Sobras de soja

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Por Sandra Russo

(APE).- Un día antes, por la noche, un tren descarriló en un paraje santafesino cercano a Santa Teresa. Nueve vagones cargados con soja quedaron fuera de juego, después de haber corcoveado sobre un terraplén. Casi todos ellos quedaron semi volcados, y fueron apuntalados precariamente por personal de la empresa concesionaria del ramal, América Latina Logística (ALL).

Ni bien corrió la voz en los alrededores, poblados de gente hambreada y siempre lista para salir en busca de su moneda, muchos vecinos se arremolinaron alrededor de los vagones para juntar los granos de soja y después revenderlos. No fue nada parecido a un asalto al tren. Los hambreados esperaron pacientemente a que el personal ferroviario recuperara la soja mediante chimangos y camiones. Una vez que hubo finalizado esa tarea, recién entonces, los vecinos se dispusieron a dar cuenta de las sobras. Es lo que comúnmente hace cierto tipo de gente. Dar cuenta de las sobras. Sobrevivir gracias a lo que otros no usan. Aprovechar cualquier tipo de changa. Exprimir las oportunidades para estirar el peso.

El 20 de junio, mientras proseguía la extraña cosecha de la soja sobrante derramada por el accidente, sobrevino otro, más grave, fatal. Uno de los vagones, identificado con los números 852756, cedió al precario apuntalamiento y rodó cuesta abajo. En su caída, arrastró a dos de las personas que estaban juntando cereales. Un niño de 11 años, Favio Barrera, y un hombre de 64, José Ferrari. Los dos murieron aplastados entre el terreno y el vagón. Hubo varios más que quedaron heridos.

Después llegaron los testimonios que hablaron de los muertos. El niño, Favio, ayudaba cuando podía a su familia. Estaba siempre disponible para changas, y la de juntar granos de soja había sido una más. El hombre, José, se había curado de un cáncer y había logrado comprarse un rastrojero. Con él hacía de todo. Acopiar leña en el campo o criar cerdos. También a él la idea de juntar los granos de soja sobrantes del accidente lo llevó a las vías. En fin, tanto Favio, un crío, como José, en edad de ser su abuelo, eran dos personas como tantas, con carencias y energía para la alquimia cotidiana que consistía en transformar cualquier cosa en alimentos.

La pobreza se les vino encima con forma de catástrofe. Sus vidas valieron menos que la soja de sobra, la que nadie hubiese reclamado, la que ya no servía para nada.

Fuente de datos: Diario La Capital - Santa Fe 21-06-05

 

 


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