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Por Silvia Carrizo - desde España especial para APe
(APe).- La foto del niño sirio ahogado frente a las costas de Turquía abrió el nuevo curso político europeo y puso en la agenda de Bruselas el drama de las personas refugiadas. La imagen que inundó las redes sociales y conmovió a todo el mundo, tuvo efecto porque se publicó cuando terminaron las vacaciones. Europa viene de disfrutar un espléndido verano nadando y navegando entre miles de cadáveres que arrastra el Mediterráneo y no le supone un problema político. Mucho menos ético.
Sólo en los seis meses de 2015, el mundo vio ahogarse barcos con miles de personas frente a Lampedusa, decenas de personas asfixiadas en el centro de Austria. En la reunión especial del Consejo Europeo los eurodiputados caminaron sobre una alfombra de 100 metros de largo con los nombres de las 17306 personas ahogadas en el Mediterráneo en el intento de emigrar, colocada en la entrada del parlamento y aun así la política de inmigración y asilo no se vio alterada. La foto del niño sirio ahogado sirvió para que Europa deje de llamar “inmigrantes” a los desplazados de las guerras y asuma que se trata de personas refugiadas. Frente a la negación existente esto supone un avance.
¿Qué es un refugiado? Es alguien que se ha visto obligado a abandonar su país por la guerra, la violencia o la persecución y las violaciones de derechos humanos y desde 1951 y con la aprobación de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (ampliada en 1967), los estados tienen la obligación de garantizar derechos mínimos a las personas a las que se les reconoce el status de refugiada. Entre estos derechos está facilitarles documentación que les permita trasladarse de un lugar a otro y tener residencia legal. Sólo 147 países han ratificado esta convención. Los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Arabia Saudita, Oman, Kuwait, Qatar no han firmado esta convención y es esa la razón por la que no reciben refugiados de los países vecinos.
Según ACNUR el 43% de las personas que han llegado a los países europeos a través del Mediterráneo en lo que va de año vienen de Siria, el 12% proceden de Afganistán y llegan por Grecia. El 10% viene de Eritrea, y llegan por Italia. El resto son Nigeria (5%) y Somalia (3%), que también llegan sobre todo a las costas italianas.
En Oriente Medio, 40.000 eritreos están refugiados en Israel; 87.000, en Etiopía; y 125.000, en Sudán. En Turquía viven alrededor de 1,8 millones de exiliados. En Jordania, 630.000 sirios. En el Líbano 1,2 millones de refugiados.
Antes de que se publiquen estas líneas las fronteras de Austria y Hungría se habrán vuelto a cerrar y Frontex (Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores) habrá gastado la mitad de 1.3000 millones de euros asignado en el presupuesto anual de la UE, que reasignado cubriría muy bien las necesidades de las personas refugiadas sostenidas en el tiempo.
El drama es el sufrimiento de las personas que huyen de la guerra, del delirio desatado del Estado Islámico, de regímenes dictatoriales que se apropian de la vida y el cuerpo de las mujeres y hacen de la violación de los derechos humanos su práctica política.
El problema es que las grandes potencias, G-20, G-7, Bric´s, Naciones Unidas son cómplices del sostenimiento y financiamiento de estos grupos a través de la industria militar, la venta legal e ilegal de armas que los Estados integrantes de la UE, Rusia y EEUU mantienen y reportan ganancias equivalentes al 3 % del Producto Bruto del Mundo
La tragedia es haber perdido la condición humana de empatía, solidaridad y amor al prójimo. En Europa sólo las organizaciones vinculadas a los movimientos sociales de apoyo a la inmigración mantienen la alerta y llevan el tema a las calles sin generar respuestas masivas. Fuera de las fronteras europeas la indignación alcanza sólo a las redes sociales.
La magnitud del drama humano que estamos viviendo no logra generar un movimiento político mundial que obligue a los gobiernos a cambiar sus políticas, sus alianzas, poniendo el centro en los derechos humanos y la vida de las personas. Pero cuando recordamos que en estas mismas calles europeas hace 75 años, millones de personas fueron confinadas y asesinadas en campos de concentración; que en los 90 fue posible que ocurriera la masacre de Sbrenica y la guerra de Bosnia, es difícil mantener encendida la llama de la esperanza y esto quizás sea la fatalidad de nuestros días.
Edición: 3.000
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