Si quieren venir...

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Por Silvana Melo
(APe).- Seiscientos cuarenta y nueve fueron los muertos de aquel otoño en guerra que no llegó a invierno. Treinta y nueve años atrás, en un abril desgraciado y fatal, Leopoldo Fortunato Galtieri salía al balcón de la Casa Rosada. Loco, borracho de alcohol y poder, el genocida era en sí mismo la apuesta a la perpetuidad dictatorial. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, dijo escupiendo al cielo y a la plaza de Mayo. La misma de las viejas. La que no merecía al genocida ni a quienes lo aplaudían abajo. Hoy, en un acto partidario que buscaba la foto rota de la unidad, el intendente de Ensenada dijo. Treinta y nueve años después dijo. “Si quieren venir que vengan”.

Seiscientos cuarenta y nueve fueron asesinados en una guerra absurda. Cerca de quinientos se mataron después. Víctimas de la misma guerra donde sus jefes, genocidas y capataces de los genocidas, los torturaron y les negaron el pan. Los que no murieron bajo la bala ajena murieron bajo el martirio de los propios. “Estamos preparados, compañeros, para darle batalla en las elecciones”, dijo Mario Secco. Intendente de los del conurbano. Los que gobiernan eternamente, sustento de clientelas pobres a las que disciplinan a largo plazo.

Parafraseó a Galtieri el intendente de Ensenada. No pensó en Belgrano ni en Castelli. Por dar un par de ejemplos de personajes que han podido atravesar la historia con el último aliento, casi impecables. El parafraseó a Galtieri. El que puso las manos para señalar hacia el sur y mandar al muere a centenares de pibes del norte y del mismo conurbano desde el que Secco habla, pobres y sin recursos. Hambrientos y sin ropa para el frío insoportable del sur. Sin saber usar un arma. Y sin querer usarla.

En 2021, en medio de una pandemia atroz que hoy dejó 663 muertos –más que en toda la guerra de Malvinas- el intendente de Ensenada citó a Galtieri. Tal vez el frío le dejó el alma blanca y sin sensibilidad esta noche, como las piernas de los pibes estaqueados desnudos por robarse comida. Y por eso citó a un genocida en una parábola bélica triste e impensable en tiempos en que la muerte acecha. Sin piedad.

Edición: 4311

 

 


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