Acusados erróneamente de matar a su beba

Son tan fáciles los jóvenes cuando son pobres

Leer un cuerpito sin vida. Leerlo mal. Y bajar la guillotina en el cuello de dos jóvenes de La Matanza –condenados por origen- para la paliza inaugural y todo lo que vendrá. Antes de una autopsia. Que certificó su inocencia.

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Por Silvana Melo

(APe).- Todavía los portales sostienen la foto de los dos. Rostros demudados con fondo de una comisaría de La Matanza. Es que son tan fáciles los jóvenes cuando además son pobres. Son de tan sencilla deglución, los jóvenes cuando además son pobres, para la maquinaria soez del estado, para la picadora de carnes mediática, para la levedad que tiene la vida en las redes.

Nadie les puede retroceder las horas hasta antes de la paliza en la comisaría. Del ojo morado de ella, de los y las veinte que les dieron la primera noción de lo que sería la justicia para ellos: golpe, insulto e inanición aun sin las evidencias necesarias para determinar sus culpabilidades. Porque para los jóvenes, y si son pobres peor, el primer capítulo de la justicia es ése. El de la venganza feroz que practica la sociedad avalando que la policía arroje a los supuestos victimarios a su jaula propia de leones. Por una vez ladrones, asesinos, violadores, juntos en un calabozo, son los vengadores sistémicos, sociales. Por una vez la sociedad los aplaude y son cinco minutos de gloria hasta que se eleve otra vez el reclamo coral de pena de muerte y cadena perpetua para todos juntos. Una vez que fueron asimilados a los golpes.

Ella lo sufrió en el cuerpo y en el alma. Acababa de perder a su bebita de 21 días mientras la amamantaba. Una cardiopatía, dicen ahora. La dejó sin aire y se ahogó con el alimento materno. Eso dijeron ellos en el Hospital. Hasta que los informes médicos hablaron de signos de abuso sexual y de violencia en su cuerpito. La violaron. La asesinaron. Lacras. Salvajes. Basura, les dijeron. El informe policial se disparó hacia la fiscalía y los medios. Y los jóvenes son tan fáciles cuando además son pobres. Quién va a dudar de que la juventud y la pobreza unidas producen seres detestables, dignos de que se les aplique la justicia mediática, la venganza social y los correctivos carcelarios antes de que haya una sentencia. Que a esta altura es apenas un detalle ilustrativo.

Ella, todavía con el ojo morado por los golpes. Los dos tratando de relatar el horror vivido.

Leer un cuerpito sin vida. Leerlo mal. Y bajar la guillotina en el cuello de dos jóvenes de La Matanza –condenados por origen- para la paliza inaugural y todo lo que vendrá. Antes de una autopsia.

Antes de una autopsia.

Que determinó científicamente que no hubo abuso. Que no hubo golpes. Y que la nena murió mientras era amamantada. Se asfixió con el alimento materno. Que era lo que angustiaba tanto a su madre. Que era lo que dijeron en el Hospital Balestrini de Matanza.

Pero no les creyeron. Porque son jóvenes –ella tiene 26 y él 24 años- y son pobres y a ellos se los puede arrastrar desde el hospital hasta la comisaría sin darles una mínima explicación. Negándoles el agua con 40 grados de calor y mostrándoles una botellita de lejos, a pura risa.

Aunque hace diez años que están juntos. Y la chiquita era su cuarto hijo. Mientras los tres restantes, de 8, 7 y 5 años quién sabe qué historia habrán escuchado. Quién sabe qué clase de monstruos habrán oído que eran sus padres.

Ahora que ya están libres. Y pueden llorar a su hija en un duelo que nunca pudieron hacer. Ahora que no son culpables pero sus fotos siguen en los portales, sus nombres en las noticias, los adjetivos y las condenas puestas en las cocardas de la duda, sus rostros de profunda tristeza con fondo de comisaría continúan exhibidos en los diarios que ahora dicen que no son culpables.

Y ahora tendrán que seguir viviendo. Aunque nunca nada volverá a ser lo mismo. Aunque sean la misma su juventud y su pobreza.

Y su fragilidad extrema ante las fieras sistémicas.

Ahora sin niña que amamantar.


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