Sobre las ruinas de Port-au-Prince

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Por Oscar Taffetani

(APe).- Ninguna película sobre el cambio climático y las catástrofes posibles (en este mundo regido por la destructiva lógica del capital), podrá reconstruir o ayudarnos a imaginar lo que fue el horror de la larga noche del 12 de enero de 2010 en Port-au-Prince, la capital de Haití.

Oscuridad, polvo y humo suspendidos, mientras se escucha el llanto de los bebés que viven y el desgarrador silencio de los que están muertos. No electricidad. No teléfono. No automóviles. No calles. No agua. No alimentos. Sólo muros y techos derruidos. Sólo escombros. Y bajo los escombros, más seres queridos que partieron sin decir adiós.

 Que los brazos del mundo lleguen muy pronto hasta allí. Que el clamor del pueblo haitiano sea escuchado hasta en el más recóndito paraje del Universo. Que puedan rescatar a los vivos y curar sus heridas. Que puedan enterrar a sus muertos. Y que puedan comenzar, por fin, otra historia.

Paradoja bicentenaria

El malogrado líder de la Independencia haitiana fue bautizado François Dominique por su madre, aunque también lo conocieron como Breda (por las barracas en las que trabajaba) o simplemente como “el hijo de Gau-Guinú” (tal el nombre de su padre, un cacique dahomeyano esclavizado por los franceses). Sin embargo, su definitivo nombre le fue puesto cuando bajó de las montañas, en 1792, para gritarle a la Francia revolucionaria, en nombre de los negros de Haití, que había que terminar con la esclavitud, que todos los hombres son y deben ser, para siempre, iguales. El pueblo lo llamó entonces Toussaint (Todos los Santos) L’Ouverture (el Comienzo).

Y eso fue Toussaint L’Ouverture. El líder de un Deseo. El líder de un Comienzo.

A semejanza del Plata, donde la emancipación fue instigada por los competidores de España, aquel grito negro de Haití fue apoyado por los colonos ingleses y españoles, que no eran menos esclavistas que los colonos franceses.

Cuando se dio cuenta, Touissaint intentó reestablecer las relaciones con la metrópoli francesa, en pie de igualdad. Pero ya era tarde: Napoleón Bonaparte había despachado a su cuñado Leclerc, al mando de una fuerza de 25 mil hombres, para terminar con el “Napoleón negro” haitiano.

Para evitar un baño de sangre, Toussaint L’Ouverture se entregó y fue llevado prisionero a Francia (cruzó el mar del mismo modo que su padre: entre cadenas). Murió confinado en el castillo de Joux, el 27 de abril de 1803, sin enterarse de que su antiguo ayudante Dessalines, ese mismo año, derrotaría a los franceses en Vertierres y que al año siguiente, por fin, la patria proclamaría su Independencia.

Haití fue el primer país que abolió la esclavitud, en el mundo. Que nadie nos diga que aquél no fue, verdaderamente, un gran Comienzo.

La saga del neocolonialismo

El siglo XIX, con la burguesía industrial y comercial lanzada a la conquista del globo, no estaba muy preparado para tolerar una república obrera (pensemos en la Comuna de París), ni tampoco una república de esclavos emancipados. Por eso Haití, aunque había copiado los modelos constitucionales de Europa y los Estados Unidos, nunca logró salir del atraso y de las nuevas formas de la esclavitud.

Entre 1918 y 1933, el país sufrió una ocupación militar ordenada por Washington “para garantizar el pago de la deuda externa” (sic). Décadas más tarde, una dictadura nativa apoyada por los norteamericanos (la de Papá Doc Duvalier) sometió y sumió en la miseria y el atraso a varias generaciones.

En el último cuarto de siglo, acompañando el reverdecer democrático de América latina, Haití comenzó a transitar, con dificultades y contramarchas, el camino hacia una segunda emancipación. Pero el pesado lastre de siglos de colonialismo (tal como ocurre en el Africa subsahariana) lo sigue encadenando a lo peor de su pasado.

¿Será este cataclismo del 12 y 13 de enero, vivido como un auténtico castigo del Cielo por la población de Port-au-Prince, el signo de que ha llegado un nuevo Comienzo? Quién sabe.

El Palacio de Gobierno fue destruido. Y también la Catedral. Y dos grandes hoteles. No sabemos si quedó en pie la estatua, la casi inadvertida estatua de un líder negro llamado Toussaint L’Ouverture.

Edición: 1679


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