Sin dioses

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(APe).- Viven en Ruiz de Montoya, en la Provincia de Misiones, a unos 120 kilómetros de Posadas. Un rumor, como venido del fondo de la historia, apenas los dibuja en un retrato antiguo. Son guaraníes, es decir, un pueblo para el que hace siglos, todo lo que existía entre el cielo y la tierra, solía ser cosa de hoja simple o de transcurrir de agua. Quizá el conflicto más grande que pudieran tener con la luminosa tierra misionera, es que las mujeres le disputaran al paisaje, la perfección de sus trenzas. Belleza y mitología eran su gloria y sólo los niños robados por el Yasí-Yateré -una de las deidades más temidas- podían enfermar seriamente.

 

Hoy, sin embargo, sobreviven en la oscuridad, acechados por el hambre, muy lejos ya de su fresco paraíso. Aún sin renunciar a la larga historia aprendida entre generaciones, la caída de sus viejas creencias parece inexorable. Dicen que en las comunidades de Takuapí, Posito, Ka'a Cupé, Leoni Potý, Ñamandú, Kaagy Porá e Ita Potý, el 58% de los niños padece de algún grado de desnutrición. Ahora los temidos no son más que personajes seculares, tremendamente ajenos a ese cielo suyo, enredado de enigmas y raíces. Ahora amanecen la muerte, las cenizas, las agrietadas frentes de las ruinas.

Según la crónica, un informe realizado en forma independiente sobre la situación sanitaria de las comunidades guaraníes, contiene datos recabados entre noviembre de 2003 y enero de 2004. Su autora -Teresa Celina Kuhn- encuestó a 473 personas, de las que 141 son niños menores de 6 años. Las condiciones sanitarias son penosas y en general, los tratamientos no se completan. Atrás quedaron los tiempos en que los niños dormían entre un respiro de menta y otro de mejorana. La salita de Ruiz de Montoya ve desfilar los casos de tuberculosis, neumonías y otros males que la miseria prodiga en el cuerpo de esos pibes sombríos y callados, que parecen haber nacido sabiendo lo que los otros nunca saben.

La hermosa tierra misionera, la de las ceremonias del origen, se está quedando sin sus hijos. La leche escasea en la doble luna del pecho y esas madres que temprano, descubren su rebose de vida: “El promedio de la edad del primer embarazo está en los 17 años”. Cuentan que “la mortalidad perinatal es otro flagelo latente”. A casi el 40% se les murió más de un hijo en el vientre -a punto de nacer- o en el despertar de los retoños.

La discriminación transforma en insensible la mirada de la mayoría. Crea una diferencia y pone el acento sobre un descarrío. Prepara la persecución y la muerte sobre un pueblo que amó entrañablemente a sus hijos. Nietzsche -siempre controvertido- manifestaba que el Estado es el lugar donde el lento suicidio de todos se llama vida.

Fuente de datos: Diario Misiones On Line 27-10-04


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