. Es un precipicio que no podés saltar porque caés inexorablemente. Algunos llaman a esto indigencia. Por lo tanto hay un aislamiento preventivo obligatorio para las clases medias para arriba, y para las clases medias para abajo hay un estado de sitio encubierto.
En Mendoza un joven es reprimido, encarcelado por no cumplir el DNU 297. No sabía que para el hambre no hay un permiso que habilite la circulación. Su personalidad anti social y potencialmente subversiva, era vender verduras. Paolo Rocca apenas tiene que ganar menos. Pero siguen insistiendo en hablarles con el corazón. La clase empresarial no tiene corazón. La única víscera sensible, como decía el General, es el bolsillo. Obviamente, contestó con despidos. La misma situación de la plegaria y el rezo a la clase parasitaria de los capitalistas, se observa con las denominadas empresas de medicina prepaga. Esto es una identidad autopercibida porque apenas son seguros de salud.
Yo era médico en el Hospital de Clínicas y vi el crecimiento neoplásico de Medicus. Tanto que empecé a referirme al Hospital universitario, como “Hospital de Clinicus”. Tendrían que haber tenido el mismo destino que las AFJP. Pero la historia la escriben los que vencen y los que vencen son los que pagan. O mejor dicho: los que cobran. Y porque cobran, tienen capacidad de lobby. O sea: de coima.
Aldo Neri también participó en la elaboración del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) ideado por Domingo Liotta, secretario de Salud del tercer Gobierno de Juan Domingo Perón. El sistema fue aprobado por ley, pero sólo fue ejecutado en cuatro provincias, y sólo en Chaco y San Luis duró hasta el final del gobierno peronista. Y al igual que la constitución nacional de 1949, ningún gobierno de la democracia lo retomó. Por eso llegamos a lo que llegamos. Un asesor presidencial especializado en cuestiones cerebrales remata (sic) su spot publicitario diciendo: “no es por vos, es por todos”.
Como siempre recomiendo cuando deseamos perforar la cultura represora, usemos la técnica de Jack. Destripemos el discurso. “No es por vos”. Caramba, debería serlo. Porque sin mí, el todos es abstracto. La expresión adecuada es: “es por vos y es por todos”. Y todes. Pero a confesión de parte, igual no hagamos relevo de prueba.
La epidemia pone en superficie, amplifica, las infamias, los crímenes contra la humanidad de más de 40 años de dominación del pequeño, mediano y gran capital. Algunos llaman a esto democracia representativa. Es obvio que habrá cambios revolucionarios, que no es lo mismo que “la revolución”. Pero es un comienzo. Hoy tenemos viejos y viejas (adultos mayores me parece un eufemismo encubridor) que están haciendo filas de muchas cuadras. Cobrarán la limosna que los príncipes decidan. No pueden hacer cuarentena. No se pueden quedar en su casa. No pueden mantener el metro y medio de distancia. Y de facto han quebrado la cuarentena. Para intentar sostener su vida.
Hace frío. Seguramente no están vacunados. Estoy convencido de que cooperativas de fleteros podrían hacer el reparto casa por casa. Habría problemas operativos, dirá un bicho canasto burocrático. Si bien la crisis es peligro y oportunidad, cada vez son más los peligros y menos las oportunidades.
Vuelve a aflorar el fascismo de consorcio que describí en tres artículos en mi libro “Cultura represora: de la queja al combate” (ediciones APe). Discriminan a médicos, enfermeros, farmacéuticos en los edificios donde viven. Un efecto colateral del aislamiento obligatorio. Presentado como vacuna cuando apenas es un campo de refugiados versión propiedad horizontal.
Sigo pensando que sólo el pueblo salvará al pueblo. Pero no cualquier pueblo, pero no cualquier salvación. Alberto Morlachetti proponía la pedagogía de los abrazos, de la ternura, de la niñez feliz, única garantía de adultos responsables. Hoy después de la multiplicidad de grietas consolidadas en democracia, la niñez no es feliz y los adultos sostienen las pedagogías de la crueldad. El aislamiento obligatorio logra el triunfo del aforismo represor: “ojos que no ven, corazón que no siente”. El aislamiento consagra el triunfo de los espacios cerrados, alambrados, vallados, atrincherados. Lo colectivo en retiro afectivo. Y efectivo.
Pero mal que les pesen a los gerenciadores que transforman la vida en muerte, los colectivos autogestionarios renacerán. Serán la única garantía de que los días después de la pandemia no sean comprados por los jeques de las finanzas. Hoy son los únicos que siguen sosteniendo la dignidad de la vida.
Lo colectivo de este lado de la grieta es una necesidad, pero ya ha engendrado el deseo. La fe es otro de los nombres del deseo. Construiremos “respiradores vinculares” porque sabemos que la culpa no la tiene el virus sino los que le dan de comer/contagiar. Culpables, copartícipes y cómplices de la destrucción de la vida no serán invitados a la lucha por otro mundo cada vez más posible, cada vez más necesario. Los poderosos sonríen porque la cuarentena los ama. Han inmovilizado la potencia transformadora de las masas.
Nosotros sabemos que el amor de los demás, como enseñara Rosa Luxemburgo, prolonga el mío hasta el infinito. El virus pasará. Nosotros, los que tenemos la fe de mover la montaña de todos los capitalismos y de las diferentes formas de la cultura represora, nos quedaremos. Como nos enseñan nuestros hermanos de la tierra originaria. Nos quedamos. Y venceremos. Ahora y siempre.
Edición: 3973
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